lunes, 24 de abril de 2017

Botando Risas, Ignorando al Amor y Negociándolo.

No sé qué tan difícil sea para ti, hacer tantas cosas sin sentir nada. Todo este tiempo me aferré a la idea de que no es posible que una persona no sienta, no sufra, no quiera. Pero tú, con tu juego de manipulación declarada pero inevitable, con tu victimización a todas luces fingida, pero creíble al final, me convenciste que hay personas que sí pueden cerrar su corazón. Yo nunca pude. Insensibilizarme, ser indiferente. Siempre tan expresiva, ilusionada, patéticamente aficionada a la idea de ser feliz. Pero eso también fue un logro tuyo: hacer que me endureciera, aunque fuera sólo un poco.

La parte más costosa de seguir adelante fue aceptar que no perdí tu amistad o se desperdició una gran oportunidad de ser felices, que en realidad, esa oportunidad no existió y tú y yo, nunca fuimos amigos. Bueno, esa parte aún cuesta digerir. Después de todo, cuando me volviste a buscar pude haber creído de nuevo que me considerabas tu amiga, pero ya sabes, en ese momento ya me volví más fría.

Lo que más duele de perder una amistad, es saber que una vez más toda la confianza no valió nada. Por eso, lo más difícil siempre es luchar para no rendirse, no aceptar que nunca valdrá nada lo que te esfuerces o lo que sientas. Bien sabes que nunca te confié un secreto, ni mis sentimientos, ni mis sueños... Pero tú sí, y no entiendo porqué seguí sintiendo que fui yo quien te perdió.

Lo hiciste a propósito. Porque estás acostumbrado a que la gente piense que no tienes solución, y crear otro problema era sólo una forma de demostrar que yo también podía ser parte de la diversión. Fue tan notorio, pero sutil, bien calculado, que resulta hasta irónico pensar que fue algo improvisado. Por eso, me pregunto cómo fue que no reaccioné y lo detuve, porqué me dejé llevar por aquello que a todas luces me iba a lastimar.

Te tomaste el tiempo de conocerme, convencerme de que yo te había lastimado primero, porque tú me quisiste primero. Me miraste a los ojos y dejaste al descubierto todo lo que te atormentaba de mí, los miedos que te inspiré y tus intentos por vencerlo, tu debilidad y tu rendición. Me preguntaste qué pasaría con nosotros, qué era lo que yo quería. Me dijiste que te arrepentías, que tenías miedo aún, pero podías hablar de ello porque estabas ebrio. Me hiciste llorar, reír, me pediste perdón por ser cobarde, me tomaste fotos como si así pudieras conservarme, me pediste permiso para acercarte, me diste a elegir cada cosa, me miraste como si tuvieras miedo de decepcionarme.

Yo sólo no podía creerlo. Te hacía tantas preguntas, tratando de encontrarle sentido a todo. Por fin, yo había comprobado que sí sentías, que sí deseabas, que sí querías... sólo no me esperaba que fuera a mí. Pero qué tontería.

Lo sabías, sabías que yo te apreciaba y lo usaste en mi contra. Vi eso tantas veces... pero aún me sorprende. ¿Cómo es posible que alguien utilice el amor que otra persona le tiene, para lastimarla? Desde que te conocí, siempre me pareciste atractivo, siempre interesante; pues tú, más que cualquier otro chico idiota, eras consciente de serlo, e ibas de frente con tus pensamientos. Te quería, sí, pero me gustabas apenas. Te quería porque eras mi amigo, porque teníamos confianza y porque podía verte a través. Incluso cuando me lastimaste tanto, sólo me gustabas apenas. El amor que se tiene al amigo siempre es más fuerte que enamorarse de unos ojos fascinantes y un corazón adictivo. Porque ese eras tú: fascinante y adictivo.

