lunes, 5 de diciembre de 2016

Otra madrugada para esconderse. Recostada en su pecho, respirando en su cuello. Y él por tercera vez en todo este tiempo acarició mis manos. Esperando el momento adecuado para fumar sin que nos descubran, cuántas discusiones podemos tener en cinco minutos... Bueno, siempre gano todas, pero perdí la apuesta más grande cuando me enamoré.

Ignoro el dolor de saber que cuando se acerque el amanecer seremos dos desconocidos de nuevo, y sonrío por sus travesuras. Es sólo otro muchacho desobediente al que le encanta jugar, pero cómo no derretirme con sus debilidades.

Una pequeña siesta después del sexo, y volvemos a ser dos niños tímidos con un montón de secretos que esconder. No queremos que nos atrapen, pero tampoco le tenemos miedo al castigo. Para eso estamos: para romper las reglas y encarar las consecuencias. No fingimos ser buenos, ni mucho menos inocentes. Pero jamás reconoceríamos que nos portamos mal juntos.

Él por su camino, yo por mi desvío. No hay que dejar en evidencia que llevo su aroma y él mis mordidas. Después del descanso necesario él vuelve a picotear los labios de cada chiquilla loca que está detrás suyo, pero siempre sin que la oficial se entere. Después de cerrar mis ojos y pretender que no le quiero, vuelvo a refugiarme en los brazos del que comprende lo descarriada que estoy. Al menos a una persona se le olvida juzgarme.

Y así vamos, en esta rueda que está en llamas y a punto de explotar, esperando la ocasión exacta para saltar. Queremos cicatrices, pero tenemos que sobrevivir para las siguientes batallas. No soy su última amante, ni él mi último caballero a quien no puedo rescatar.

Sólo somos un encuentro pasajero que pronto ha de acabar.