lunes, 19 de octubre de 2015

Una vez más, y para siempre.

Como si las cosas fueran tan sencillas como cerrar los ojos para bailar, sonríes y miras de reojo para asegurarte de que estoy destruyéndome. Pero no, bailar con  los ojos cerrados no es fácil. Tienes que estar cuidándote de que no te pisen, y más aún, de no pisar a nadie. Hace que sienta la música en los poros de mi piel, ¿y si la música es una triste balada que me recuerda los tiempos en los que podía besar tus párpados cerrados? No, bailar con los ojos cerrados no es sencillo.

Pero tú lo haces parecer como si lo fuera. Como si pudieras bromear conmigo y pretender que nunca quisiste herirme. Como si yo pudiera sentarme a tu lado y hacer comentarios que te harán reír, ignorando las bromas privadas que podríamos hacer.

Pero entonces, querido, ¿qué quedara? Si pretendemos que nada importa, si nada importa en realidad, ¿qué quedará para hacernos sentir nostalgia? No, no estoy dispuesta a olvidarte. A cerrar los ojos y no extrañar la sensación de tus labios en mi nuca y tus suaves caricias en mi cadera antes de quedarte dormido. No estoy dispuesta a olvidar cómo se sentían tus besos cuando te despertaba para que me traigas a casa, y tú te molestabas porque querías seguir durmiendo a mi lado. Mi príncipe de ojos verdes envenenados, no estoy dispuesta a cerrar los ojos y pretender que todo está bien, si no son tus manos las que rodean mi cintura.

Así que ahora sólo me siento en silencio a ver cómo rellenas los espacios que solía ocupar en tu vida, tratando de no rellenar los espacios que ocupabas con comida chatarra y películas tristes. Porque hemos llegado al límite impensado de lo patético; yo, intentando vivir de tus besos espontáneos en mis mejillas y tú, pretendiendo que te importaba siquiera un poco.

Lo último que haré por ti es invitarte a bailar. Aquí mismo, en el cuarto donde se están quemando las fotografías donde me veo gorda y tú muestras tus torcidos dientes, sí, esas de cuando éramos felices juntos. Ven, baila conmigo antes de que las llamas alcancen mi vestido que tanto te gusta, el mismo que llevaba puesto cuando nos sentamos en el muelle y lloramos mientras contábamos los episodios tristes de nuestra infancia.

Ven aquí, dulzura, toma mis manos antes de que el fuego las consuma. Toma mis manos, aunque siempre te parecieron feas, aunque te moleste que siga mordiendo mis uñas. Bailemos un suave compás en el que no importe si nos pisamos los pies, total dentro de poco esta habitación quedará hecha cenizas y tú y yo nos esparciremos, iremos a lugares lejanos teniendo un millón de cosas en común que no nos mantienen unidos.

Mírame –me dices–, aquí se acaba todo y no tengo ninguna herida.” Sonrío, pongo mi mano en mi camiseta ensangrentada y recojo mi bolso. “Hey. No te vayas, ¿qué no ves que no hay dolor aquí? ¿Que ya no importa, que ya da igual?” Sonrío aún más y me alejo despacio. Tu ternura siempre se presentó de la manera más extraña, y no puedo culparte por no reconocer una herida nueva entre tantas cicatrices que llevo.



Aquí se acaba todo, otra vez. Aquí me quedo yo, con una destrucción a medio realizar y con un casi-éxito un poco arrugado. Una vez más, y para siempre.

jueves, 9 de julio de 2015

Y yo te dolía.

He decidido cerrar mis ojos y dejar que tus promesas endulcen mis oídos.
Besaste mis párpados y te abalanzaste sobre mi cuello.

Recordé cuando tenías las manos rojas y las deslizaste por mi mejilla diciendo que sentir dolor era algo más fuerte que sentir amor. Y que yo te dolía.

Me olvido de mi orgullo y le regalo un gemido a tu mordida en mi cuello mientras tu mano derecha pasea debajo de mi falda. ¿Recuerdas que una vez corrimos entre charcos y barro, sólo para sostenernos mutuamente si resbalábamos? Todo un conjunto de riesgos que no temíamos, pero nos desgastaron.

Fueron tardes enteras de abrazarte por la espalda y  acariciar tus hombros, saboreando tus lágrimas y besando tus frustraciones. Para terminar enredados en tu cama con mis uñas en tu espalda y la vida esperando un momento más para escupirnos.

Aquella tarde habías decidido que era mejor el amor y no el dolor, y dejaste que un vacío crezca entre nosotros, porque ya no querías que nos doliera. Y siempre supimos que dolernos era la única manera.

Eres el mismo chico delgado con el que compartía mis tardes y no querría besar. Ese chico que me hablaba de aventuras y errores, mientras yo estaba ocupada en una batalla para salir al mundo y conocerlo. Al final, conocí el mundo de tu mano en mi cintura y me olvidé del resto del universo que iba a explorar.

Muerdes mi labio y entre embestidas recuerdo aquella noche en que aceptamos el miedo que da querer tanto. No tuvimos el valor de huir y nos atrapamos mutuamente en una red de abrazos y estirones de cabello en medio de los besos.

Suspiras mi nombre y muerdes el lóbulo de mi oreja. ¿Cuántas mordidas contaría en una noche sin palabras?

Acaba el momento y el sudor en tu frente me recuerda que no dejaremos de ahogarnos entre promesas que no cumplimos, o que cumplimos sin prometer.

Moriremos acomodados en nuestra incapacidad de apreciar las cosas buenas en lugar de gritarle al mundo nuestro enojo egoísta.

Pero no importa, porque hemos prometido morir juntos. Y ahí había una aclaración tácita de que seríamos nuestros propios asesinos.

Así que no basta con el amor. Lo que yo quiero es dolerte como tú me dueles.


Porque el dolor es más fuerte que el amor.

lunes, 18 de mayo de 2015

Y no te preocupes, te querré.