Cuando fue tiempo, y tú quisiste explorar todas mis emociones, empezaste a tratarme de esa manera en que tantos otros me habían tratado, y sabías que era lo que me había llenado de cicatrices. Empezaste a ser frío, a hacerme sentir como si te hiciera perder el tiempo. Tenías esa pose de que no te importaba realmente nada, pero te molestaba que no te hablase o que no compartiera mis pensamientos. Me dijiste que te enojaba mi silencio, y seguiste hablando de ti mismo, seguiste sacándome fotos, y recalcando que habías dejado de fumar y yo no. Entonces fuimos de nuevo a tu casa y seguimos con nuestro juego de fingir que no sabíamos qué era lo que el otro quería. Tú fingiste no saber que yo quería que me tratases como lo hiciste al principio, y yo fingí no saber que tú estabas jugando deliberadamente con mis emociones.

Casi al final, me preguntaste burlesco si estaba llorando, y te volví a obsequiar mi silencio, como premio por haber jugado tan bien con mi corazón. Tal vez yo nunca supe cómo amar, o cómo ser una amiga. Una vez leí que no puedes poner a todas las personas por delante tuyo y pretender que eso cuente, entonces, supongo que nada de lo que hice contó. No me enamoré de ti, pero vi lo lastimado que estabas por las situaciones que te habían tocado, y te quise de una forma que hasta ahora no puedo reparar.

Tal vez por eso, luego de que me volviste a buscar y yo pretendí que no me importaba saber de ti, que no me dolía pero tampoco te quería... no pude mantener ninguna línea de contacto abierta por más tiempo. Aún así, una noche fría de abril, me encontré a mí misma buscándote por la ciudad. A pesar de que yo me había mudado a una ciudad tan enorme que los secretos sí existen, yo esperaba verte en la fila de supermercado, pagando por litros incontables de alcohol. Pero no estabas, nunca estuviste.

Así que al final de todo (y a pesar de que siempre supe de ti, pues proveníamos de un pueblo tan pequeño que nadie tiene idea de lo que significa tener un secreto), sigo pretendiendo que no me preocupo por ti, a la par que te veo en las poesías... Y ya no puedo confiar del todo en que soy amiga, amante, que deseo, o que quiero.

jueves, 30 de marzo de 2017

Enamorarse de lo inesperado.

La ciudad dorada derrama su hermosura cada noche, para ser estrujada al amanecer y resecada por el sol.

Gigantes edificios alzándose con tanta majestad; cuando el alumbrado público no deja ver sus grietas, el peso de los años resquebrajando su elegancia, las manchas del tiempo llamando al pasado que no sobrevivió. Y entonces, en una noche cualquiera, te olvidas del miedo que te dan las ciudades grandes, y te enamoras de las guirnaldas de luces y los balcones donde la música fluye y el amor vuela.

Ahí, donde amaneces con la frente bajo el rocío y los pies balanceando, donde se negocian las miradas y todo es desconocido y luego ya no, y después vuelve a serlo. Ahí es que me enamoré de sonrisas fugaces y esquinas llenas de historias de las que sólo me tocó ser testigo.

Sólo fui una espectadora fugaz de una ciudad que es más grande por los secretos que guarda, que por su tamaño. Una ciudad que cuando es de día vuelve al ajetreo de personas corriendo de un lado a otro, que no levantan la vista ni separan la oreja del celular.

Desearía que cada uno atestiguara la elegancia de una ciudad que en silencio presencia el paso de tantas vidas, la promesa del progreso, y la desilusión de cada amanecer, cuando vuelve a estar llena de humo y suciedad. Desearía que escuchen el sonido de los escasos pies que la recorren de noche, y lean los misterios que escriben en las esquinas los trueques hechos a escondidas. Desearía que les alarme la creciente dificultad para ver las estrellas, cómo cada noche se marchita un poco más la belleza porque la descuidan en el día.

