martes, 17 de febrero de 2015

Algunos pedacitos de cómo y porqué.

Sé lo que estarás pensando. Y sí, después de todo este tiempo por fin me digno a escribirte. Es que hoy, mi apreciado desconocido, quiero contarte algunas cosas sobre mí. Quiero responder a una de las tantas preguntas que me hiciste sobre mi vida personal, y ahí va.

Al principio, me pareció incómoda la oferta de mi hermana de cocinar juntas una merienda por mi cumpleaños. Pero no pude negarme. Después de todo, era su regalo para mí, y en otro tiempo me hubiese parecido la mejor de las ideas.

Cuando yo estaba mezclando con gran esfuerzo los ingredientes en una fuente, y ella agregaba azúcar contando las cucharadas; yo sabía cómo las contaría, incluso antes de que ella lo hiciera. Antes de que dijera el número uno, yo ya lo había escuchado en mi cabeza, con su particular y molesta forma de contar: medio en susurro, pero también en voz alta.

Me sorprendió tal familiaridad. También, me sorprendió que me sorprendiera esa familiaridad. A pesar de todo, ella apenas tenía la mitad de mi edad actual cuando nací; y asumió los roles de madre: lavaba mi ropa, me hacía dormir, me daba de comer, etc. Yo crecí viéndola como a una madre y, aún así, me sorprendió la sensación de familiaridad con algo tan tonto como su forma de contar. Tal vez lo que me sorprendía era esa sensación de estar acostumbrada a su presencia, de conocerla. Yo no conocía a esta chica, no más.

Por supuesto, ella sólo dejó de vivir en la misma casa que yo hace siete meses. Pero los papeles se habían invertido, y hace bastante tiempo yo la empecé a ver como una niña caprichosa y problemática. Parece hasta tonto sentir rencor hacia alguien que hizo tanto por vos. Verás, mi querido desconocido: ella era mi heroína. No había nadie en el mundo, o al menos en mi hogar, a quien quisiera parecer, excepto ella. Quería ser igual; hacer lo mismo que ella, me gustaba todo lo que a ella le podría gustar, creía fuertemente en todo lo que ella afirmaba. Me enojaba con el mundo (específicamente con mi mamá), cuando ella se sentía triste. Ahora, me cuesta imaginar tal cosa. Esta persona, no es alguien a quien yo admiraría en lo más mínimo.

El Señor sabe que yo quise perdonarla, que la perdoné. Claro, lo que ella hizo fue fallar de nuevo. Cuando me permití abrazarla y confiar en ella, cuando me permití hacerla reír como antes; ella nos engañó a todos sin sentir culpa o miedo, creyendo que hacía lo correcto. El Señor sabe que yo sé que debería perdonar otra vez, pero que en el fondo, no quiero hacerlo. Me he aferrado fuertemente a las manos de mi otra hermana (la que es mayor que yo y menor que mi definitivamente-no-heroína), entre lágrimas, no queriendo siquiera que venga a casa.

Y ahora, todos nadamos en un mar en medio de la noche, con la hipocresía hasta el cuello. Todos, reprochando en silencio las cosas que hacen los otros. Mis padres reprochan lo que hace ella, por supuesto, cuando ella no está presente. Lo que hace su marido, también. Yo, reprocho lo que hacen ella y su marido, pero también lo que hacen mis padres: recibiéndolos como si esperaran algo de ellos, y luego molestándose con mi bastante-tonto-cuñado cuando ven que no sabe qué está haciendo con su vida. Mi hermana, mi alma gemela, reprochando a todos, pero con suavidad; siempre dispuesta a perdonar a todos, menos a mi bastante-tonto-cuñado. Después, cuando yo no oculto mi reproche aunque ellos estén presentes, mis padres me reprochan a mí. En fin, hipocresía y reproche.