Mi cerebro se ha cansado de imaginar que me quieres. Y ahora, cada vez que te imagino, sólo puedo verte con los ojos tristes del que no quiere sentir lástima, pero la siente.

Y no te imaginas las veces que me odié por haber sentido lástima por mí. Por la rabia de saber que nunca, nunca merecería que recuestes tu cabeza en mi hombro. Saber que nunca cerraste los ojos al pensar en mí.

Y estoy cansada de verte de lejos, porque solía tenerte cerca. Detrás de un cristal que nos separaba, y que yo puse ahí, pero cerca. Y ahora, lo que veo de ti es a otra persona. Y lo que veo en mí es a alguien que contradice a la chica que te quería.

Y te quería, sabes eso. Puedes decir mil veces que lo que hice por ti fue bueno, que te ayudé, que soy una buena persona. Pero debes saber que eres el único con el que no fui una perra egoísta. Y cómo quiero que lo sepas, y cómo me asusta que lo hagas.

Porque te amé y te dejé ir, para que vuelvas con tristeza, para escuchar el nombre de ella en tus labios de nostalgia. Para sonreírte y hacerte sonreír, mientras en mi interior se creaba un vacío con la forma de tu nombre.

Mi querido, no te preocupes si me ves llorar. Tú más que nadie sabes que no me lo voy a perdonar. Así que vete, y sé esa nueva persona. En mi vida no hay espacio para dos Tú, y prefiero quedarme con el anterior.

He soñado que tomabas mi mano, que te volteabas a verme, y que me querías. En mi sueño, me besabas con esa dulzura inmensa que tienes, y que mi imaginación limita. Pero entonces, en la realidad, ya no sabes si saludarme.

Eras mi amigo, lo eras, ¿verdad? Dijiste que yo era la mejor persona que conocías. Debiste dejar de conocerme en ese momento.

Te digo todo esto porque no puedo escribir una historia de amor sobre nosotros sin imaginar que te decepciono, o que te das cuenta que no me quieres, y te vas.

Hablamos de la muerte, ¿recuerdas? Hablamos de miedos, de promesas. Hablamos del infierno.
Y quiero decirte que el infierno lo viví ese día que dijiste "No soy así" (pero solías serlo). También quiero decirte que cuando cruce las puertas de entrada al infierno, ese día, también te querré. Y arderé entre culpas y pecados, y la culpa más grande será haber sido egoísta también contigo. Pero te querré, en el infierno como en la tierra.

Tú estarás ahí, como el ángel que eres, en un paraíso sin mí. Yo estaré sonriendo, porque serás feliz, y eso es lo que yo quería. Y que me lleven a prisión por ser tan cursi, por llorarte tanto, o por quererte más que a mí misma.

Y promete que si te decepcionas, me darás un último abrazo sin sentir lástima, y no volverás a buscarme si no me extrañas.

Espera, ya has hecho todo eso. 

domingo, 22 de marzo de 2015

Reflexiones de una Mente Perturbada. III

Te he escrito más poemas de lo que podré perdonarme. Y no entiendes lo mucho que pesan las letras cuando están grabadas en mi piel y no en la tuya.

Te he regalado poemas, ¿entiendes lo que significa? No te preocupes. Después de todo, no son de amor.

Oh querido. Leerás los poemas, pero nunca las cartas. Y qué cosa tan extraña es callarme los versos y gritar las lágrimas.

Promete que no mentirás, pero que me dejarás fingir una sonrisa. Promete que serás sincero, pero que no me harás caso si lloro por tonterías. Promete que estaré bien, pero que te pondrás detrás de mí cuando nos disparen.

Está bien, querido, está bien. No me quejaré de lo que merezco y no esperaré que me perdones. No esperaré nada de todo esto, no quiero fallarme a mí misma, y no quiero darle vueltas a la incoherencia de todo lo que acabo de decir.

Te escribo esto porque no quiero que leas más poemas. Sigues sin ver lo que soy, o ves demasiado, dos alternativas horribles. Entonces te niegas a mostrarme tu mundo hecho de colores, y mi niña interior ya no quiere prestarte sus juguetes porque tú no les prestas los tuyos.

Y a veces ignoro lo que ya sé, y parece que no será más. Hay momentos en los que de verdad sonrío, y podría asegurar que tú sonríes también. Pero querido, después de la tormenta sale el sol, y tengo que salir de mi refugio y enfrentarme al mundo que no acepta mi fantasía.

Y no basta la música cuando lo que quiero es tu voz, y no basta la lealtad cuando prefiero que me hagas promesas falsas. Pero tú puedes verme, ¿no es así? Tú me ves con los ojos rojos y balanceándome en las puntas de mis pies, esperando tu asentimiento para escribirte una poesía antes de dormir. Tú me ves, con las tonterías que me ahogan y mi perseverancia mal dirigida, con mis risas exageradas y mis lágrimas dramáticas. Me ves. ¿Me ves?

Y qué esfuerzo tan grande es no extender mi mano hacia la tuya y esperar que te lances al vacío conmigo. Mirar a quien está a tu lado, para no gritarte con una mirada todas las hipérboles de tu belleza. Pasó tanto tiempo que me miro a mí misma hacia atrás, y podría darme un golpe por haberme mirado en el espejo en lugar de mirar tus ojos.

No te preocupes, que ya no te obsequiaré poemas. Quédate tranquilo, porque no volveré a dejar la llave debajo del felpudo para que entres cuando quieras, porque ya sé que no vendrás. Y que no te importen las lágrimas, si tienes a quien regalarle tu sonrisa. Que no te importe la huida, si tienes un puerto seguro al que volver.

Tengo mejores cosas que hacer que estar escribiéndote todo esto, mejores que estar pendiente del teléfono esperando una despedida. Estoy cansada de los reencuentros, no sabes cuánto.

Y qué bonito es estar seguro de que trasnochar valdrá la pena. Que relajante saber que después del dolor habrá un dulce. Honey, don’t say that you want to know me, because we're not ready. Y vendrá un tiempo de olvido, y sabes que lo espero con ansias.