Quisiera que el encanto no se rompiera cuando se hace de día, poderme enamorar también con el sol alumbrando, y no sólo con la luna entre las nubes. Quisiera sentirme también, como si fuera mi hogar. Al final, sé que soy una espectadora que en las noches se enamora, y en las mañanas recuerda que también tiene que correr... Excepto en las lluviosas, porque hasta de día se enamora de la lluvia.

viernes, 10 de febrero de 2017

Querer y dejar ir.

Te irás. Porque no viniste para quedarte y yo no quisiera atarte. Las heridas sanan y las cicatrices no duelen si uno quiere... Pero yo te quiero. Quedarás en mí como una cicatriz que veré en el espejo cuando no tenga ropa, porque cuando no tenía nada tú eras el que quedaba, siempre...

Serás otra cicatriz pero yo no me acostumbro. Todos llevamos marcas, pero tú siempre fuiste el más marcado, el más oscuro, el más querido porque sabe lo que es no querer.

Yo siempre quise más amor, más atención, más miradas. Tú nunca me abrazaste como yo esperaba porque siempre fuiste mejor. Siempre lejos del resto, entendiendo todo y callando a menos que tuvieras un oído atento cerca. Recogiendo recuerdos que te golpearían con ciertas músicas, cerrando los ojos cuando la espalda sangraba por el puñal de la traición de algún amado.

Yo siempre fui insignificante, aunque pretendiera lo contrario. Hasta que tú me miraste con los ojos del que todo lo entiende y siempre guarda paciencia. Porque la necesita, porque se enoja y ya se destruyó demasiado a sí mismo.

Me tomaste de las muñecas e impediste que siguiera arañando mis piernas, me besaste en la oreja y sonreíste. Recitaste un "Ya está, no es para tanto", que primero hizo hervir mi sangre de los nervios y después se convirtió en una terapia de auto control. Dejé de llorar (tanto), aprendí a aceptarme y a esquivar de puntillas los vidrios de la decepción. Es un trayecto muy lento, pero tranquilo... El de no sufrir de más.

Rocé los bordes del amor y giraste la cara porque no querías que yo sufriera, por más que me guste hacerlo. Yo volví a llorar y tú a entender, nuestro ciclo eterno. Con paciencia, cariño y discusiones leves construimos un hogar de medianoche. Hasta que me tocó dar el siguiente paso y abandonarlo.

Me fui y tú sólo sonreíste, me agradeciste por haberte enseñado tanto y llaveaste nuestro rincón para esperar tu siguiente aventura. Me marché en silencio, con mi cabello despeinado y miles de recuerdos. Tú siempre decías, lo peor de perder a alguien es que se lleva consigo todos los recuerdos que fueron sólo de los dos.

No me olvides, querido, no me dejes con una mitad perdida. Sigo siendo frágil y sigo creciendo, pero nunca dejo de recordarte. T

jueves, 2 de febrero de 2017

Al final, yo me lancé primero.

Entono un Aleluya y todo encaja como piezas en un puzle de cristal.”

Y así nos fuimos. Un año de amistad desordenada en la que los dos reprimíamos deseos y nostalgias. Para que al final en un último encuentro descarguemos todo el amor que no nos habíamos dejado sentir.

Tú, todo el tiempo frío e indiferente, te alejaste de mí sin explicación, para luego reprochar que no hubiera reconocido tus sentimientos. Y yo qué iba a saber que te fijarías en mí y te enamorarías de mi voz que tanto te exasperaba. Me pedías que me calle y yo no entendía por qué te reunías conmigo si no querías verme, yo sólo me quedaba ahí para escuchar tus historias familiares y tus aventuras de borracho.

Te busqué mucho tiempo hasta que al fin pudimos emborracharnos y sacar afuera todo lo que habíamos callado. Yo siempre estuve llena de miedos, pero al final tus miedos le ganaron a los míos. Permaneciste escéptico ante la posibilidad de que yo te quisiera, y seguiste defendiendo lo indefendible con tal de hacer como que no importaba.