Como si no bastara, tengo un hermano. Sí, mi querido desconocido, también tengo un  hermano. Crecí enojada con él por ser tan imbécil, con mi mamá por la educación machista que le dio, y con mi papá feminista que se escondió en el silencio. Desde pequeña vi cómo mi mamá consentía más al niño sentado frente al televisor, que a la niña lavando la ropa. Y aún así, mi hermana lo soportó y salió adelante, cargando las críticas injustas y las desaprobaciones inmerecidas por parte de mamá. Aún con todo eso, ella y mi hermano se llevaban bien, y ella recurría a todo tipo de detalles para recibir afecto de parte de mi mamá. Todo esto, hacía que la admire más. Mi mamá siempre nos trató bien a mi alma gemela y a mí, no era con nosotras como lo era con ella. Pero de todas formas, yo me enojaba en defensa de mi hermana tratada con tanta injusticia. Ahora, mirando hacia atrás y analizando las cosas, sé que mi hermana no era en lo absoluto perfecta. Y aunque la decepción que tengo hacia ella parece permanente, sé que mi mamá sí cometió esos errores. Hasta ahora no tolero las visitas de mi hermano y la admiración de mi mamá hacia un joven sin ningún estudio universitario, y sin embargo tan dispuesto a quejarse de su trabajo o la sociedad.

El punto es, mi querido desconocido, que mi hermana se mudó a la vuelta de casa hace unas cuantas semanas. Y no soporto la idea. No soporto ser tan cruel con ella. No soporto ver a su marido hablando con mi papá: es un niño, creyéndose un hombre, hablando de cosas serias y diciendo puras tonterías. Afortunadamente para ellos, mi padre es un gran suegro: a pesar del dolor y la decepción (pues él siempre había visto un futuro prometedor en ella), él nunca dejó de ser generoso.

Lo que más detesto es el machismo de ese matrimonio tonto, apresurado e infantil. Mi hermana  fue la que me enseñó a ser feminista. Yo apenas tenía seis años, y aunque no entendiera bien lo que ella decía, le daba la razón a todos esos consejos que me daba para hacerme respetar. Dios sabe que no es mi intención juzgar a ninguna religión, pero no puede seguir habiendo gente machista, que piensa que lo que Dios quiere es que las mujeres planchen y los hombres hablen de política. Simplemente no pueden existir  hombres y mujeres que son machistas en nombre de Dios, menuda estupidez. Los consejos quedaron grabados en mi mente, e intento llevarlos a la práctica; pero ella, definitivamente no se parece a la chica de catorce años dando consejos feministas a su hermana pequeña.

Yo sé, querido, que todos tenemos la culpa. Todos, de alguna manera, somos culpables de ese egoísmo tan grande que ella tuvo. Todos fuimos parte de lo que la llevó a tener esos problemas, esos medicamentos, esas sesiones con el psiquiatra, esas heridas provocadas por sí misma. Yo sé querido, que su matrimonio era la ruta de escape, era la huida perfecta de una casa en la que su hermana pequeña la trataba como una molestia. Y lo siento, a veces, de verdad lo hago. Pero en el fondo sé, que si ella era tan madura como decía para hacerse cargo de un matrimonio, no debería haber tomado una decisión tan determinante en su vida, en base a la actitud de una quinceañera hormonal. Pero ya sabemos, que ella es todo menos una persona madura.

Y aunque ahora sólo somos cuatro lo que vivimos aquí, y eso es tan cómodo y perfecto. Aunque nos sentamos juntos durante las mañanas y las tardes, reímos fuerte, compartimos momentos. A pesar de que los cuatro somos unidos y estamos bien, a veces me abruma la tristeza de todo. Me entristece saber que pude tener un hermano mayor de esos con los que bromeas, con los que ves una película, a quienes les contarías lo que pasó en el colegio; pero no lo tuve. Me duele saber que tuve una hermana mayor así, y ahora la decepción me llena cada vez que ella comenta algo de su vida actual. Me entristece la certeza de que hay muchachos a los que quiero más que a mi hermano; de hecho, a todos quiero más que a mi hermano.