Y espero que la vida me quite la estupidez, porque la estupidez me está quitando vida. Y espero que no me perdones, y que me olvides, y que me dejes olvidar que no te dejaré de llorar.

Y deseo no ser yo, espero no ser esto, no más. Y que la próxima vez, ya sea pronto, o nunca, sea diferente contigo. Sea diferente conmigo. Y en el fondo espero que extrañes mi poesía, rota y tan llena de mí.

Y deseo que la espera no sea larga, hasta el día de resignarme a que nunca estaremos listos. Porque mirar el pasado no es cambiarlo, e imaginarte no es conocerte.

martes, 17 de febrero de 2015

Algunos pedacitos de cómo y porqué.

Sé lo que estarás pensando. Y sí, después de todo este tiempo por fin me digno a escribirte. Es que hoy, mi apreciado desconocido, quiero contarte algunas cosas sobre mí. Quiero responder a una de las tantas preguntas que me hiciste sobre mi vida personal, y ahí va.

Al principio, me pareció incómoda la oferta de mi hermana de cocinar juntas una merienda por mi cumpleaños. Pero no pude negarme. Después de todo, era su regalo para mí, y en otro tiempo me hubiese parecido la mejor de las ideas.

Cuando yo estaba mezclando con gran esfuerzo los ingredientes en una fuente, y ella agregaba azúcar contando las cucharadas; yo sabía cómo las contaría, incluso antes de que ella lo hiciera. Antes de que dijera el número uno, yo ya lo había escuchado en mi cabeza, con su particular y molesta forma de contar: medio en susurro, pero también en voz alta.

Me sorprendió tal familiaridad. También, me sorprendió que me sorprendiera esa familiaridad. A pesar de todo, ella apenas tenía la mitad de mi edad actual cuando nací; y asumió los roles de madre: lavaba mi ropa, me hacía dormir, me daba de comer, etc. Yo crecí viéndola como a una madre y, aún así, me sorprendió la sensación de familiaridad con algo tan tonto como su forma de contar. Tal vez lo que me sorprendía era esa sensación de estar acostumbrada a su presencia, de conocerla. Yo no conocía a esta chica, no más.

Por supuesto, ella sólo dejó de vivir en la misma casa que yo hace siete meses. Pero los papeles se habían invertido, y hace bastante tiempo yo la empecé a ver como una niña caprichosa y problemática. Parece hasta tonto sentir rencor hacia alguien que hizo tanto por vos. Verás, mi querido desconocido: ella era mi heroína. No había nadie en el mundo, o al menos en mi hogar, a quien quisiera parecer, excepto ella. Quería ser igual; hacer lo mismo que ella, me gustaba todo lo que a ella le podría gustar, creía fuertemente en todo lo que ella afirmaba. Me enojaba con el mundo (específicamente con mi mamá), cuando ella se sentía triste. Ahora, me cuesta imaginar tal cosa. Esta persona, no es alguien a quien yo admiraría en lo más mínimo.

El Señor sabe que yo quise perdonarla, que la perdoné. Claro, lo que ella hizo fue fallar de nuevo. Cuando me permití abrazarla y confiar en ella, cuando me permití hacerla reír como antes; ella nos engañó a todos sin sentir culpa o miedo, creyendo que hacía lo correcto. El Señor sabe que yo sé que debería perdonar otra vez, pero que en el fondo, no quiero hacerlo. Me he aferrado fuertemente a las manos de mi otra hermana (la que es mayor que yo y menor que mi definitivamente-no-heroína), entre lágrimas, no queriendo siquiera que venga a casa.

Y ahora, todos nadamos en un mar en medio de la noche, con la hipocresía hasta el cuello. Todos, reprochando en silencio las cosas que hacen los otros. Mis padres reprochan lo que hace ella, por supuesto, cuando ella no está presente. Lo que hace su marido, también. Yo, reprocho lo que hacen ella y su marido, pero también lo que hacen mis padres: recibiéndolos como si esperaran algo de ellos, y luego molestándose con mi bastante-tonto-cuñado cuando ven que no sabe qué está haciendo con su vida. Mi hermana, mi alma gemela, reprochando a todos, pero con suavidad; siempre dispuesta a perdonar a todos, menos a mi bastante-tonto-cuñado. Después, cuando yo no oculto mi reproche aunque ellos estén presentes, mis padres me reprochan a mí. En fin, hipocresía y reproche.

Como si no bastara, tengo un hermano. Sí, mi querido desconocido, también tengo un  hermano. Crecí enojada con él por ser tan imbécil, con mi mamá por la educación machista que le dio, y con mi papá feminista que se escondió en el silencio. Desde pequeña vi cómo mi mamá consentía más al niño sentado frente al televisor, que a la niña lavando la ropa. Y aún así, mi hermana lo soportó y salió adelante, cargando las críticas injustas y las desaprobaciones inmerecidas por parte de mamá. Aún con todo eso, ella y mi hermano se llevaban bien, y ella recurría a todo tipo de detalles para recibir afecto de parte de mi mamá. Todo esto, hacía que la admire más. Mi mamá siempre nos trató bien a mi alma gemela y a mí, no era con nosotras como lo era con ella. Pero de todas formas, yo me enojaba en defensa de mi hermana tratada con tanta injusticia. Ahora, mirando hacia atrás y analizando las cosas, sé que mi hermana no era en lo absoluto perfecta. Y aunque la decepción que tengo hacia ella parece permanente, sé que mi mamá sí cometió esos errores. Hasta ahora no tolero las visitas de mi hermano y la admiración de mi mamá hacia un joven sin ningún estudio universitario, y sin embargo tan dispuesto a quejarse de su trabajo o la sociedad.

El punto es, mi querido desconocido, que mi hermana se mudó a la vuelta de casa hace unas cuantas semanas. Y no soporto la idea. No soporto ser tan cruel con ella. No soporto ver a su marido hablando con mi papá: es un niño, creyéndose un hombre, hablando de cosas serias y diciendo puras tonterías. Afortunadamente para ellos, mi padre es un gran suegro: a pesar del dolor y la decepción (pues él siempre había visto un futuro prometedor en ella), él nunca dejó de ser generoso.

