viernes, 26 de agosto de 2016

De la fugacidad y sus cadenas.

Amores no consumados. De esas largas miradas y besos a medias, secretos interminables detrás de la casa, susurros olvidados de una juventud que es demasiado fugaz para terminar de disfrutarla.

No, no quiere que yo me vaya, pero tampoco me toma de la mano. Y yo esta vez sólo quiero un beso de buenas noches sin tanto drama posesivo.

Después de tanto escaparnos de madrugada a recorrer el barrio, él medio borracho y yo queriendo fumar. Escondernos en construcciones abandonadas para descargar una frustración que no tendrá fin mientras no deseemos lo suficiente la libertad. Queremos volar, pero queremos atarnos el uno al otro hasta hartarnos y odiarnos. No hay punto medio.

Yo me escapo para verlo, pero de vez en cuando también escapo de él. Para rechazar algunas propuestas y exfoliar mi memoria de tanta suciedad de sus besos. Como niños jugando con el barro que no quieren lavar su ropa.

Y qué se le puede hacer, si borracho él no quiere que lo deje, y sobria yo sé que debería. Aunque nadie hace lo que tiene que hacer, porque somos lo suficientemente caraduras como para seguir mirándonos a los ojos y burlarnos de nosotros mismos.

Hey, no, no quiero que te canses de mí. He estado esperando esto por mucho tiempo, y es mucho más placentero de lo que imaginé. Y más doloroso también. No podemos escapar de todo. Un día nos alcanza y no debemos mirar para abajo, que ahí están las colillas y toda nuestra honestidad.

Se despide con un apretón de manos, tan impersonal como fue toda esa pasión rencorosa. Se va con la capucha puesta y el orgullo a cuestas. Y yo sé que esta vez se va en serio.