Podrás decir lo que quieras, pero estar contigo fue como encontrar un rincón en el mundo del que no necesitaba escapar. Despertar en tu cama y encontrarte mirándome con tus ojos atormentados, mirándome como si nada tuviera sentido, abrazándome con la desesperación de quien no sabe demostrar afecto, pero esta vez está dispuesto a hacerlo. Te miré durante horas porque yo tampoco entendía, olvidé el protocolo porque contigo nada era convencional.

Fue en una mañana de domingo que los dos actuamos como que las cosas no empeoraron, como que mi alma no se enamoró de tu ceño fruncido. Nos despedimos como si ignoráramos que no nos volveríamos a ver, y me fui caminando despacio, sin creer aún que me estaba alejando de la aventura más emocionante que había vivido.

Pero todos morimos también, y me enojaría contigo por ser presa del miedo si yo no entendiera lo que es ser una presa de él. “Todo es mi culpa, el tiempo perdido… No me mires así que me estás enamorando.” Yo ya no tengo miedo, desde que me bajé de tu motocicleta y supe que llegamos al final del precipicio. Ya no tengo miedo porque la muerte nos besa el cuello mientras los dos deseamos que no importara.

Yo ni siquiera recordaba tu voz, después de tanto imaginarte y no encontrarte nunca. Me dijiste que tú no olvidabas la mía, una voz desesperada pero liviana… Y yo me congelé pensando en que nunca nadie me había admirado, nadie había apreciado las cosas que yo no notaba, nadie había dicho que yo era un oído cuando todo lo demás está en caos. Pero ahí estabas tú, lleno de miedo hasta para besarme, pidiéndome permiso para tocarme, como si yo me fuera a desintegrar ante tus ojos.

Mi mirada en el espejo está oscurecida por tantas despedidas, y ahora sueño todas las noches con despertar en tu cama y encontrarte pensando, aunque dijeras que no podías pensar.

domingo, 22 de enero de 2017

Entiende que el mundo es grande y su recuerdo también.

Me miras apenada y acompañas a tu amiga al jardín, yo sólo sonrío y doy vueltas al vaso que tengo en mi mano. Muchas personas me miran y siguen un patrón: muestran aparente deseo de hablarme, y luego desvían la mirada. Tú me miras a través del vidrio de la ventana y finges que no te molesta.

Sabes cómo soy, que prefiero los rincones donde observo todo en silencio. Sabes que mi tristeza aumenta mientras más alegría necesito, que cuando hay mucha gente me aparto para no molestar, y me asustan sus miradas expectantes de la misma forma que la indiferencia.

Sabes que cuanto más grande la fiesta más nostalgia me da, porque entre tanto abrazo uno se acuerda del hogar, y con tanta distancia la nostalgia se nutre.

Sabes que hogar son sus ojos cuando le resta importancia a los problemas y me hace cosquillas. Cuando la soledad llega y él la invita a sentarse mientras se toma un último momento y me mira. Luego se va y me deja con ella, porque es buena amiga suya y él tiene otras cosas que atender.

No te enojes porque no puedo, bien sabes que a veces lo veo entre la gente como una ilusión. Y es que toda la gente tiene pedacitos similares, pero él es completo con todas sus grietas. Sabes que procuro, que si no quisiera no vendría. Que si no estuviera dispuesta a avanzar seguiría dibujando en las canciones pedazos de sus sonrisas, así como me encontraste.

Bueno, ya estás harta de saber. Yo sólo me quedo en mi rincón a seguir tratando de recordar que el mundo ya existía antes de conocerlo, y no terminó cuando dejó de mirarme, aunque haya perdido la luz. Que sí sé, tanta nostalgia no me lleva a nada. Pero los abrazos que me da la nostalgia tienen el sabor más cercano al de su cabeza sobre mi hombro una noche de agosto.