Lo que más detesto es el machismo de ese matrimonio tonto, apresurado e infantil. Mi hermana  fue la que me enseñó a ser feminista. Yo apenas tenía seis años, y aunque no entendiera bien lo que ella decía, le daba la razón a todos esos consejos que me daba para hacerme respetar. Dios sabe que no es mi intención juzgar a ninguna religión, pero no puede seguir habiendo gente machista, que piensa que lo que Dios quiere es que las mujeres planchen y los hombres hablen de política. Simplemente no pueden existir  hombres y mujeres que son machistas en nombre de Dios, menuda estupidez. Los consejos quedaron grabados en mi mente, e intento llevarlos a la práctica; pero ella, definitivamente no se parece a la chica de catorce años dando consejos feministas a su hermana pequeña.

Yo sé, querido, que todos tenemos la culpa. Todos, de alguna manera, somos culpables de ese egoísmo tan grande que ella tuvo. Todos fuimos parte de lo que la llevó a tener esos problemas, esos medicamentos, esas sesiones con el psiquiatra, esas heridas provocadas por sí misma. Yo sé querido, que su matrimonio era la ruta de escape, era la huida perfecta de una casa en la que su hermana pequeña la trataba como una molestia. Y lo siento, a veces, de verdad lo hago. Pero en el fondo sé, que si ella era tan madura como decía para hacerse cargo de un matrimonio, no debería haber tomado una decisión tan determinante en su vida, en base a la actitud de una quinceañera hormonal. Pero ya sabemos, que ella es todo menos una persona madura.

Y aunque ahora sólo somos cuatro lo que vivimos aquí, y eso es tan cómodo y perfecto. Aunque nos sentamos juntos durante las mañanas y las tardes, reímos fuerte, compartimos momentos. A pesar de que los cuatro somos unidos y estamos bien, a veces me abruma la tristeza de todo. Me entristece saber que pude tener un hermano mayor de esos con los que bromeas, con los que ves una película, a quienes les contarías lo que pasó en el colegio; pero no lo tuve. Me duele saber que tuve una hermana mayor así, y ahora la decepción me llena cada vez que ella comenta algo de su vida actual. Me entristece la certeza de que hay muchachos a los que quiero más que a mi hermano; de hecho, a todos quiero más que a mi hermano.

Me entristece un momento la carencia de ese aprecio, pues me gustaría extrañarlo. Pero pensar en eso, automáticamente hace que me enoje, que la frustración me llene y que tenga que recordarme a mí misma, que no debo enojarme con mamá. A veces me llega esa tristeza fugaz cuando pienso en mi hermano, pero el hecho de que no tengo un buen recuerdo de él desde los cinco años, me enoja más que entristece. Sin embargo, cuando pienso en mi hermana, la tristeza golpea mis huesos y me hace sentir la culpa del rencor. Pero tengo tanto miedo de perdonar.

Como sea. Ésta es, mi amigo, la historia que quisiste saber. No te conozco, y no confío del todo en ti, pero eso no importa ahora. Pues de vez en cuando, en medio de nuestras conversaciones tontas y banales, te causa gran curiosidad mi forma de expresarme sobre algunos aspectos de mi vida. Yo sé que ésta es apenas una de las tantas cosas que quieres saber de mí, pero en realidad es lo que necesité contarte. Y sabes, querido, que pasará mucho tiempo antes de que te cuente algo más. Porque aunque te quiera como lo hago, no soporto escuchar tus opiniones acerca de los problemas que a mí me parecen serios. Y detesto que me digas cosas buscando animarme, sin darte cuenta que me hundes más en la miseria. Es por eso que no te escribo hace meses. Pero aquí estoy, enviándote una carta, como cualquier chica egoísta que sólo te busca cuando te necesita.

PD: Gracias pos los chocolates y la tarjeta, pensé que no eras bueno recordando las fechas.

domingo, 15 de febrero de 2015

Carta de cumpleaños. De mi parte, para mí.

Has estado despierta cada año, esperando una respuesta, y no la tuviste. Este año dormiste temprano, triste, sola.

Te sientes mayor cuando extrañas la infancia, aquella época en que no veías, no entendías. Pero también te sientes pequeña cuando quieres defender algo, pero tus manos no tienen fuerzas y tus piernas son débiles. Y no importa, porque todo quedará atrás.

Dieciséis años es poco, y te asusta vivir el triple. Te asusta vivir, ver a las personas marcharse. Te asusta crecer, separarte de tu alma gemela. Te asusta, todo, el mundo te asusta.

Y no te preocupes, niña, que yo estaré contigo. Te abrazaré cuando sientas frío; y lloraré parte de tus lágrimas, para que no te ahogues en ellas. También te susurraré la respuesta, te implantaré la duda, pondré mi dedo en tu herida... Y al final, te enojarás contigo misma. ¿Acaso no es eso lo que hacen los compañeros de vida?

Y sonríe, jovencita, que todos pierden. No tienes derecho a sufrir más que nadie. Apaga la vela, ríe para la foto, que no te importe que no te feliciten las personas que quisieras. Después de todo, estuvieron en tus últimos cumpleaños.

Baila con los ojos cerrados, que no te importe que la soledad quiera bailar contigo. Porque no quiso venir, no importa cuantas veces se lo pediste, esa persona de pestañas envidiables. Así que olvida, mujer, que no se vive de recuerdos.

No te pongas metas si no quieres, pero igual, supéralas todas. Haz amigos, que yo sola no puedo cuidarte de tanto mundo. Prométeme que me querrás, que no me dejarás sola otra vez.

Y que no te importe la fecha, el pastel, tu vestido. Que te importe el tiempo, aprovecharlo; o al menos, dejar de odiarlo. Recuerda, querida, que al tiempo es mejor tenerlo de aliado.

