miércoles, 19 de febrero de 2014

No te subas al pingüimóvil.

“Cuidado con lo que deseas” repetían. Y por supuesto, no les hice caso.

Deseaba poder aferrarme a alguien, terminé extrañando a mucha gente. Deseaba sentir algo, sentí dolor. Deseaba vivir, y entendí que en la vida nos vamos muriendo un poco cada día.

Errores, cuántos errores. Víctimas y culpables, afectados y hacedores somos.

O lo soy yo.

Creí que ya había aprendido, que con eso último fue suficiente. Pero una ‘demasiadoadicta’ nunca tiene suficiente. Entonces dije que no podía ser más egoísta; pero claro, tengo una gran capacidad para superarme.

Eso debería ser algo bueno, ¿verdad?

Por si todavía no quedó claro, NUNCAESSUFICIENTEPARAUNADEMASIADOADICTA. Y ahí va el porqué.

Prometiéndome una y otra vez que dejaría de equivocarme tanto, fui recorriendo un camino de errores. Dañando gente, arruinando amistades, ganándome soledad. El orgullo terminó siendo mi único refugio, y el masoquismo mi mejor amigo. Siempre lamentando mi infortunio, desaproveché aquellas oportunidades de hacer feliz a la gente. Ahora caigo en la cuenta de mi estupidez a la hora de poder mejorar la situación.

Y entonces aparece él. Tan tierno, delicado, tan lejano. Alguien demasiado bueno para que llegue a mi vida justo en ese momento. Yo no quería, o tal vez si quería. Tal vez mi masoquismo hizo que quisiera. El asunto es que sin darme cuenta ya estaba esperando que me escriba.

Pero él, es de esas personas que sabes que no mereces. En el remoto caso que te quisiera, no podrías darle esa felicidad de la cual es merecedor. Tan pequeña me siento, tan insuficiente.

De aquellas amistades que sabes que si arruinas, merecerías ir a prisión.

Yo no quería, pero no pude evitarlo. Y ahora estoy en una situación sin salida; reprimiendo sentimientos y necesidades. Sabes que no te va a llevar a ningún lugar. O tal vez si te lleve, pero no a uno bueno. Sabes que no te va a llevar hacia algo bueno, pero ya subiste al vehículo. Y ya está en movimiento. Y no te podés bajar. Porque te está llevando a algún lugar, no tenés idea hacia dónde. Pero tenés miedo.

El vehículo con forma de pingüino patinando en el espacio y tomado helado de almendras.

No te subas al pingüimóvil, no lo hagas.

Misteriosos caminos recorre aquel vehículo. Algunos dicen que es lo mejor del mundo mundial, que todos deberían subir. Otros dicen que no es para cualquiera. Según ciertos rumores, hay gente que nunca bajó de él.


No te subas al pingüimóvil. O súbete, llega lejos, y deja de vivir con la intriga de a dónde te lleva.

sábado, 8 de febrero de 2014

Felicidad masoquista y de madrugada.

Cuando es de madrugada, y un nuevo día empieza siendo noche. Y tenés la costumbre de dormir tarde, pero esta noche te pesan las horas que pasas despierto/a. Y te pones a pensar, y empezás a ver todas esas pequeñísimas cosas...

Diminutos detalles que se convierten en grandes torturas.

Esos momentos con gente que está lejos, que está cerca pero no está contigo, que es feliz sin que seas parte de eso. Y notas las cosas que pudieron ser de otra manera. No cosas que hubiesen impedido su separación; sino cosas pequeñas que hubiesen constituido otro buen momento para recordar, para extrañar. No son cambios que habrían evitado el derramar de lágrimas, o los pensamientos nostálgicos; son cambios que habrían permitido tener una risa más, otra sonrisa inesperada cuando caminas por la calle o haces alguna otra cosa cotidiana. Y no te arrepentís de no haber cambiado ese pequeño detalle, simplemente imaginas el momento si hubiese sido así, y no como fue. Y disfrutas ese hipotético momento con esa persona real. Y cuando estás despierto/a en medio de la madrugada, y sos la única persona que no duerme en el lugar, y no estas hablando con nadie más.

Empezás a hablar con tus otros yo.

Y empezás a culparte de esto, felicitarte por aquello, desear eso que es tan lejano. A veces incluso dejas el enojo a un lado, para empezar a ser feliz. Aunque sea por un rato. Y te sentís feliz por ese paseo, esa canción, ese beso, ese abrazo, ese mensaje, ese buen recuerdo. Y al rato empezás a sentirte triste; te sentís triste por ese paseo, esa canción, ese beso, ese abrazo, ese mensaje, ese masoquismo que constituye el recordar. Y en unas horas, o minutos, o segundos... en una madrugada. Sentís un montón de cosas, recordás personas, cosas, canciones, lugares, caricias, que no creíste que aparecerían en tu memoria. Cosas de tu infancia, del día anterior, del año que viene.

Y después dormis, y es una aventura totalmente aparte. Como todo en la vida.

Tal vez sólo soy yo la que pasa por todo eso cuando no puede o no quiere dormir, tal vez. Tal vez un montón de personas pasen por lo mismo. Tal vez nada ni nadie de eso que recuerdo existió, y sólo es algo que imagino mirando un punto fijo en el techo de mi habitación en el manicomio.

Lo que sea.