jueves, 18 de septiembre de 2014

El chico de la sonrisa misteriosa.

Escuchar más de cinco veces la misma canción sobre rencor y fumar unos cuantos cigarrillos no bastaron; tuve que probar tomando unas cuantas cervezas, pero tampoco.

Fui a dormir y antes de hacerlo, inevitablemente volví a odiarte.

Nunca entendí esa necesidad de hacer sangrar mis ojos escribiendo aquellas cosas de una manera tan hermosa como yo jamás podría expresarlas. Tenías esa sonrisa totalmente inmaculada, pero de entre todas las personas, sólo yo pude notar esa mirada de asesino en serie.

Pero en vez de huir quedé hipnotizada por ella, como todas las demás personas. Sin embargo, mientras todas esas personas estaban atrapadas por la nobleza de tu mirada y la dulzura de tus palabras, yo quedé enjaulada por ese misterio sin resolver de esos ojos que delataban una vida llena de culpas, y por esas palabras que no creía; pero después de todo me interesaban por eso.

Esa poesía que escribías, esos versos por los cuales te adoraban… Tarde se dieron cuenta de la destrucción que proclamabas con esas frases de dolor. Es que a nadie le afectaba como a mí.

Tenía que ser yo, tenía que ser la chica con ojeras y pantalones gastados, la primera en poder dar una opinión coherente acerca de tus escritos que no fuera simplemente halagos. Entonces me volví la oveja negra de la familia.

Ellos todavía no entienden que el hecho de que mi opinión tenga argumentos literarios y en ella no utilice frases como la que ellos usan, no significa que no me gustó. Cuando describí la muerte que percibía en tus textos, más de una boca se abrió con esa sorpresa que era puramente causada por la ignorancia; pero tú sonreíste… Joder, me miraste con esos ojos y en ese preciso momento decidiste atraparme.

Yo no quería salir contigo, pero trajiste un ramo de rosas que hizo que mi madre se enamore, y nadie pidió mi opinión. Me llevaste en tu camioneta a ese jardín lleno de bichos, me miraste a los ojos y dijiste:

-Gracias por venir.

-¿He tenido opción?

Sonreíste de esa forma torcida de chico sexy artificial. Tomaste mi mano y te quedaste mirándola.

-No deberías estresarte tanto. Tal vez si cambiaras de gusto musical, si leyeras otros libros o vieras otras películas, tendrías las uñas decentemente largas.

-¿Piensas que vas a llevarme a la cama criticando mis manos?

-Yo no quiero llevarte a la cama.

-Ah, ¿no? Pensé que siendo el chico de las ideologías clichés de la sociedad, también tendrías deseos clichés. Y si no es así, ¿Qué quieres hacer conmigo? –Pude haber sido menos agresiva, tal vez cruzar mis piernas y mirarlo a los ojos hasta que me diga él mismo. Pero vamos, nadie invita a salir a la chica con el pelo sin arreglar sin tener algún deseo oscuro con ella.

Silencio.

-Vamos, ¿qué quieres de mí, o conmigo?

-Una poesía.