Duerme ahora, y espera que sea mañana. Tu mamá no se esforzó tanto haciendo ese almuerzo que no le pediste, sólo para que tú lo arruines.

Feliz cumpleaños. Niña, jovencita, mujer, anciana. Recuerda que aunque nadie esté, y nos hagamos daño, nos tenemos la una a la otra.

martes, 10 de febrero de 2015

Carta por el día de los enamorados.

Hoy, más que nunca, quiero escribirte. Es catorce de febrero. Fecha especial, ¿eh? El sol brilla a través de la lluvia y me sofoca la humedad, siempre llueve en estas fechas. Lleve, llueve y no entiendo porqué.

El día de los enamorados nunca fue una buena fecha para mí. Cuando era niña, porque todos estaban entusiasmados por comprar regalos para otra persona. Todos tenían alguien a quien regalar algo, tal vez un beso debajo de la lluvia. Llueve,llueve y no entiendo porqué. Veía a mi hermana recibir almohadas con forma de corazones, osos de peluche (una cantidad incomprensible de osos de peluche innecesarios y más que molestos), flores, ropa. Y al día siguiente, nadie me daba nada por mi cumpleaños.

Cuando iba a cumplir quince años, la llamada de mi hermana, quien se encargó de agujerear la imagen perfecta que tenía de ella, arruinó el día. “Sólo estaré un rato en la cena, ya sabes, es el día de los enamorados.” Innecesarios y más que molestos. No entendí en qué momento ella dejó de verme como una hija, o en qué momento yo dejé de defenderla de las injusticias de un hogar hipócrita.

Está bien, estoy divagando. Debería hablarte de este catorce de febrero en particular. Me gustaría saber qué cosas pasaron por tu mente hoy, al recordarme. Hasta hace bastante poco nos imaginaba en esta fecha tomados de la mano. Agujerear la imagen perfecta. Tú siempre pensabas en qué regalo hacerme, no entendías que no hacía falta regalarme nada, y menos los dos días seguidos. Casi puedo sentir la incomodidad de nuevo.

Llueve afuera, y quisiera compartir lo que siento contigo. Es sólo que no sé. A veces parece que lo quiero de vuelta, pero los dos sabemos que la mayoría del tiempo sólo quiero dejarlo olvidado. No sé si lo extraño, no sé que siento al respecto. Me gustaría saber. Tal vez extraño, ¿quién dice que no? Tal vez no te extrañe, o no lo extrañe, tal vez me extrañe. Y lo que extraño (porque después de todo, sí extraño), es la seguridad. Sentirme protegida de mí misma.

No importa la fecha, ¿verdad que no? Es una estupidez pensar que es mejor o peor sólo porque el calendario marca un número. Pero no importan los números cuando quieres intentar miles de veces, o cuando quieres estar a miles de kilómetros. Sentirme protegida de mí. Pero de todos modos, quiero escribirte hoy, más que nunca.

Abrázame, haz con tus brazos un refugio, como solías hacer cuando creíamos que los cimientos estaban bien. Hoy, más que nunca. ¿Me abrazarías? Prometo no pedir perdón, si tú también prometes que no vas a hacerlo.

Escribo esta carta y ni siquiera sé si te la voy a enviar. Tengo el celular a mi lado y no me atrevo a marcar tu número. Después de todo, no contestarás. Número, números, no importan los números. Tengo muchas cosas que decirte, pero tal vez cuando ya no te necesite, la culpa pesará más. Me pregunto qué tanto me necesitaste, qué tanto me soñaste, o qué tanto escondiste ese vestido que me regalarías si yo no me hubiera puesto la capa de viaje.

Nada de esto importa. Yo sé a quién felicitaste por esta fecha, yo felicité a la misma persona. Entre bromas, siempre entre bromas. Ni siquiera sé. Entre bromas fue que al final me alejé de ustedes dos, las personas que más amé. Y al final, entre bromas digo: espero que olvides.

Yo olvido. Olvido bien. Olvidé tu película favorita y eso desencadenó en miles de bromas y decepción mal disimulada de tu parte. Entre bromas, siempre entre bromas. A veces hasta olvido cómo se sentía la calma antes de la tormenta, a veces, sólo puedo recordar el miedo en medio de la tempestad.

Al final no dije nada de lo que quería decirte. Igual que siempre. A veces. Al final te confundirías con mis palabras y te sentirías culpable. Al final pedirías perdón.

El dolor de cabeza no me deja en paz, así que yo dejaré en paz a este papel. Te confundirías. Tengo que preparar mi maleta, porque este año tengo cosas que hacer en mi cumpleaños. Yo, que nunca tengo responsabilidades importantes, tengo un largo viaje que hacer. Y pensar que meses atrás, cuando pensaba en mi cumpleaños, yo estaba segura que serías más cálido conmigo de lo que eres ahora. Estaba segura que pasaría el día escondiendo mi frente en tu cuello escuchándote decirme Te amo. Y ahora; no sé si estoy huyendo de ti, de ellos o de mí.

Es catorce de febrero, y hay rojo en todas partes. Hay rojo en mis uñas, incluso. Hay rojo en las promesas vacías. Te amo. Hay rojo en tus sábanas, escapando de tu pecho perforado. Pero no tengo tiempo para limpiar la habitación, tengo un avión que tomar.

Feliz día.

jueves, 5 de febrero de 2015

Reflexiones de la chica de sonrisas y silencio.

Me abrazas. Pones tu mano izquierda en mi cintura y todo está bien. Somos felices, nos amamos.

Luces en todos lados. Sonrío, no sé a cual de las cámaras, pero sonrío. Les demuestro que me haces feliz. Esta vez nos toca darnos un beso, así que sonríes con ternura y posas tus labios sobre los míos, cierro los ojos y me dejo llevar durante el poco tiempo que dura. Me aferro a la sensación de que me quieres.

Se acaba el evento y tienes que llevarme a casa. El camino hasta el auto llevaría la mitad de tiempo si no te sacaras fotos con esas chicas que tanto te aman. Vamos a casa. Se acaba la farsa una vez más.