Me entristece un momento la carencia de ese aprecio, pues me gustaría extrañarlo. Pero pensar en eso, automáticamente hace que me enoje, que la frustración me llene y que tenga que recordarme a mí misma, que no debo enojarme con mamá. A veces me llega esa tristeza fugaz cuando pienso en mi hermano, pero el hecho de que no tengo un buen recuerdo de él desde los cinco años, me enoja más que entristece. Sin embargo, cuando pienso en mi hermana, la tristeza golpea mis huesos y me hace sentir la culpa del rencor. Pero tengo tanto miedo de perdonar.

Como sea. Ésta es, mi amigo, la historia que quisiste saber. No te conozco, y no confío del todo en ti, pero eso no importa ahora. Pues de vez en cuando, en medio de nuestras conversaciones tontas y banales, te causa gran curiosidad mi forma de expresarme sobre algunos aspectos de mi vida. Yo sé que ésta es apenas una de las tantas cosas que quieres saber de mí, pero en realidad es lo que necesité contarte. Y sabes, querido, que pasará mucho tiempo antes de que te cuente algo más. Porque aunque te quiera como lo hago, no soporto escuchar tus opiniones acerca de los problemas que a mí me parecen serios. Y detesto que me digas cosas buscando animarme, sin darte cuenta que me hundes más en la miseria. Es por eso que no te escribo hace meses. Pero aquí estoy, enviándote una carta, como cualquier chica egoísta que sólo te busca cuando te necesita.

PD: Gracias pos los chocolates y la tarjeta, pensé que no eras bueno recordando las fechas.

domingo, 15 de febrero de 2015

Carta de cumpleaños. De mi parte, para mí.

Has estado despierta cada año, esperando una respuesta, y no la tuviste. Este año dormiste temprano, triste, sola.

Te sientes mayor cuando extrañas la infancia, aquella época en que no veías, no entendías. Pero también te sientes pequeña cuando quieres defender algo, pero tus manos no tienen fuerzas y tus piernas son débiles. Y no importa, porque todo quedará atrás.

Dieciséis años es poco, y te asusta vivir el triple. Te asusta vivir, ver a las personas marcharse. Te asusta crecer, separarte de tu alma gemela. Te asusta, todo, el mundo te asusta.

Y no te preocupes, niña, que yo estaré contigo. Te abrazaré cuando sientas frío; y lloraré parte de tus lágrimas, para que no te ahogues en ellas. También te susurraré la respuesta, te implantaré la duda, pondré mi dedo en tu herida... Y al final, te enojarás contigo misma. ¿Acaso no es eso lo que hacen los compañeros de vida?

Y sonríe, jovencita, que todos pierden. No tienes derecho a sufrir más que nadie. Apaga la vela, ríe para la foto, que no te importe que no te feliciten las personas que quisieras. Después de todo, estuvieron en tus últimos cumpleaños.

Baila con los ojos cerrados, que no te importe que la soledad quiera bailar contigo. Porque no quiso venir, no importa cuantas veces se lo pediste, esa persona de pestañas envidiables. Así que olvida, mujer, que no se vive de recuerdos.

No te pongas metas si no quieres, pero igual, supéralas todas. Haz amigos, que yo sola no puedo cuidarte de tanto mundo. Prométeme que me querrás, que no me dejarás sola otra vez.

Y que no te importe la fecha, el pastel, tu vestido. Que te importe el tiempo, aprovecharlo; o al menos, dejar de odiarlo. Recuerda, querida, que al tiempo es mejor tenerlo de aliado.

Duerme ahora, y espera que sea mañana. Tu mamá no se esforzó tanto haciendo ese almuerzo que no le pediste, sólo para que tú lo arruines.

Feliz cumpleaños. Niña, jovencita, mujer, anciana. Recuerda que aunque nadie esté, y nos hagamos daño, nos tenemos la una a la otra.

martes, 10 de febrero de 2015

Carta por el día de los enamorados.

