jueves, 24 de noviembre de 2016

Y el cosmos se desintegraba cada vez que pestañeaba.

Cuán extraño es que el reloj marque la hora 00 y todo comience de nuevo. Un nuevo día nace pero el mundo es el mismo que un minuto atrás. Al final sólo son números que usamos para medir el tiempo perdido, porque el aprovechado nunca notamos que pasa.

Aún más extraño es que nos aferremos tanto a algo como el tiempo, que no nos tiene ni la mínima consideración y se va cuando quiere. Vivimos dependiendo del tiempo, como si a él le importaran nuestra vida o muerte. Al final de todo, el tiempo es tan independiente que no podemos acusarlo de cruel, él no es simple como nosotros.

Nosotros, que nos pasamos la vida malgastando momentos para luego arrepentirnos de  no aprovecharla. Y deseamos que el tiempo vuelva, pero vamos, él no es tonto. No podemos pedirle perdón a algo que no se detiene porque ni escuchará, ni le importará. Es nuestra condición de humanos: nuestra potencial arma se convierte en nuestra mayor debilidad.

Entonces llegó un punto en mi vida en que me dispuse a aprovechar el tiempo, a asumir riesgos y a no tener miedo, porque se me iría la vida sin conocer el amor verdadero. Pero eso  nunca existe para quien quiere recorrer la vía láctea en un solo día y sentirse libre así.

Pero descubrí que el amor eterno también son las miradas fugaces. Esas que ella y yo compartíamos cuando pretendíamos que nuestros cuerpos no ardían de necesidad de conocerse. Hasta que las miradas fugaces se convirtieron en ojos cerrados y mordidas en el cuello. Y las mordidas se convirtieron en besos para cada cicatriz. Y las cicatrices resurgieron como batalla. Y la batalla se libró entre sus piernas y las mías.

Y por un fugaz instante –o tal vez uno eterno-, dejé de temerle al tiempo. Porque el tiempo se atascó en su clavícula y se detuvo para descansar en su lunar. Y la miré crecer y hacerse fiera, vi cómo se hizo fuerte y libre. Me tocó ver cómo su libertad aplastaba la mía. Y mientras más independiente era ella, yo más dependía de sus besos en el lóbulo de mi oreja.

Pero entonces fue ella quien se asustó del tiempo. De todo el tiempo que pasaríamos explorando mutuamente nuestros lunares, y todo el que perderíamos explorando las lunas. No quería dejarme pero tampoco quería quedarse, y yo seguía tan impresionado por su belleza que me atasqué también. Y guardé silencio mientras ella peinaba las estrellas en su cabello y se marchaba con sus pies prácticamente flotando sobre la alfombra. A mí sólo me quedó la sensación de su presencia encantando mi habitación, y un pedazo de galaxia que me regaló cuando aprendió a amar.

Y sin darme cuenta me quedé sentado mientras el tiempo pasaba. No podría asegurar que lo desaproveché, pues no creo que soñarla sea perder el tiempo. Creo que haberla tenido fue vivir la intensidad de todo el cosmos, y que ella es magia pura. Nunca podría haberla hecho volar tan alto como sus propios pies, y es por eso que nunca reprocharía su abandono. Yo sólo fui otra vida que alimentó de sueños, sólo otros ojos que ella cautivó.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Y te olvidaste de mi amor como cualquier persona olvida sus llaves.

Setecientas palabras susurradas en una habitación con la luz apagada. No, no fueron setecientas promesas. Fueron setecientos Adioses que no te hicieron llorar, porque no había luz.

La inquietante costumbre de hacer de cuenta que no pasan las cosas con la luz apagada, cuando en realidad toda nuestra vida se podría resumir en las aventuras vividas en la oscuridad. Tuve que decirte adiós en ese pequeño mundo de buscar nuestros labios a tientas, porque si no, no habría sido real.

Y entonces te pusiste a recordar la época en la que no nos escondíamos, cuando no éramos nosotros porque no sabíamos mostrarle la lengua al miedo. Cuando no nos escabullíamos hasta el balcón para fumar, ni intercambiábamos miradas furtivas durante la cena.

La frustración me hizo abandonar nuestro rincón de pasiones, pues nunca tuvimos el suficiente valor para amarnos bajo la luz del sol. Está bien mi niño, sé que no te gusta enfrentar las miradas, como a mí no me gusta mentir.

Amarnos, digo. Como si se te hubiera ocurrido hacerlo... Estuvimos contándonos secretos cuando mis padres no estaban, y entregando nuestros cuerpos cuando dormian. Y que contradictorio es cómo funcionamos en la cama, como nos golpeamos en cualquier situación, y cómo nos desconectamos en publico.

Nada tiene sentido para mí si yo me podría pasar horas escuchando tus historias de chico travieso, y con una palabra tu destruyes en mi cabeza todo lo pintoresco de mis aventuras. He estado tratando de ser indiferente al innegable hecho de que  nuestra aventura no pudo escapar del ciclo finito de cualquier amorío, pero no puedo pretender que no te irás. Así que me voy yo, antes de que te asustes del todo.

Sabes que podría gritarte lo mucho que me encantan tus imbecilidades, como cuando pido a gritos que me regalen un cuento. Pero tú prefieres que susurre mis deseos en la oscuridad, y eso es más hermoso aún... Si tan sólo pudieras enamorarte de mis cicatrices.

Qué hago pidiendo que me ames. Tú me pides que me voltee. Te exijo que me pertenezcas, me lo prometes. Me pides tu nombre, me ahogo en gritos. Te ahogas en suspiros, me dices que te traigo loco. Pero, ¿qué sabes tú de perder la cabeza por mí? Si sólo me deseas suerte cuando me ves hundiéndome, y te vas mirando al suelo.

Yo te puedo hablar de locura. De esa locura que me sale de adentro cuando improvisas una escena del exitoso futuro que tendrías a costa de tus besos, locura es esta sonrisa que me sale al recordar que cantas las canciones de las caricaturas cada vez que te emocionas por algo. Locura es mi necesidad de mirarte demostrando que eres sólo otro humano.

Sí, rompí las reglas. Violé el pacto y empecé a imaginarte queriéndome. Lo sé, no es culpa tuya. Pero cómo puedes esperar que no cale profundo en mi corazón el sonido de tu respiración cuando duermes a mi lado.

Así que prende la luz y no te sientas con derecho a reclamar. Te dije que la gente se cansa de los hijos de puta, te dije que yo era así, te dije que tenía miedo. Ya no soy comprensiva ni tengo tiempo para entregarte mis besos, porque estoy muy ocupada extrañándote.

Devuélveme mi indiferencia, y yo te devolveré tu tiempo para que salgas a conquistar. ¿No puedes hacerlo? Bueno, yo tampoco quería darte nada más.