domingo, 9 de noviembre de 2014

Carta a aquel que no recordé.

Mi habitación, 07 de noviembre de 2014.

A quien corresponda:

A veces olvido cuál es el sentido de escribirte, porque sé que arrugas mi carta cuando apenas lees el remitente y me envías un mensaje diciéndome que te deje en paz. Así que considerando esa situación, he decidido enviarte solamente las cartas de los viernes, y guardar las de los martes y miércoles.

Parece tonto agrupar las cartas por días, no es que tenga un cajón con compartimientos donde ubicarlas, pero se convirtió en una especie de costumbre esto de diferenciar los sentimientos que provocas dependiendo de cuántas veces vea en la distancia tu cabello alborotado. Y los viernes, aunque sea menor el tiempo de extrañarte o de odiarte, el temblor del último trago de whisky hace que mis pensamientos chorreen la tinta sobre algún papel de sangre coagulada.

Me pongo a pensar en ese treinta y uno de febrero en que me dijiste que me perdí en el tiempo y quedé atrapada en nuestra época de buenos momentos, que era tiempo de secar mis lágrimas y sonarme la nariz, porque no aguantabas otro drama y estabas cansado de hacerme llorar. Y mientras yo repetía “te amo”, tú repetías “perdóname”.

 Y era cierto que estaba perdida; porque yo sabía que no era un treinta y uno de febrero, era un veintinueve, tu única oportunidad en cuatro años de decirme algo que marcaría mi lista de cosas en las que pensar cuando quiero olvidarme de poner la carta en un sobre.

Perdí la cuenta de las veces que te pedí que no me dejes sola, de las veces que te pedí que escribieras para mí, y de las que me pregunté por qué cuando me escribías algo, no podías expresar otra cosa que dolor. Y la única vez que respondiste a esa pregunta fue con una mirada, un beso en la frente y una sonrisa. Y ahora puedo decirte: La lástima chorreaba de tus labios cuando me diste ese beso en la frente. Pero no me importó, porque fingí llenar ese vacío con la sensación de tus dientes mordiendo mi labio inferior.

Creíste que tus manos encajaban perfectamente en mi cintura, pero al cabo de un tiempo terminó gustándote más como encajaban alrededor de mi cuello. Y tal vez en esta carta la mayoría de los recuerdos citados sean de acciones tuyas (no quisiera nombrarlas como errores), pero tal vez no sepas que la primera carta que arrugaste eran cinco páginas y media, que contenían los errores que yo pude recordar cometer, y que al final te pedía que me respondas con una lista de errores que había olvidado citar.

Y sé que es una tontería pretender que sigo sin sonreír; pero a quién engaño si digo que no extraño la piel de gallina que me provocabas cuando besabas mi cuello, que no tengo que clavar mis uñas en las palmas de mis manos para no acercarme a ti e intentar domar ese mechón de cabello al que siempre se le da por levantarse con el viento como si pudiera desprenderse de tu cabeza, y ser libre.

Hablando de piel de gallina, de uñas clavadas en la piel, de libertad… ¿Sigues fumando para olvidar que eres feliz? Ese último trago de cerveza que compartimos en  la cocina de la casa de tu mejor amigo, cuando yo no quería estar en la sala escuchando sus groserías, y tú no querías mirar pornografía con ellos; ¿recuerdas ese trago de cerveza de mala calidad, que te hizo sostenerme el cabello mientras vomitaba toda nuestra relación en el patio de atrás de algún desconocido?

Si hubiera sabido que sería la última cosa que compartiríamos sin que evadas mi mirada, hubiese tomado más despacio esa cerveza, hubiese grabado en mi mente aquella broma que dijiste y que me hizo reír hasta tener arcadas, hubiese disfrutado más cuando le daba ese rodillazo en la entrepierna a tu primo que intentó tocar mis senos.

Apuesto a que hubiera podido ver cómo golpeabas a tu primo (me enteré una semana después, cuando al cruzarlo por la calle me pidió disculpas y vi su labio hinchado y las suturas arriba de la ceja, sin mencionar el brazo roto; vamos, no debiste desquitarte con él) si no me hubiera marchado luego de que me grites 6 groserías y media (eran las 04:18), me echaras de la casa de tu mejor amigo, y también de tu vida.

No cometas el terrible error de pensar que sufro al escribir esto, no, mi querido rey de las miradas rencorosas. Sigo preguntándome si algún día dejarás el egocentrismo de lado y te darás cuenta que no eres la única persona que tuvo el protagonismo suficiente en nuestra relación como para poder arruinarla.

