domingo, 20 de abril de 2014

Libres para pasar toda la vida escapando.

Él estaba sentado mirando al frente. Cualquiera diría que estaba mirando la televisión, pero no era así. Él estaba mirando el pasado. Odiándolo, disfrutándolo, extrañándolo. A él no le importaba el casamiento del hombre con traje rojo.

A él le importaba ella.

Él no la culpaba, ¿cómo podría hacerlo? Ella no quería que todo acabara. Pero no pudo evitarlo, la prohibición venía de escalones superiores; ellos no podían contra eso. Él no la culpaba, él la quería.

Y ella también lo quería, ¿cómo podría no hacerlo? Él era más de lo que una cree posible, no se creía merecedora de aquel amor que él le obsequiaba. Ella quería poder, ella lo deseaba con todas sus fuerzas.

Pero sus fuerzas no eran suficientes.

Renunció. Dijo aquello que acababa con todo. Dijo esas dos palabras que condenaban a las esperanzas a ser simples molestias: pasaban de ser aquello que mantenía vivo el propósito, a ser algo dañino para aquel que las sintiera.

Él no esperaba que ella dijera eso, aunque en el fondo temía que sucediera en algún momento. No lo creía, no creía en ese no querer; no creía en ese final. Él sabía que no era ausencia de sentimiento, era falta de fuerza para la lucha lo que la llevó a renunciar. Pero, ¿qué podía hacer? Nada.

Él estaba decidido a hacerlo; él lo deseaba, él tenía fuerzas para luchar por ello. Pero no la podía culpar por no tener fuerzas. Su lucha era diferente, ella estaba era muy cercana a los escalones superiores. ¿Y qué podía hacer? Nada.

A él no le importaba el casamiento del hombre con traje rojo, él se sentía solo.

No es que estuviera solo. Estaban sus amigos y amigas, no dejaban de preocuparse; le apoyaban, le querían. Él se sentía solo porque no estaba con ella. Y porque ella había decidido que ya no estarían juntos.

Él agarró su celular, ignoró los mensajes de todos los antes mencionados, los que le querían y se preocupaban. Agarró su celular, pero claro, no podía escribirle; ¿para qué? Aquellas dos palabras ya fueron dichas. Agarró el celular para poner esa canción, él sabía que le ayudaría.

¿No es una pena que a la luz del sol le siga el trueno?

Todavía podía sentir el regocijo del primer ‘te quiero’.

Estoy tratando de hacer frente al día.

Las esperanzas ya se convirtieron en molestia, pero él no quería dejar de sentirlas. Era lo único a lo que podía aferrarse.

Vamos a huir juntos tú y yo, siempre vamos a ser libres…

Él seguiría queriéndola.

Libres para pasar toda la vida escapando, de las personas que pueden ser nuestra muerte.

No quería dejar de hacerlo.

¿Estoy mirando mi TV, o me está mirando a mi?

Para él no había acabado del todo.

Veo otro nuevo día amaneciendo.

Si seguía habiendo amor, él seguiría intentando.

Y se alza sobre mí.

Él sería fuerte por los dos.

Y mi mortalidad.

Él esperaría.

Y puedo sentir las nubes de tormenta, chupando mi alma.