Caminas lento y al sentarte cruzas las piernas. Miras a los ojos de quien te está hablando y lo intimidas. Te ríes con ternura, y al hacerlo, cierras los ojos.
Bailas. Y cómo bailas. El cielo se desliza desde tus caderas hasta mis dedos, y tus brazos en mi cuello lo invitan a aceptar la dulce prisión de tu sonrisa sedienta de afecto.
Permaneces en silencio durante el viaje hasta tu casa, observando las luces de la noche y envidiando su fugacidad. Bromeas cada cierto tiempo, para pretender que estás bien. Pero yo puedo verte, más allá de tu maquillaje y tu alegría: esos ojos bien abiertos para evitar las lágrimas. Yo sé que odiaste la fiesta, esas cosas que dices alabándola desaparecen en el aire antes de entrar a mi cabeza y aceptarlas como una verdad.
Te lo digo. Te confieso que puedo leerte, observarte. Te asusta el hecho de que no soy parte del juego de manipulación. Te bajas del auto y tu forma de caminar es muy diferente a cuando entraste al salón y saludaste al cumpleañero: puedo ver que no eres tan fuerte como prometiste con tu sonrisa.
Tres semanas después, no puedo olvidar la sensación de oír tu risa, por más falsa que hubiese sido. Espero volver a verte pero no estás en las fiestas que, según aseguraste, te encantaban. Me seducía el engaño de tus manos al sostener la mía mientras me guiabas a la pista de baile, y en estas fiestas solo me quedo sentado ensayando excusas para rechazar invitaciones.
No aguanto más y voy a tu casa. Si es la única manera de formar parte de tu vida, formaré parte de tu mentira.
-Parece bonito primero. Quieres comprenderlo cuando no tienes que soportarlo. Y cuando tienes que, no puedes hacerlo.
Llevas una remera demasiado grande para apreciar tus curvas peligrosas, y tu pantalón de pijama está manchado con café. Pero no puedo perder de vista tu cabello despeinado, preguntándome cuál será su aroma.
Me sirves otra taza de café y sonríes, sonríes de verdad. Me cuentas tu historia: tu pasado, tu familia, tus metas, tus ataques de inseguridad que te hicieron marchar de un sinfín de vidas. Me dejas abrazarte, me dejas besarte, me dejas tocarte, pero no me permites depender de ti.
Y qué difícil es no depender de ti, cuando eres la droga por la que vale la pena morir bien lento. Cuando eres tan perra que lloras sabiendo que me harás daño, pero no estás dispuesta a dejar de hacerlo. Cuando eres tan tuya que me permites sentirte mía.
Pasaron días, meses, incluso un par de años; hasta que decidiste irte. Yo sabía que lo harías, claro que sí. Sabía que un día decidirías marcharte, y no me importó eso cuando decidí formar parte de tu castillo en constante autodestrucción. Me sorprendió que esperaras tanto tiempo.
Te hablé lentamente, con mucha calma, prometiéndome que no te perdería.
Llorabas. Decías que me lastimabas, que yo no lo merecía, que no tenía que seguir aguantando tus desvaríos e injusticias, que estaría mejor sin ti, que era mejor terminar.
Pensé que era otro ataque, que lograría convencerte de estar a mi lado, que te sentirías segura de que las cosas mejorarían. Pero no fue así. Juntaste algunas de tus cosas y te fuiste, me diste un beso y susurraste un te amo.
Admirablemente perra, eh.
Pasaron meses y seguimos hablando de vez en cuando, yo bromeaba respecto a nuestros tiempos anteriores. Bromeaba con que no hubo suficiente amor, con que no supimos manejar la locura. Lo desmentía todo diciéndote la verdad: que estoy bien, que me di cuenta que tenías razón, que era mejor terminar, que fue un bonito recuerdo.
A veces recurrías a mí, noté que buscabas apoyo o amistad. Yo seguía bromeando y, sin darme cuenta, hiriéndote.
-Nunca me conociste lo suficiente para entenderlo. (:
-Hey. Eso dolió un poco, sólo un poco xD
-No importa.