Hoy, más que nunca, quiero escribirte. Es catorce de febrero. Fecha especial, ¿eh? El sol brilla a través de la lluvia y me sofoca la humedad, siempre llueve en estas fechas. Lleve, llueve y no entiendo porqué.

El día de los enamorados nunca fue una buena fecha para mí. Cuando era niña, porque todos estaban entusiasmados por comprar regalos para otra persona. Todos tenían alguien a quien regalar algo, tal vez un beso debajo de la lluvia. Llueve,llueve y no entiendo porqué. Veía a mi hermana recibir almohadas con forma de corazones, osos de peluche (una cantidad incomprensible de osos de peluche innecesarios y más que molestos), flores, ropa. Y al día siguiente, nadie me daba nada por mi cumpleaños.

Cuando iba a cumplir quince años, la llamada de mi hermana, quien se encargó de agujerear la imagen perfecta que tenía de ella, arruinó el día. “Sólo estaré un rato en la cena, ya sabes, es el día de los enamorados.” Innecesarios y más que molestos. No entendí en qué momento ella dejó de verme como una hija, o en qué momento yo dejé de defenderla de las injusticias de un hogar hipócrita.

Está bien, estoy divagando. Debería hablarte de este catorce de febrero en particular. Me gustaría saber qué cosas pasaron por tu mente hoy, al recordarme. Hasta hace bastante poco nos imaginaba en esta fecha tomados de la mano. Agujerear la imagen perfecta. Tú siempre pensabas en qué regalo hacerme, no entendías que no hacía falta regalarme nada, y menos los dos días seguidos. Casi puedo sentir la incomodidad de nuevo.

Llueve afuera, y quisiera compartir lo que siento contigo. Es sólo que no sé. A veces parece que lo quiero de vuelta, pero los dos sabemos que la mayoría del tiempo sólo quiero dejarlo olvidado. No sé si lo extraño, no sé que siento al respecto. Me gustaría saber. Tal vez extraño, ¿quién dice que no? Tal vez no te extrañe, o no lo extrañe, tal vez me extrañe. Y lo que extraño (porque después de todo, sí extraño), es la seguridad. Sentirme protegida de mí misma.

No importa la fecha, ¿verdad que no? Es una estupidez pensar que es mejor o peor sólo porque el calendario marca un número. Pero no importan los números cuando quieres intentar miles de veces, o cuando quieres estar a miles de kilómetros. Sentirme protegida de mí. Pero de todos modos, quiero escribirte hoy, más que nunca.

Abrázame, haz con tus brazos un refugio, como solías hacer cuando creíamos que los cimientos estaban bien. Hoy, más que nunca. ¿Me abrazarías? Prometo no pedir perdón, si tú también prometes que no vas a hacerlo.

Escribo esta carta y ni siquiera sé si te la voy a enviar. Tengo el celular a mi lado y no me atrevo a marcar tu número. Después de todo, no contestarás. Número, números, no importan los números. Tengo muchas cosas que decirte, pero tal vez cuando ya no te necesite, la culpa pesará más. Me pregunto qué tanto me necesitaste, qué tanto me soñaste, o qué tanto escondiste ese vestido que me regalarías si yo no me hubiera puesto la capa de viaje.

Nada de esto importa. Yo sé a quién felicitaste por esta fecha, yo felicité a la misma persona. Entre bromas, siempre entre bromas. Ni siquiera sé. Entre bromas fue que al final me alejé de ustedes dos, las personas que más amé. Y al final, entre bromas digo: espero que olvides.

Yo olvido. Olvido bien. Olvidé tu película favorita y eso desencadenó en miles de bromas y decepción mal disimulada de tu parte. Entre bromas, siempre entre bromas. A veces hasta olvido cómo se sentía la calma antes de la tormenta, a veces, sólo puedo recordar el miedo en medio de la tempestad.

Al final no dije nada de lo que quería decirte. Igual que siempre. A veces. Al final te confundirías con mis palabras y te sentirías culpable. Al final pedirías perdón.