Adjunto a esta carta un poema que escribí recordando ese 15 de febrero a las 16:34, cuando dijiste 19 elogios (uno por cada año vivido) y 36 groserías (una por cada día desperdiciado). Y si no abres esta carta, que es lo más seguro… No te preocupes, sé que me amaste, no dudo de ello. Pero ahora sólo escribo poemas en tu nombre y cierro mis ojos en las escenas sexuales de las películas románticas, porque no estás aquí para protegerme.

Espero que hayas notado que ya me ubico mejor en el tiempo.

De quien corresponda.

lunes, 13 de octubre de 2014

El "Buenas noches" antes de morir.

Mis lágrimas no bastaron para hidratarte y darte vida, y yo no pude hacer más que seguir zollozando.

Pusiste una mano en mi cintura y yo una en tu hombro, pero en vez de danzar nos empujábamos, y en vez de mirarnos a los ojos buscábamos nuestros puntos débiles.

Ese susurro en mi oreja fue suficiente para que me abraces de la cintura, para que enlacemos nuestros dedos, ¡incluso para no tener vergüenza de despeinar tu cabello! Te hubiera dado más besos, pero las palabras sobraron. Y entonces los gritos fueron más intensos que las sonrisas, pero los abrazos lo eran más.

Hasta que quise escribirte una poesía, pero mi sangre no bastó y sólo llené unas cuantas líneas de puros dibujos triangulares con un bolígrafo azul.

Oh, protégeme un poco más esta vez. Vete, si quieres, pero antes ata mis manos para que yo no pueda destruirme. Haz esto por mí.

Quise escribirte algo durante días, todo un libro de despedida. Pero también quise hacerlo sin que mis ojos chorreen, siempre propensa a fallar.

Ven y bésame una vez más, deposita ese veneno en mi cuello y luego déjame morir sola. Es que yo quería que mis lágrimas sean suficientes para mantenerte con vida, pero no lo fueron, aunque tampoco quise dejar que salgas de entre mis brazos y vayas a buscar otra fuente.

Empecé a pensar en esto cinco minutos después de voltear, a escribirlo media hora después, y a terminarlo nunca. Pero ya terminó, después de todo, no importa lo que escriba.

Hubieses usado algo filoso para cortarte las alas, no desplumarlas una a una. Hubieses llorado en vez de sangrar, hubiéramos madurado antes de amar.

Pero no amamos, ¿o si amamos? ¿qué amamos de todo esto?

No me dejes hacer esto, no me dejes dudar. ¿Desde cuándo comenzaste a permitirlo? ¿Desde cuándo comencé a destruirte? ¿Fue aquella vez que saliste del salón de clase al mismo tiempo que yo, y pusiste un brazo alrededor de mis hombros? Afilé los colmillos porque percibí un corazón bombeando sangre, sangre que podía disfrutar y luego dejarte vacío sin más.

Pero te amé, sí, te amé. Te amé tan intensamente que también te dí el poder de destruirme, te amé tan inmensamente que te pedí un rato más.

Guarda esto en un baúl, ponte el sinsajo en el traje y ve a luchar contra tus demonios. La soledad es un efecto colateral de estar muriendo, pero al final, todo acaba en el olvido.

Estoy mintiendo, estas líneas son un asco. No te olvido, te anhelo. No te amé, te amo; pero ya no quiero formar parte de un mundo de mártires, no fue suficiente el corazón para hacer valer el sacrificio. Te extraño, extraño tu voz en mi oído desequilibrando mis restricciones. Pero no vuelvas, no te hieras más.

Espera a que tus alas crezcan de nuevo, y luego intenta volar, espero que me dejes estar ahí sosteniendo tu mano.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El chico de la sonrisa misteriosa.

Escuchar más de cinco veces la misma canción sobre rencor y fumar unos cuantos cigarrillos no bastaron; tuve que probar tomando unas cuantas cervezas, pero tampoco.

Fui a dormir y antes de hacerlo, inevitablemente volví a odiarte.

Nunca entendí esa necesidad de hacer sangrar mis ojos escribiendo aquellas cosas de una manera tan hermosa como yo jamás podría expresarlas. Tenías esa sonrisa totalmente inmaculada, pero de entre todas las personas, sólo yo pude notar esa mirada de asesino en serie.

Pero en vez de huir quedé hipnotizada por ella, como todas las demás personas. Sin embargo, mientras todas esas personas estaban atrapadas por la nobleza de tu mirada y la dulzura de tus palabras, yo quedé enjaulada por ese misterio sin resolver de esos ojos que delataban una vida llena de culpas, y por esas palabras que no creía; pero después de todo me interesaban por eso.