-¿No importa que me duela? Supongo que no.
-Ahí vas. Reluciendo tu brillante seducción de mujer dolida.
No contestaste ese mensaje. Al otro día me pediste perdón de nuevo. Te equivocabas tan a menudo, que siempre tenías un perdón en la punta de los labios.
No volviste a hablarme. Al preguntar por ti, el novio de tu mejor amiga me contó que la habías llamado y ella no pudo contestarte. Al escuchar el mensaje que dejaste en su buzón de voz, se asustó porque estabas llorando.
“No estoy fingiendo. Me duele más que el arrepentimiento de dejarlo ir. Ahora sólo soy alguien que se victimiza, sólo eso soy para él. Me arrepiento de haberlo dejado ir, me arrepiento de irme también. Me lastima. Mi brillante seducción de mujer dolida. Me lastima que tú y yo ya no nos veamos y hablemos, no soy buena siendo tu mejor amiga. No soy buena siendo.”
El chico pasado de copas, tan pasado de copas que traicionó la confianza de su pareja; me contó que cuando tu mejor amiga te llamó para saber lo que pasó, reíste y dijiste que sólo fue un momento de debilidad. Que no querías volver conmigo, que seguirías siendo perra. Que extrañabas a tu mejor amiga, y que comprendías el hecho de que fue difícil retomar la amistad cuando ella se enamoró y tú rompiste una relación. Él me dijo que fue lo último que escuchó de ti.
Han pasado varios meses desde la última vez que hablamos. Sigo viendo las cosas que publicas en las redes sociales, y desde mi ordenador noto la falsedad de tu felicidad. Pero no me importa, porque no es mi asunto. Y aunque hay momentos en los que pienso en qué lugar de la ciudad te estarás autodestruyendo, mi vida sigue, y de la mejor manera.
Fueron momentos felices, pero supiste como arruinarlo. Supiste destruir lo que construimos, y aunque no me lastimó porque sabía que lo harías tarde o temprano, no te perdono el que no haya sido diferente conmigo. Fue igual que con las demás personas. La misma estupidez.
¿Tan perra sigues siendo? Dime, ¿sigues seduciendo con tus caderas al ritmo de una promesa de fugacidad? ¿Sigues sonriéndole a las cosas que te hacen daño? ¿Sigues engañando a la tristeza haciéndola tuya, en vez de que ella te haga suya?
Espero que sí. Porque así has aprendido a sobrevivir y a amar la destrucción que tú misma te obsequias, así has aprendido a hacer que los demás te amen para luego poner tu mano en su espalda y lanzarlos al vacío.
Pero esa eres tú, y yo soy éste. Tan lejos, con un montón de cosas en común. Recuerdos fugaces de lo que prometía ser mucho, y no le permitiste serlo. Y no me importa echarte toda la culpa, porque es tuya. Porque cuando alguien estuvo dispuesto a sacrificar su vida para estar contigo, aceptaste el sacrificio y no le diste nada a cambio, más que ese mínimo amor que te permitías sentir.
Y a quién diablos le importa si tienes miedo, porque no dejas a nadie que vaya y mate tus inseguridades, porque las amas. Amas encerrarte en tu habitación y llorar, golpearte la cabeza con la mano abierta, arañar tus piernas y acurrucarte en el piso por la culpa. Amas la culpa, amas haber destruido todas esas relaciones que construiste con alguien más.
Eres una maldita, y lo amas, porque a pesar de que trates de no serlo, no puedes imaginarte a ti misma sin cargar la mochila de culpa y autodestrucción.
Y yo amé eso de ti, amé toda esa estupidez. Pero ya no más. Te dejo de ir y siento alivio al hacerlo, me siento tranquilo y bastante seguro, porque no tengo que regalarte la mitad de mi seguridad para tenerte a mi lado.
Vete caminando, mueve tus caderas al ritmo de esa seguridad que no tienes.
Y sonríe, porque es lo único que extraño de haberte tenido.