Te aman. Nos aman. También me odian. A algunos les encanta vernos tomados de la mano. A otros, los más observadores, les parece triste.

¿Y quién comprende? Se ponen en tu lugar, te admiran, se compadecen. Pobre muchacho al que no le permiten ser libre.

¿Hay alguien que se ponga en mi lugar? ¿Acaso soy yo la que corta tus alas? Y qué importan los "beneficios"; la fama, las oportunidades, las sonrisas y los contados besos. ¿Qué importan? Si al final del día, recuerdo que no es real. Si cuando puedes besarme sin los flashes escandalizado el momento, no estás dispuesto a hacerlo.

Eres mi amigo. Confías en mí, disfrutas conmigo, pero para ti no soy lo que los demás piensan. Tú me aprecias por ayudarte a tener un poco de tranquilidad con ese secreto del que ya no quiero formar parte.

Era un trato justo, ¿no? Lo era al principio. Un beneficio a cambio de otro. Sencillo, equitativo, fácil, perfecto.

Pero, ¿cómo puede ser perfecto si no estás aquí cuando no están ellos? Cuando podemos abrazarnos, cuando el tomarnos de la mano sería amor y no engaño.

Quédate conmigo. Cántame una canción. Prepara un té para mí. Cocina. Haz algo romántico, porque el sacrificio que hago es cada vez más grande.

Ámame. Ámame como amas a a ese otro alguien. No quiero que me agradezcas por ayudarlos, quiero que me quieras.

Pero no puedes, y lo entiendo. Es sólo que a veces me cuesta adaptarme a la función que cumplo en esta historia, y quiero ser el otro personaje.

Me quieres en la medida en que corresponde. Y los que te aman, los que son más observadores, saben cómo me quieres. Saben lo que soy, lo que doy y recibo en este cuento de fama y dinero.

Sólo quiero que me regalen otro corazón. Porque al que tengo no le importa engañar a los otros, pero ya está cansado de engañarse a sí mismo.

lunes, 2 de febrero de 2015

Un poco de rendición. Sólo un poco.

Muevo los pies y la cabeza al ritmo de un compás triste. Bailo sola en el medio de la habitación, porque esta noche mis demonios prefirieron verme bailar que bailar conmigo.

Cierro los ojos porque no quiero ver sus sonrisas perversas disfrutando de mi soledad en la pista de baile. Quiero ser fuerte esta vez. Levanto los brazos al cielo pidiendo dejar de equivocarme; pues aunque bailo sola, estoy pisando los pies de alguien más. Mi cabello se despeina, y no me importa. No quiero ser la niña bonita que se porta bien, quiero ser la cabrona que disfrutó la fiesta y no dejó que nadie la lastime. Mis pies están sangrando pero no dejaré de bailar hasta que los demonios se cansen. No dejaré que vean en mí una expresión de rendición.

Sonrío. Porque en esta vida tan jodida hay que disfrutar cuando ganas una batalla, aunque sepas que perderás la guerra.

Caigo al suelo y mis rodillas sangran también. No se han ido. Se acercan mostrando sus dientes mugrientos, y sus ojos de fuego me asfixian. Me rodean. Me atrapan. Me rindo ante ellos una vez más.

Estoy cansada de no cumplir las promesas que me hago.

Suena el despertador. Me siento en la cama y, frente mío, la pared empapelada con frases me desea buenos días. No quiero peinarme para salir. Quiero que los demonios que conviven conmigo fuera de mis pesadillas, también vean que doy guerra a mi manera.

Pasan las horas y se acaba el día. Llega la noche y tengo que ir a la guerra acostada, con los ojos cerrados. No es una guerra justa.

Es el mismo salón, pero esta vez la música es alegre. Hay mucha gente. Hombres borrachos en las esquinas. En el centro, parejas bailando felices porque no se están pisando el uno al otro. Yo también estoy bailando, con un espejo. Miro mi vestido azul oscuro, mis ojos rojos del llanto y el maquillaje corrido.

No quiero bailar más, pero la chica en el espejo se ríe y me obliga a seguir bailando. No me gusta tener un vestido tan ajustado, pero ella quiere seducir hombres para luego romperles el corazón. Los tacos hacen que me duelan los pies, pero a ella le gusta que sean altos, porque esta noche ha decidido pisotear a todo hombre que caiga en sus redes. Y todos caerán.

Bailamos durante horas. Los hombres se acercan y, mientras yo lloro, ella les habla al oído. Va con ellos a alguna habitación. Les promete un siempre. Son todos unos chiquillos buscando que alguien los proteja de las chicas malas.

Despierto otra vez. Me levanto, saco el espejo de cuerpo completo de la pared, y lo pongo debajo de la cama. No me molesto en maquillar mis ojeras, porque en realidad nadie se preocupará por ellas.

Tuve un buen día. Pero cuando el sol se oculta, vuelve la guerra. Y no puedo huir de ella.

Esta vez estoy caminando por una calle oscura y fría. No tengo abrigo, tengo sandalias y un pijama corto.

Se acerca el chico. Él. La encarnación de los estereotipos más tontos de mi adolescencia. Me abraza, me da calor y me quiere. Veo en sus ojos amor, y lo abrazo. Entonces, mientras susurro promesas en su oído, en mi mano aparece un cuchillo que termino clavando en su espalda. Me mira y sonríe. Me dice:

“Tuviste otra oportunidad de ser feliz, pero te encanta ser la chica que ves en el espejo. Y nosotros no nos cansamos de perdonarte.”

De su boca sale sangre y me da un beso. Su cabello castaño toca el suelo. En mi lengua está el sabor de su sangre.

Otro día comienza. Salto desde la cama y arranco las notas que pegué en la pared. Lloro. Lloro como no me permitía hacerlo fuera del mundo onírico desde hace mucho tiempo. Me abrazo a mí misma, porque nadie más lo hará por mí. Me refugio entre las frazadas; sabiendo que nadie me protegerá de ser la chica del espejo, la que está debajo de la cama esperando su oportunidad.