Esa poesía que escribías, esos versos por los cuales te adoraban… Tarde se dieron cuenta de la destrucción que proclamabas con esas frases de dolor. Es que a nadie le afectaba como a mí.

Tenía que ser yo, tenía que ser la chica con ojeras y pantalones gastados, la primera en poder dar una opinión coherente acerca de tus escritos que no fuera simplemente halagos. Entonces me volví la oveja negra de la familia.

Ellos todavía no entienden que el hecho de que mi opinión tenga argumentos literarios y en ella no utilice frases como la que ellos usan, no significa que no me gustó. Cuando describí la muerte que percibía en tus textos, más de una boca se abrió con esa sorpresa que era puramente causada por la ignorancia; pero tú sonreíste… Joder, me miraste con esos ojos y en ese preciso momento decidiste atraparme.

Yo no quería salir contigo, pero trajiste un ramo de rosas que hizo que mi madre se enamore, y nadie pidió mi opinión. Me llevaste en tu camioneta a ese jardín lleno de bichos, me miraste a los ojos y dijiste:

-Gracias por venir.

-¿He tenido opción?

Sonreíste de esa forma torcida de chico sexy artificial. Tomaste mi mano y te quedaste mirándola.

-No deberías estresarte tanto. Tal vez si cambiaras de gusto musical, si leyeras otros libros o vieras otras películas, tendrías las uñas decentemente largas.

-¿Piensas que vas a llevarme a la cama criticando mis manos?

-Yo no quiero llevarte a la cama.

-Ah, ¿no? Pensé que siendo el chico de las ideologías clichés de la sociedad, también tendrías deseos clichés. Y si no es así, ¿Qué quieres hacer conmigo? –Pude haber sido menos agresiva, tal vez cruzar mis piernas y mirarlo a los ojos hasta que me diga él mismo. Pero vamos, nadie invita a salir a la chica con el pelo sin arreglar sin tener algún deseo oscuro con ella.

Silencio.

-Vamos, ¿qué quieres de mí, o conmigo?

-Una poesía.

jueves, 28 de agosto de 2014

Reflexiones de una mente perturbada II.

Y él dijo esa palabra que empezamos a usar para no usar la otra, pero al final adquirió el mismo significado.
Y quise dar la espalda al cansancio que me da las cosas que pasan cuando no pasa nada.
Y conté hasta tres, pero él no quiso esconderse
Fue eclipsado por la luz de la destrucción que él conocía y que antes fue su hogar
Y quise contar hasta tres de nuevo, pero las matemáticas fallaron y ese sentimiento que se creía eterno aceptó sus incapacidades.

Y quise huir, pero mis piernas también fallaron y no me permitieron esconderme
Y me quedé ahí parada, viendo como los trocitos llegaban hasta mí y ensuciaban mis zapatos.
Esos zapatos que quise cuidar, para que la caminata con compañía dure más
Esa caminata que quise cuidar, para que al final del camino encontremos descanso
Ese final del camino al quise llegar, para que las cicatrices de las caminatas sin compañía ya no sientan rencor
Esas cicatrices que quise conservar, para recordar que mis brazos ya no luchan para mí
Estos brazos a los que lastimé en la búsqueda de su sanación.
Esa sanación que creí encontrar en ese sentimiento artificialmente eterno.


Ese sentimiento artificial que fue más real que el dolor.

jueves, 21 de agosto de 2014

El premio consuelo a las pestañas.

Arañame más fuerte esta vez
Tanto deseabas que tus garras se vuelvan filosas.
Arañame más fuerte, aunque sea con tus pestañas
Que siempre fueron opacadas por las mías.
Las que para vos eran largas y hermosas,
Pero nunca me sirvieron para volar.

Besame hasta hacer que traspase
Este mundo de responsabilidad limitada.
Estos ojos sin imaginación
Este cuerpo putrefacto.

Gritame más fuerte, que tus ojos ya no bastan.
Tu voz como pequeños cristales
Pulverizando mi cuerpo de papel mojado.

Arañame, haceme sangrar
Porque quiero escribir con mi sangre
Aquello que no pude grabar en tu piel.

Amame a los gritos, pero amame.
Aunque sea con rencor
Aunque sea un amor contaminado,
Dámelo.
Que mis manos mendigas
No quieren otra limosna.