El dolor de cabeza no me deja en paz, así que yo dejaré en paz a este papel. Te confundirías. Tengo que preparar mi maleta, porque este año tengo cosas que hacer en mi cumpleaños. Yo, que nunca tengo responsabilidades importantes, tengo un largo viaje que hacer. Y pensar que meses atrás, cuando pensaba en mi cumpleaños, yo estaba segura que serías más cálido conmigo de lo que eres ahora. Estaba segura que pasaría el día escondiendo mi frente en tu cuello escuchándote decirme Te amo. Y ahora; no sé si estoy huyendo de ti, de ellos o de mí.

Es catorce de febrero, y hay rojo en todas partes. Hay rojo en mis uñas, incluso. Hay rojo en las promesas vacías. Te amo. Hay rojo en tus sábanas, escapando de tu pecho perforado. Pero no tengo tiempo para limpiar la habitación, tengo un avión que tomar.

Feliz día.

jueves, 5 de febrero de 2015

Reflexiones de la chica de sonrisas y silencio.

Me abrazas. Pones tu mano izquierda en mi cintura y todo está bien. Somos felices, nos amamos.

Luces en todos lados. Sonrío, no sé a cual de las cámaras, pero sonrío. Les demuestro que me haces feliz. Esta vez nos toca darnos un beso, así que sonríes con ternura y posas tus labios sobre los míos, cierro los ojos y me dejo llevar durante el poco tiempo que dura. Me aferro a la sensación de que me quieres.

Se acaba el evento y tienes que llevarme a casa. El camino hasta el auto llevaría la mitad de tiempo si no te sacaras fotos con esas chicas que tanto te aman. Vamos a casa. Se acaba la farsa una vez más.

Te aman. Nos aman. También me odian. A algunos les encanta vernos tomados de la mano. A otros, los más observadores, les parece triste.

¿Y quién comprende? Se ponen en tu lugar, te admiran, se compadecen. Pobre muchacho al que no le permiten ser libre.

¿Hay alguien que se ponga en mi lugar? ¿Acaso soy yo la que corta tus alas? Y qué importan los "beneficios"; la fama, las oportunidades, las sonrisas y los contados besos. ¿Qué importan? Si al final del día, recuerdo que no es real. Si cuando puedes besarme sin los flashes escandalizado el momento, no estás dispuesto a hacerlo.

Eres mi amigo. Confías en mí, disfrutas conmigo, pero para ti no soy lo que los demás piensan. Tú me aprecias por ayudarte a tener un poco de tranquilidad con ese secreto del que ya no quiero formar parte.

Era un trato justo, ¿no? Lo era al principio. Un beneficio a cambio de otro. Sencillo, equitativo, fácil, perfecto.

Pero, ¿cómo puede ser perfecto si no estás aquí cuando no están ellos? Cuando podemos abrazarnos, cuando el tomarnos de la mano sería amor y no engaño.

Quédate conmigo. Cántame una canción. Prepara un té para mí. Cocina. Haz algo romántico, porque el sacrificio que hago es cada vez más grande.

Ámame. Ámame como amas a a ese otro alguien. No quiero que me agradezcas por ayudarlos, quiero que me quieras.

Pero no puedes, y lo entiendo. Es sólo que a veces me cuesta adaptarme a la función que cumplo en esta historia, y quiero ser el otro personaje.

Me quieres en la medida en que corresponde. Y los que te aman, los que son más observadores, saben cómo me quieres. Saben lo que soy, lo que doy y recibo en este cuento de fama y dinero.

Sólo quiero que me regalen otro corazón. Porque al que tengo no le importa engañar a los otros, pero ya está cansado de engañarse a sí mismo.

lunes, 2 de febrero de 2015

Un poco de rendición. Sólo un poco.

Muevo los pies y la cabeza al ritmo de un compás triste. Bailo sola en el medio de la habitación, porque esta noche mis demonios prefirieron verme bailar que bailar conmigo.