No salgo. Saldré otro día a prestarme para la lucha. Otro día será en el que me ponga a disposición de esta guerra con un mundo hipócrita.


Hoy no quiero formar parte de él.

martes, 27 de enero de 2015

Tu brillante seducción de mujer dolida.

Caminas lento y al sentarte cruzas las piernas. Miras a los ojos de quien te está hablando y lo intimidas. Te ríes con ternura, y al hacerlo, cierras los ojos.

Bailas. Y cómo bailas. El cielo se desliza desde tus caderas hasta mis dedos, y tus brazos en mi cuello lo invitan a aceptar la dulce prisión de tu sonrisa sedienta de afecto.

Permaneces en silencio durante el viaje hasta tu casa, observando las luces de la noche y envidiando su fugacidad. Bromeas cada cierto tiempo, para pretender que estás bien. Pero yo puedo verte, más allá de tu maquillaje y tu alegría: esos ojos bien abiertos para evitar las lágrimas. Yo sé que odiaste la fiesta, esas cosas que dices alabándola desaparecen en el aire antes de entrar a mi cabeza y aceptarlas como una verdad.

Te lo digo. Te confieso que puedo leerte, observarte. Te asusta el hecho de que no soy parte del juego de manipulación. Te bajas del auto y tu forma de caminar es muy diferente a cuando entraste al salón y saludaste al cumpleañero: puedo ver que no eres tan fuerte como prometiste con tu sonrisa.

Tres semanas después, no puedo olvidar la sensación de oír tu risa, por más falsa que hubiese sido. Espero volver a verte pero no estás en las fiestas que, según aseguraste, te encantaban. Me seducía el engaño de tus manos al sostener la mía mientras me guiabas a la pista de baile, y en estas fiestas solo me quedo sentado ensayando excusas para rechazar invitaciones.

No aguanto más y voy a tu casa. Si es la única manera de formar parte de tu vida, formaré parte de tu mentira.

-Parece bonito primero. Quieres comprenderlo cuando no tienes que soportarlo. Y cuando tienes que, no puedes hacerlo.

Llevas una remera demasiado grande para apreciar tus curvas peligrosas, y tu pantalón de pijama está manchado con café. Pero no puedo perder de vista tu cabello despeinado, preguntándome cuál será su aroma.

Me sirves otra taza de café y sonríes, sonríes de verdad. Me cuentas tu historia: tu pasado, tu familia, tus metas, tus ataques de inseguridad que te hicieron marchar de un sinfín de vidas. Me dejas abrazarte, me dejas besarte, me dejas tocarte, pero no me permites depender de ti.

Y qué difícil es no depender de ti, cuando eres la droga por la que vale la pena morir bien lento. Cuando eres tan perra que lloras sabiendo que me harás daño, pero no estás dispuesta a dejar de hacerlo. Cuando eres tan tuya que me permites sentirte mía.

Pasaron días, meses, incluso un par de años; hasta que decidiste irte. Yo sabía que lo harías, claro que sí. Sabía que un día decidirías marcharte, y no me importó eso cuando decidí formar parte de tu castillo en constante autodestrucción. Me sorprendió que esperaras tanto tiempo.

Te hablé lentamente, con mucha calma, prometiéndome que no te perdería.

Llorabas. Decías que me lastimabas, que yo no lo merecía, que no tenía que seguir aguantando tus desvaríos e injusticias, que estaría mejor sin ti, que era mejor terminar.

Pensé que era otro ataque, que lograría convencerte de estar a mi lado, que te sentirías segura de que las cosas mejorarían. Pero no fue así. Juntaste algunas de tus cosas y te fuiste, me diste un beso y susurraste un te amo.

Admirablemente perra, eh.

Pasaron meses y seguimos hablando de vez en cuando, yo bromeaba respecto a nuestros tiempos anteriores. Bromeaba con que no hubo suficiente amor, con que no supimos manejar la locura. Lo desmentía todo diciéndote la verdad: que estoy bien, que me di cuenta que tenías razón, que era mejor terminar, que fue un bonito recuerdo.

A veces recurrías a mí, noté que buscabas apoyo o amistad. Yo seguía bromeando y, sin darme cuenta, hiriéndote.

-Nunca me conociste lo suficiente para entenderlo. (:
-Hey. Eso dolió un poco, sólo un poco xD
-No importa.
-¿No importa que me duela? Supongo que no.
-Ahí vas. Reluciendo tu brillante seducción de mujer dolida.

No contestaste ese mensaje. Al otro día me pediste perdón de nuevo. Te equivocabas tan a menudo, que siempre tenías un perdón en la punta de los labios.

No volviste a hablarme. Al preguntar por ti, el novio de tu mejor amiga me contó que la habías llamado y ella no pudo contestarte. Al escuchar el mensaje que dejaste en su buzón de voz, se asustó porque estabas llorando.

“No estoy fingiendo. Me duele más que el arrepentimiento de dejarlo ir. Ahora sólo soy alguien que se victimiza, sólo eso soy para él. Me arrepiento de haberlo dejado ir, me arrepiento de irme también. Me lastima. Mi brillante seducción de mujer dolida. Me lastima que tú y yo ya no nos veamos y hablemos, no soy buena siendo tu mejor amiga. No soy buena siendo.”

El chico pasado de copas, tan pasado de copas que traicionó la confianza de su pareja; me contó que cuando tu mejor amiga te llamó para saber lo que pasó, reíste y dijiste que sólo fue un momento de debilidad. Que no querías volver conmigo, que seguirías siendo perra. Que extrañabas a tu mejor amiga, y que comprendías el hecho de que fue difícil retomar la amistad cuando ella se enamoró y tú rompiste una relación. Él me dijo que fue lo último que escuchó de ti.

Han pasado varios meses desde la última vez que hablamos. Sigo viendo las cosas que publicas en las redes sociales, y desde mi ordenador noto la falsedad de tu felicidad. Pero no me importa, porque no es mi asunto. Y aunque hay momentos en los que pienso en qué lugar de la ciudad te estarás autodestruyendo, mi vida sigue, y de la mejor manera.