Amame con arañazos
Grabame este sufrimiento.
Que cuando los gusanos me coman,
Hasta yo podré olvidarlo.

jueves, 24 de julio de 2014

Aquel amor de aquella juventud.

No tuvimos mejores momentos
Que aquellos de puro silencio,
En que las miradas disfrutaban su protagonismo.

Toda esa felicidad tan frágil, tan improbable
Pero él hacía que se sintiera real.
Y cuando el miedo buscaba un rincón,
El hacía con sus brazos un escudo.
Y yo no podía pedir más.

Miré sus ojos, su sonrisa
Y supe que no podía echarme atrás
En ese campo de batalla.

¿Y para qué lo querría?
Esa guerra contra mí
Era la única que valía la pena.

Y entonces aquella música
La de tantas lágrimas
Y unos cuantos desvelos.
“¿Sabes por lo que vale la pena luchar? Cuando no vale la pena morir”*
Y tuve la respuesta:
Él era la respuesta.

Y diablos, mi corazón no lo soportó.
No lo pude detener
Y fue directo a sus manos.
Y tuve que aceptar,
Que el puesto de la soledad 
Sería desocupado permanentemente.

sábado, 12 de julio de 2014

Los ojos se están ahogando de tanto deshidratarse, y yo me tengo que sacar mis tres capas de abrigo para poder inhalar suficiente aire. Y este aire invernal lastima mi nariz que acompaña a los ojos en su inundación. ¿Y dónde está el pañuelo? Está en el bolsillo de aquella que acaba de irse a convertirse en alimento de algún ser sin sentimientos.

¿Y dónde está el consuelo? Está en todas partes, de todas las personas, incluso de aquellas que no me conocen lo suficiente para saber porqué me vestí de blanco. Pero el único mísero consuelo lo encuentro en los brazos de aquellos que sí entienden el blanco, que sí entienden la asfixia.

Pero este vacío es tan grande, que esta habitación le tiene envidia. Y mis ojos expresan tanto, que todas las nubes del cielo claman por tener su capacidad.

Y el frío me envuelve, y me hace doler la piel, pero no me pongo el abrigo porque los jadeos continúan, y mis pulmones siguen rechazando el aire, como si quisieran seguir a los dos que se fueron con ella.

domingo, 29 de junio de 2014

Todos gritan, golpean las paredes, cierran puertas con un gran golpe.

Ellos sólo quieren escuchar, entender, pero no hacen más que gritar. ¿No entienden que sus gritos lo empeoran?

Buscan la solución a un problema, agrandando las causas. Buscan ser queridos, repartiendo odio. Buscan amar, imponiendo su egoísmo.

Buscan vivir, asesinando a los demás.

domingo, 15 de junio de 2014

Construyendo destrucciones.

Cuando las paredes no aguantan el techo
Y estás habitando en el segundo piso
de las necesidades
¿Qué puedes hacer?
Sabes que afectará a los de abajo
Pero quieres que el techo se caiga
Porque tu masoquismo te llevó a vivir
En el tercer piso de la nostalgia
Y no lo quieres aceptar.
Y sabes que vas a extrañar el techo
Pero quieres que se caiga.
Porque sientes ese fanatismo
Por saber hasta qué punto
Puede llegar tu autodestrucción.
Las paredes se están quebrando
Y empiezas a sentir rabia
Por el que la construyó.
Y el que la construyó fuiste tú.
Estas sufriendo tanto, pero sientes más curiosidad aún.
¿Hasta dónde llegará todo?
¿Moriré en el instante en el que el techo me aplaste?
¿O me levantaré de entre los escombros y me seguiré arrastrando?
Estás ahí, acostado
Sólo esperando que el techo
Se caiga a pedazos.
Quieres que el momento pase en cámara lenta
Para medir los trozos
Antes del impacto.
Porque la curiosidad es masoquista
Y tienes un alma tan curiosa.
Cuando las paredes no aguantan el techo
Y eres el dueño
Del edificio del egoísmo.
¿Qué puedes hacer?
Sólo...
Demolerlo.

sábado, 10 de mayo de 2014

La infelicidad de un corazón masoquista.

Agarró mi mano y la apretó, aún sabiendo que yo no correspondería el gesto. Me dio un beso en la mejilla, con la certeza de que no lo devolvería, notó que no estaba prestando atención. Me observó aunque sabía que yo no voltearía para mirarlo.

Lo quiero tanto. Cuando él no lo nota, observo sus manos y me enamoro de cada detalle, especialmente de aquella cicatriz próxima al pulgar. Cuando él no se da cuenta, observo sus labios y los grabo en mi mente. Cuando él no presta atención, memorizo cada detalle de su rostro. Pero él no lo sabe, no se imagina el amor tan grande que mi pecho guarda celosamente, yo tampoco lo hago.