Cierro los ojos porque no quiero ver sus sonrisas perversas disfrutando de mi soledad en la pista de baile. Quiero ser fuerte esta vez. Levanto los brazos al cielo pidiendo dejar de equivocarme; pues aunque bailo sola, estoy pisando los pies de alguien más. Mi cabello se despeina, y no me importa. No quiero ser la niña bonita que se porta bien, quiero ser la cabrona que disfrutó la fiesta y no dejó que nadie la lastime. Mis pies están sangrando pero no dejaré de bailar hasta que los demonios se cansen. No dejaré que vean en mí una expresión de rendición.

Sonrío. Porque en esta vida tan jodida hay que disfrutar cuando ganas una batalla, aunque sepas que perderás la guerra.

Caigo al suelo y mis rodillas sangran también. No se han ido. Se acercan mostrando sus dientes mugrientos, y sus ojos de fuego me asfixian. Me rodean. Me atrapan. Me rindo ante ellos una vez más.

Estoy cansada de no cumplir las promesas que me hago.

Suena el despertador. Me siento en la cama y, frente mío, la pared empapelada con frases me desea buenos días. No quiero peinarme para salir. Quiero que los demonios que conviven conmigo fuera de mis pesadillas, también vean que doy guerra a mi manera.

Pasan las horas y se acaba el día. Llega la noche y tengo que ir a la guerra acostada, con los ojos cerrados. No es una guerra justa.

Es el mismo salón, pero esta vez la música es alegre. Hay mucha gente. Hombres borrachos en las esquinas. En el centro, parejas bailando felices porque no se están pisando el uno al otro. Yo también estoy bailando, con un espejo. Miro mi vestido azul oscuro, mis ojos rojos del llanto y el maquillaje corrido.

No quiero bailar más, pero la chica en el espejo se ríe y me obliga a seguir bailando. No me gusta tener un vestido tan ajustado, pero ella quiere seducir hombres para luego romperles el corazón. Los tacos hacen que me duelan los pies, pero a ella le gusta que sean altos, porque esta noche ha decidido pisotear a todo hombre que caiga en sus redes. Y todos caerán.

Bailamos durante horas. Los hombres se acercan y, mientras yo lloro, ella les habla al oído. Va con ellos a alguna habitación. Les promete un siempre. Son todos unos chiquillos buscando que alguien los proteja de las chicas malas.

Despierto otra vez. Me levanto, saco el espejo de cuerpo completo de la pared, y lo pongo debajo de la cama. No me molesto en maquillar mis ojeras, porque en realidad nadie se preocupará por ellas.

Tuve un buen día. Pero cuando el sol se oculta, vuelve la guerra. Y no puedo huir de ella.

Esta vez estoy caminando por una calle oscura y fría. No tengo abrigo, tengo sandalias y un pijama corto.

Se acerca el chico. Él. La encarnación de los estereotipos más tontos de mi adolescencia. Me abraza, me da calor y me quiere. Veo en sus ojos amor, y lo abrazo. Entonces, mientras susurro promesas en su oído, en mi mano aparece un cuchillo que termino clavando en su espalda. Me mira y sonríe. Me dice:

“Tuviste otra oportunidad de ser feliz, pero te encanta ser la chica que ves en el espejo. Y nosotros no nos cansamos de perdonarte.”

De su boca sale sangre y me da un beso. Su cabello castaño toca el suelo. En mi lengua está el sabor de su sangre.

Otro día comienza. Salto desde la cama y arranco las notas que pegué en la pared. Lloro. Lloro como no me permitía hacerlo fuera del mundo onírico desde hace mucho tiempo. Me abrazo a mí misma, porque nadie más lo hará por mí. Me refugio entre las frazadas; sabiendo que nadie me protegerá de ser la chica del espejo, la que está debajo de la cama esperando su oportunidad.

No salgo. Saldré otro día a prestarme para la lucha. Otro día será en el que me ponga a disposición de esta guerra con un mundo hipócrita.


Hoy no quiero formar parte de él.