Fueron  momentos felices, pero supiste como arruinarlo. Supiste destruir lo que construimos, y aunque no me lastimó porque sabía que lo harías tarde o temprano, no te perdono el que no haya sido diferente conmigo. Fue igual que con las demás personas. La misma estupidez.

¿Tan perra sigues siendo? Dime, ¿sigues seduciendo con tus caderas al ritmo de una promesa de fugacidad? ¿Sigues sonriéndole a las cosas que te hacen daño? ¿Sigues engañando a la tristeza haciéndola tuya, en vez de que ella te haga suya?

Espero que sí. Porque así has aprendido a sobrevivir y a amar la destrucción que tú misma te obsequias, así has aprendido a hacer que los demás te amen para luego poner tu mano en su espalda y lanzarlos al vacío.

Pero esa eres tú, y yo soy éste. Tan lejos, con un montón de cosas en común. Recuerdos fugaces de lo que prometía ser mucho, y no le permitiste serlo. Y no me importa echarte toda la culpa, porque es tuya. Porque cuando alguien estuvo dispuesto a sacrificar su vida para estar contigo, aceptaste el sacrificio y no le diste nada a cambio, más que ese mínimo amor que te permitías sentir.

Y a quién diablos le importa si tienes miedo, porque no dejas a nadie que vaya y mate tus inseguridades, porque las amas. Amas encerrarte en tu habitación y llorar, golpearte la cabeza con la mano abierta, arañar tus piernas y acurrucarte en el piso por la culpa. Amas la culpa, amas haber destruido todas esas relaciones que construiste con alguien más.

Eres una maldita, y lo amas, porque a pesar de que trates de no serlo, no puedes imaginarte a ti misma sin cargar la mochila de culpa y autodestrucción.

 Y yo amé eso de ti, amé toda esa estupidez. Pero ya no más. Te dejo de ir y siento alivio al hacerlo, me siento tranquilo y bastante seguro, porque no tengo que regalarte la mitad de mi seguridad para tenerte a mi lado.

Vete caminando, mueve tus caderas al ritmo de esa seguridad que no tienes.

 Y sonríe, porque es lo único que extraño de haberte tenido.

sábado, 17 de enero de 2015

Tal vez, sólo tal vez, sea algo más.

El viento revolvió tu cabello mientras buscabas en el horizonte una repuesta favorable. Movías tus pies en el agua, mientras yo me ahogaba en un vaso de inseguridades. ¿Y para qué necesitas un mar? Si te basta con un vaso.

Ni siquiera interpretas lo que escribo mientras sangro en el papel mis miedos y peticiones, no entiendes lo que digo porque no piensas en eso, sólo soy una cara bonita. Un escape del problema, la que puede distraerte.

Sólo soy otra cara bonita de sonrisa que debe ser protegida e inmortalizada, ¿y quién protege mis lágrimas?  Las dejan marcharse, salir de mis ojos e irse lejos de ellos. Todos están ocupados en buscar una sonrisa para salvaguardar, ¿y quién guarda mis lágrimas en un tarro, quien las aprecia? No pueden apreciar mis lágrimas, porque al final del día entrego mis labios y sonrío. Porque al final del día soy un par de besos y un rostro bonito.

"Eres hermosa", repiten. Como si fuera que así me levantan el ánimo o aumentan mi autoestima, siendo que lo único que hacen es alimentar mis complejos. Quiero que a través de mis ojos alguien vea que soy más que unos ojos seductores y unas mejillas para besar en la despedida.

Quiero que aprecien mi inteligencia, o mi imaginación, o que pregunten la razón de las ojeras. Sin embargo, solo se fijan si sonrío ante las cosas que me susurran al oído. Pero, ¿quién está atento a mis lágrimas de madrugada? ¿quién responde mis preguntas y me ofrece algo mejor que un par de hombres hormonales y reprimidos?

Soy solo una cintura para abrazar de vez en cuando. Y no me quiero negar, porque la falsedad de esas muestras de afecto, no cambia el hecho de que sean las únicas.

sábado, 3 de enero de 2015

No fue un cuento de hadas.

Sos un montón de imágenes mezcladas en un complot para llevarme a la destrucción.

Susurrás en mi oído sonrisas con sonido a te quiero. Me manejás con tu mirada de príncipe oscuro, y en este mundo no hay nada mejor que ser la doncella dispuesta a vivir en una torre, esperándote.

Pero cuando volteas tu rostro, tus cabellos claros me advierten que no podrás ir a buscarme, que en la mitad de camino perderás la batalla contra mis demonios y yo me quedaré en la torre mirando las paredes y hablando con las arañas.

No importa si es un segundo o toda una vida, pero después de bailar la danza de la lluvia en tus ojos de cielo; sé que quedaré con el vestido empapado y tu sonrisa de sol no podrá ayudarme.

Lo dijo ella: "No pueden estar juntos porque él es muy inocente para todos tus demonios. Le mostrarías el lado oscuro que él no conoce". Entonces puede ser que no seas un príncipe oscuro. Puede que no lo hayas sido, o que ya es tarde para no serlo.

Lo que sé con seguridad es que ya es tarde para estar despierta mientras camino por los pasillos con demasiada luz, que no combina con mi vestido negro.

Acaricio las paredes esperando que salgas con tu sonrisa inmaculada tirando a un lado tu camiseta ensangrentada, que agarres mi cintura y me susurres al oído una sonrisa con sonido a no me voy a ir.

Pero viene el mensajero de tu reino y me dice que se cancela el baile porque el príncipe estuvo muy feliz como para ver venir la luz o el vehículo.

Rompo mi vestido en pedazos, tiro el zapato por la pared y se rompe también, corto mi cabello con la tarjeta de invitación al baile. Corro por los pasillos con esa luz inútil que no me guía, hasta llegar al manzano.

Arranco la fruta y me despido de la ilusión de que me encuentres, yo iré a buscarte esta vez.