Cuando le hablo de él, ella me dice "ojalá estén juntos por lo menos hasta fin fe año", yo también quiero eso. Cuando le digo a ella que me quiero casar con él, me dice que es algo muy tierno, pero sé que en el fondo ella está segura de que no va a suceder. Porque lo que ella sabe, y él empieza a notar, es que soy tan propensa a arruinarlo.

Y nos estamos equivocando constantemente, y él se equivoca porque yo me equivoco. Él lo da todo, y yo trato, pero no tengo nada que dar.

Sentimientos erróneos, personas incorrectas, felicidad conformista.

Es un amor demasiado grande para poder controlarlo. Y lo amo, ojalá pudiera expresarlo. Ojalá pudiera hacerle entender este sentimiento que no comprendo, hacerle conocer este misterio de mi corazón. Vaciarle de dudas, hacerle ver que quiero estar con él. Quisiera poder protegerle de mí, que no tenga que comprender.

Los labios gastados, los ojos adoloridos por el llanto, las piernas cansadas, las manos heridas por la batalla contra una misma. Ojalá pudiera hacerlo comprender, ojalá no tuviera que hacerlo.

Luego de que pasaran todos estos fugaces pensamientos, me levanto de esta cosa cuadrada.
-Tengo que entrar.
-Todavía no.
-Ya tengo que entrar.
Me toma de la mano y me acompaña, me roba un beso que sabe que no le quiero dar y se va; no sin antes decirme esas dos palabras. Cuando apenas se va empiezo a extrañarlo, ojalá pudiera decírselo.

Lo quiero demasiado, me odio tanto. Odio reprimir mis sentimientos, ya perdí a muchas personas por eso, no quiero perderle a él.
-No me dejes.
-No te voy a dejar, te amo. No me dejes vos, no dejes de ser mi novia.
-Nos vamos a cansar de estar juntos.
-Yo nunca me cansaría, pero algo me dice que vos te vas a cansar de mí.

Ya estoy cansada. Vengo arrastrando un cansancio pesado, y vos insistís en ayudarme con la carga; pero tiene un candado, no la puedo compartir. No me quiero cansar de vos, no quiero otro amor de juventud.
-Tuve una idea extraña.
-¿Qué?
-Cuando me acariciabas el cabello, te imaginé siendo un viejo de ochenta años; con cabello blaco y arrugas, acariciando mi cabello cuando también sea vieja.
Otras ideas de vejez, arrugas, bastones. Risas. Llanto interno.
-Nuestros hijos van a ser hermosos.
-Y muy inteligentes.
-Y fanáticos de Harry Potter.
Y esto, y aquello.

Él lo sabe, claro que lo sabe. Sabe que lo amo, aunque yo en el fondo no lo sé. Sabe que no importa el tercero, sabe que no importa nada. Él conoce el candado de mi carga, sabe que no puedo simplemente entregarla. Él conoce la opresión de mis sentimientos, sabe que no puedo expresarlos.

Él sabe que me encanta que me diga que soy hermosa, él sabe que estoy enamorada de él, aunque eso sea algo malo. Él sabe, él sabe más que yo, yo sé mucho más. Él entiende que yo intento, él sabe de mi infeliz felicidad.

Y yo sé, yo también sé. Sé que lo quiero, sé que quiero estar con él. Las dudas vienen, llegan todas juntas; hacen que tire todo al piso, pero él me ayuda a levantarlo y llevarlo adelante. Y las dudas aparecen, y llega el tercero, pero también se van. Y yo sé, yo también sé. Sé que vamos a estar juntos por un tiempo infinito, aunque tal vez él no lo entienda.

Porque algunos infinitos son más grandes que otros.

martes, 6 de mayo de 2014

Reflexiones de una mente perturbada.

