domingo, 22 de enero de 2017

Entiende que el mundo es grande y su recuerdo también.

Me miras apenada y acompañas a tu amiga al jardín, yo sólo sonrío y doy vueltas al vaso que tengo en mi mano. Muchas personas me miran y siguen un patrón: muestran aparente deseo de hablarme, y luego desvían la mirada. Tú me miras a través del vidrio de la ventana y finges que no te molesta.

Sabes cómo soy, que prefiero los rincones donde observo todo en silencio. Sabes que mi tristeza aumenta mientras más alegría necesito, que cuando hay mucha gente me aparto para no molestar, y me asustan sus miradas expectantes de la misma forma que la indiferencia.

Sabes que cuanto más grande la fiesta más nostalgia me da, porque entre tanto abrazo uno se acuerda del hogar, y con tanta distancia la nostalgia se nutre.

Sabes que hogar son sus ojos cuando le resta importancia a los problemas y me hace cosquillas. Cuando la soledad llega y él la invita a sentarse mientras se toma un último momento y me mira. Luego se va y me deja con ella, porque es buena amiga suya y él tiene otras cosas que atender.

No te enojes porque no puedo, bien sabes que a veces lo veo entre la gente como una ilusión. Y es que toda la gente tiene pedacitos similares, pero él es completo con todas sus grietas. Sabes que procuro, que si no quisiera no vendría. Que si no estuviera dispuesta a avanzar seguiría dibujando en las canciones pedazos de sus sonrisas, así como me encontraste.

Bueno, ya estás harta de saber. Yo sólo me quedo en mi rincón a seguir tratando de recordar que el mundo ya existía antes de conocerlo, y no terminó cuando dejó de mirarme, aunque haya perdido la luz. Que sí sé, tanta nostalgia no me lleva a nada. Pero los abrazos que me da la nostalgia tienen el sabor más cercano al de su cabeza sobre mi hombro una noche de agosto.