Es tarde y estoy cansada, ¿donde estás? No estás abrazándome, no estas tratando de animarme. Es de noche y no quiero que sea mañana, porque no te voy a ver. Ni mañana, ni dentro de tres días, ni la semana siguiente; no sé cuando volveré a hacerlo.
Fue decisión mía, yo me quise ir. Yo sé que siempre entendiste esa necesidad de alejarme, de apartarme de ese lugar, yo sé que vos sabes que no te abandone, simplemente ya no podía.
Es tarde y no estás conmigo. No estás conmigo porque ya es tarde para no cambiar, y el cambio siempre fue inevitable. Y ahora, escuchando música que está en un idioma que no entiendo del todo, pero aun así me hace llorar; me doy cuenta de mi soledad.
No estás, ¿donde estás? ¿Dónde estoy? Ya no estamos tirados en el piso blanco discutiendo por estupideces, o sentados en "nuestro lugar" escuchando aquellas canciones que en ese entonces me hacían extrañar. Y ahora te extraño a vos, no fue un sentimiento planeado.
Mi ego decidió que te superaría y pasarías a ser un buen recuerdo. Después de todo, yo decidí irme. Sin embargo tu ausencia no se puede ignorar, no me olvido de aquella facilidad de mirar a la izquierda y encontrarte ahí, mirándome también. De aquel amor no correspondido que sentíamos los dos, del daño que nos hicimos por querernos tanto, de la felicidad que siempre arruinábamos.
No estás, no estoy. Fui ahí, fui allá, recorrí esos lugares sin vos. Volví a ver ese rastro del dolor que había sentido ese último tiempo, recordé nuestras manos enlazadas, mi cabeza en tu hombro, nuestros oídos sordos a los comentarios de los demás, nuestras notas en las páginas de atrás, tus regalos creativos, tu indiferencia, mis lágrimas, tus anécdotas y mis risas, nuestros 'te quiero' de reconciliación, nuestras peleas por celos, nuestros chats deprimentes, nuestro amor inmenso y abandonado por los dos.
Recuerdo que eras la base de mi mundo de cristal y que, sin vos, mi frágil fortaleza se hacía pedazos. Yo no estaba bien en ningún lado en el que no estuvieras, y ahora estoy en todos lados sin vos, ¿como estoy sobreviviendo? No sé, supongo que encontré otro punto de apoyo.
Soy feliz, tengo amistades sinceras, tengo un amor correspondido, estoy bien. Sólo que, quisiera que formes parte de esta felicidad. Espero que estés bien, sin esta chica depresiva que cuestionaba tu manera de llevar las riendas de tu existencia.
Te extraño, y me haces falta. Recordar nuestro corto tiempo juntos me hace sonreír entre las lágrimas, pues, ahora representan un pasado que duele por haber sido un presente feliz. Y estoy bien, estamos bien, simplemente estamos creciendo. Y no es mi primera separación, mucho menos la última.
Es tarde y estoy cansada. ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? Estamos en el mismo planeta, en el mismo continente, en el mismo país, incluso en la misma ciudad. Que cerca estamos, cuánta lejanía entre nosotros.
Total, que más da.

domingo, 20 de abril de 2014

Libres para pasar toda la vida escapando.

Él estaba sentado mirando al frente. Cualquiera diría que estaba mirando la televisión, pero no era así. Él estaba mirando el pasado. Odiándolo, disfrutándolo, extrañándolo. A él no le importaba el casamiento del hombre con traje rojo.

A él le importaba ella.

Él no la culpaba, ¿cómo podría hacerlo? Ella no quería que todo acabara. Pero no pudo evitarlo, la prohibición venía de escalones superiores; ellos no podían contra eso. Él no la culpaba, él la quería.

Y ella también lo quería, ¿cómo podría no hacerlo? Él era más de lo que una cree posible, no se creía merecedora de aquel amor que él le obsequiaba. Ella quería poder, ella lo deseaba con todas sus fuerzas.

Pero sus fuerzas no eran suficientes.

Renunció. Dijo aquello que acababa con todo. Dijo esas dos palabras que condenaban a las esperanzas a ser simples molestias: pasaban de ser aquello que mantenía vivo el propósito, a ser algo dañino para aquel que las sintiera.

Él no esperaba que ella dijera eso, aunque en el fondo temía que sucediera en algún momento. No lo creía, no creía en ese no querer; no creía en ese final. Él sabía que no era ausencia de sentimiento, era falta de fuerza para la lucha lo que la llevó a renunciar. Pero, ¿qué podía hacer? Nada.

Él estaba decidido a hacerlo; él lo deseaba, él tenía fuerzas para luchar por ello. Pero no la podía culpar por no tener fuerzas. Su lucha era diferente, ella estaba era muy cercana a los escalones superiores. ¿Y qué podía hacer? Nada.

A él no le importaba el casamiento del hombre con traje rojo, él se sentía solo.

No es que estuviera solo. Estaban sus amigos y amigas, no dejaban de preocuparse; le apoyaban, le querían. Él se sentía solo porque no estaba con ella. Y porque ella había decidido que ya no estarían juntos.

Él agarró su celular, ignoró los mensajes de todos los antes mencionados, los que le querían y se preocupaban. Agarró su celular, pero claro, no podía escribirle; ¿para qué? Aquellas dos palabras ya fueron dichas. Agarró el celular para poner esa canción, él sabía que le ayudaría.

¿No es una pena que a la luz del sol le siga el trueno?

Todavía podía sentir el regocijo del primer ‘te quiero’.

Estoy tratando de hacer frente al día.

Las esperanzas ya se convirtieron en molestia, pero él no quería dejar de sentirlas. Era lo único a lo que podía aferrarse.

Vamos a huir juntos tú y yo, siempre vamos a ser libres…

Él seguiría queriéndola.

Libres para pasar toda la vida escapando, de las personas que pueden ser nuestra muerte.

No quería dejar de hacerlo.

¿Estoy mirando mi TV, o me está mirando a mi?

Para él no había acabado del todo.

Veo otro nuevo día amaneciendo.

Si seguía habiendo amor, él seguiría intentando.

Y se alza sobre mí.

Él sería fuerte por los dos.

Y mi mortalidad.

Él esperaría.

Y puedo sentir las nubes de tormenta, chupando mi alma.


miércoles, 19 de febrero de 2014

No te subas al pingüimóvil.

“Cuidado con lo que deseas” repetían. Y por supuesto, no les hice caso.

Deseaba poder aferrarme a alguien, terminé extrañando a mucha gente. Deseaba sentir algo, sentí dolor. Deseaba vivir, y entendí que en la vida nos vamos muriendo un poco cada día.

Errores, cuántos errores. Víctimas y culpables, afectados y hacedores somos.

O lo soy yo.

Creí que ya había aprendido, que con eso último fue suficiente. Pero una ‘demasiadoadicta’ nunca tiene suficiente. Entonces dije que no podía ser más egoísta; pero claro, tengo una gran capacidad para superarme.

Eso debería ser algo bueno, ¿verdad?

Por si todavía no quedó claro, NUNCAESSUFICIENTEPARAUNADEMASIADOADICTA. Y ahí va el porqué.

Prometiéndome una y otra vez que dejaría de equivocarme tanto, fui recorriendo un camino de errores. Dañando gente, arruinando amistades, ganándome soledad. El orgullo terminó siendo mi único refugio, y el masoquismo mi mejor amigo. Siempre lamentando mi infortunio, desaproveché aquellas oportunidades de hacer feliz a la gente. Ahora caigo en la cuenta de mi estupidez a la hora de poder mejorar la situación.

Y entonces aparece él. Tan tierno, delicado, tan lejano. Alguien demasiado bueno para que llegue a mi vida justo en ese momento. Yo no quería, o tal vez si quería. Tal vez mi masoquismo hizo que quisiera. El asunto es que sin darme cuenta ya estaba esperando que me escriba.

Pero él, es de esas personas que sabes que no mereces. En el remoto caso que te quisiera, no podrías darle esa felicidad de la cual es merecedor. Tan pequeña me siento, tan insuficiente.

De aquellas amistades que sabes que si arruinas, merecerías ir a prisión.

Yo no quería, pero no pude evitarlo. Y ahora estoy en una situación sin salida; reprimiendo sentimientos y necesidades. Sabes que no te va a llevar a ningún lugar. O tal vez si te lleve, pero no a uno bueno. Sabes que no te va a llevar hacia algo bueno, pero ya subiste al vehículo. Y ya está en movimiento. Y no te podés bajar. Porque te está llevando a algún lugar, no tenés idea hacia dónde. Pero tenés miedo.

El vehículo con forma de pingüino patinando en el espacio y tomado helado de almendras.

No te subas al pingüimóvil, no lo hagas.

Misteriosos caminos recorre aquel vehículo. Algunos dicen que es lo mejor del mundo mundial, que todos deberían subir. Otros dicen que no es para cualquiera. Según ciertos rumores, hay gente que nunca bajó de él.


No te subas al pingüimóvil. O súbete, llega lejos, y deja de vivir con la intriga de a dónde te lleva.

sábado, 8 de febrero de 2014

Felicidad masoquista y de madrugada.

Cuando es de madrugada, y un nuevo día empieza siendo noche. Y tenés la costumbre de dormir tarde, pero esta noche te pesan las horas que pasas despierto/a. Y te pones a pensar, y empezás a ver todas esas pequeñísimas cosas...

Diminutos detalles que se convierten en grandes torturas.

Esos momentos con gente que está lejos, que está cerca pero no está contigo, que es feliz sin que seas parte de eso. Y notas las cosas que pudieron ser de otra manera. No cosas que hubiesen impedido su separación; sino cosas pequeñas que hubiesen constituido otro buen momento para recordar, para extrañar. No son cambios que habrían evitado el derramar de lágrimas, o los pensamientos nostálgicos; son cambios que habrían permitido tener una risa más, otra sonrisa inesperada cuando caminas por la calle o haces alguna otra cosa cotidiana. Y no te arrepentís de no haber cambiado ese pequeño detalle, simplemente imaginas el momento si hubiese sido así, y no como fue. Y disfrutas ese hipotético momento con esa persona real. Y cuando estás despierto/a en medio de la madrugada, y sos la única persona que no duerme en el lugar, y no estas hablando con nadie más.

Empezás a hablar con tus otros yo.

Y empezás a culparte de esto, felicitarte por aquello, desear eso que es tan lejano. A veces incluso dejas el enojo a un lado, para empezar a ser feliz. Aunque sea por un rato. Y te sentís feliz por ese paseo, esa canción, ese beso, ese abrazo, ese mensaje, ese buen recuerdo. Y al rato empezás a sentirte triste; te sentís triste por ese paseo, esa canción, ese beso, ese abrazo, ese mensaje, ese masoquismo que constituye el recordar. Y en unas horas, o minutos, o segundos... en una madrugada. Sentís un montón de cosas, recordás personas, cosas, canciones, lugares, caricias, que no creíste que aparecerían en tu memoria. Cosas de tu infancia, del día anterior, del año que viene.

Y después dormis, y es una aventura totalmente aparte. Como todo en la vida.

Tal vez sólo soy yo la que pasa por todo eso cuando no puede o no quiere dormir, tal vez. Tal vez un montón de personas pasen por lo mismo. Tal vez nada ni nadie de eso que recuerdo existió, y sólo es algo que imagino mirando un punto fijo en el techo de mi habitación en el manicomio.

Lo que sea.

miércoles, 1 de enero de 2014

Reflexiones a una Mente Perturbada.



Hola, ¿cómo estás?

Bah, para que te pregunto, yo sé cómo estás. Yo te conozco;  más que a nadie, y de eso quiero hablarte. Me cansé de vos, me canse de tu comportamiento egoísta, me cansé de que me tortures, me cansé de que no podamos ser amigas, convivir, en paz. Ojalá pudiera separarme de vos y ya.

Vos no existís si yo no existo. Y si vos no existieras, yo no podría vivir. Tal vez si no estuviera atada a vos, sería menos infeliz.

Yo sé que todas esas cosas que utilizas para torturarme, yo te las brindé. Yo sé que te hice daño, que tenés razones para torturarme gracias a todas las cosas que hice. Pero vos no te das cuenta, yo hice esas cosas por vos, por tu culpa, vos me hiciste hacerlo, vos me hiciste sentirlo. Y ahora venís, me echas en cara todo, me recordas esas cosas que nos hacen daño. Porque así es, a vos te hace daño, el mismo daño que a mí. Porque son las mismas razones las que nos hacen mal. Entonces, ¿por qué vivís recordándolo? Yo trato de superarlo, de no ser masoquista. Y ahí vas vos, arruinando mi mediocre intento. Salís con ese “para que hiciste esto, para que dijiste aquello, no debiste sentir tal cosa”, y es cinismo, porque todo eso fue tu culpa. Venís y me decis “tu culpa es todo esto, aguantate”, como si fuera que vos y yo no somos lo mismo.

Perdoname, en serio. Yo sé que no debo hacerlo, pero entendeme. Por algo trato de ignorarte, de tener un mínimo y superficial contacto contigo. Y parece que eso te molesta más todavía, y reclamas atención, utilizas toda esa adolescencia contenida que tenés, en mi contra. Perdoname, te digo una vez más. Yo lo cambiaría, y sé que vos lo harías. Pero tenes que entender, que no sirve pensar, y pensar, y pensar, y pensar, en todo eso. Cada vez que trato de acordarme de algo lindo, ahí vas y lo arruinas. Y lo más estúpido es que después de todas las lágrimas de esta auto tortura, sos vos lo único que me queda, soy yo lo único que te queda.

Porque no es mi sufrimiento, ni el tuyo, es nuestro. Porque somos lo mismo, somos asquerosamente inseparables. Así que seamos felices, aprendamos a querernos.  Somos dos partes enemigas que se necesitan.


Así que no sé, mente, quereme, que yo estoy tratando de quererte.