lunes, 5 de diciembre de 2016

Otra madrugada para esconderse. Recostada en su pecho, respirando en su cuello. Y él por tercera vez en todo este tiempo acarició mis manos. Esperando el momento adecuado para fumar sin que nos descubran, cuántas discusiones podemos tener en cinco minutos... Bueno, siempre gano todas, pero perdí la apuesta más grande cuando me enamoré.

Ignoro el dolor de saber que cuando se acerque el amanecer seremos dos desconocidos de nuevo, y sonrío por sus travesuras. Es sólo otro muchacho desobediente al que le encanta jugar, pero cómo no derretirme con sus debilidades.

Una pequeña siesta después del sexo, y volvemos a ser dos niños tímidos con un montón de secretos que esconder. No queremos que nos atrapen, pero tampoco le tenemos miedo al castigo. Para eso estamos: para romper las reglas y encarar las consecuencias. No fingimos ser buenos, ni mucho menos inocentes. Pero jamás reconoceríamos que nos portamos mal juntos.

Él por su camino, yo por mi desvío. No hay que dejar en evidencia que llevo su aroma y él mis mordidas. Después del descanso necesario él vuelve a picotear los labios de cada chiquilla loca que está detrás suyo, pero siempre sin que la oficial se entere. Después de cerrar mis ojos y pretender que no le quiero, vuelvo a refugiarme en los brazos del que comprende lo descarriada que estoy. Al menos a una persona se le olvida juzgarme.

Y así vamos, en esta rueda que está en llamas y a punto de explotar, esperando la ocasión exacta para saltar. Queremos cicatrices, pero tenemos que sobrevivir para las siguientes batallas. No soy su última amante, ni él mi último caballero a quien no puedo rescatar.

Sólo somos un encuentro pasajero que pronto ha de acabar.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Y el cosmos se desintegraba cada vez que pestañeaba.

Cuán extraño es que el reloj marque la hora 00 y todo comience de nuevo. Un nuevo día nace pero el mundo es el mismo que un minuto atrás. Al final sólo son números que usamos para medir el tiempo perdido, porque el aprovechado nunca notamos que pasa.

Aún más extraño es que nos aferremos tanto a algo como el tiempo, que no nos tiene ni la mínima consideración y se va cuando quiere. Vivimos dependiendo del tiempo, como si a él le importaran nuestra vida o muerte. Al final de todo, el tiempo es tan independiente que no podemos acusarlo de cruel, él no es simple como nosotros.

Nosotros, que nos pasamos la vida malgastando momentos para luego arrepentirnos de  no aprovecharla. Y deseamos que el tiempo vuelva, pero vamos, él no es tonto. No podemos pedirle perdón a algo que no se detiene porque ni escuchará, ni le importará. Es nuestra condición de humanos: nuestra potencial arma se convierte en nuestra mayor debilidad.

Entonces llegó un punto en mi vida en que me dispuse a aprovechar el tiempo, a asumir riesgos y a no tener miedo, porque se me iría la vida sin conocer el amor verdadero. Pero eso  nunca existe para quien quiere recorrer la vía láctea en un solo día y sentirse libre así.

Pero descubrí que el amor eterno también son las miradas fugaces. Esas que ella y yo compartíamos cuando pretendíamos que nuestros cuerpos no ardían de necesidad de conocerse. Hasta que las miradas fugaces se convirtieron en ojos cerrados y mordidas en el cuello. Y las mordidas se convirtieron en besos para cada cicatriz. Y las cicatrices resurgieron como batalla. Y la batalla se libró entre sus piernas y las mías.

Y por un fugaz instante –o tal vez uno eterno-, dejé de temerle al tiempo. Porque el tiempo se atascó en su clavícula y se detuvo para descansar en su lunar. Y la miré crecer y hacerse fiera, vi cómo se hizo fuerte y libre. Me tocó ver cómo su libertad aplastaba la mía. Y mientras más independiente era ella, yo más dependía de sus besos en el lóbulo de mi oreja.

Pero entonces fue ella quien se asustó del tiempo. De todo el tiempo que pasaríamos explorando mutuamente nuestros lunares, y todo el que perderíamos explorando las lunas. No quería dejarme pero tampoco quería quedarse, y yo seguía tan impresionado por su belleza que me atasqué también. Y guardé silencio mientras ella peinaba las estrellas en su cabello y se marchaba con sus pies prácticamente flotando sobre la alfombra. A mí sólo me quedó la sensación de su presencia encantando mi habitación, y un pedazo de galaxia que me regaló cuando aprendió a amar.

Y sin darme cuenta me quedé sentado mientras el tiempo pasaba. No podría asegurar que lo desaproveché, pues no creo que soñarla sea perder el tiempo. Creo que haberla tenido fue vivir la intensidad de todo el cosmos, y que ella es magia pura. Nunca podría haberla hecho volar tan alto como sus propios pies, y es por eso que nunca reprocharía su abandono. Yo sólo fui otra vida que alimentó de sueños, sólo otros ojos que ella cautivó.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Y te olvidaste de mi amor como cualquier persona olvida sus llaves.

Setecientas palabras susurradas en una habitación con la luz apagada. No, no fueron setecientas promesas. Fueron setecientos Adioses que no te hicieron llorar, porque no había luz.

La inquietante costumbre de hacer de cuenta que no pasan las cosas con la luz apagada, cuando en realidad toda nuestra vida se podría resumir en las aventuras vividas en la oscuridad. Tuve que decirte adiós en ese pequeño mundo de buscar nuestros labios a tientas, porque si no, no habría sido real.

Y entonces te pusiste a recordar la época en la que no nos escondíamos, cuando no éramos nosotros porque no sabíamos mostrarle la lengua al miedo. Cuando no nos escabullíamos hasta el balcón para fumar, ni intercambiábamos miradas furtivas durante la cena.

La frustración me hizo abandonar nuestro rincón de pasiones, pues nunca tuvimos el suficiente valor para amarnos bajo la luz del sol. Está bien mi niño, sé que no te gusta enfrentar las miradas, como a mí no me gusta mentir.

Amarnos, digo. Como si se te hubiera ocurrido hacerlo... Estuvimos contándonos secretos cuando mis padres no estaban, y entregando nuestros cuerpos cuando dormian. Y que contradictorio es cómo funcionamos en la cama, como nos golpeamos en cualquier situación, y cómo nos desconectamos en publico.

Nada tiene sentido para mí si yo me podría pasar horas escuchando tus historias de chico travieso, y con una palabra tu destruyes en mi cabeza todo lo pintoresco de mis aventuras. He estado tratando de ser indiferente al innegable hecho de que  nuestra aventura no pudo escapar del ciclo finito de cualquier amorío, pero no puedo pretender que no te irás. Así que me voy yo, antes de que te asustes del todo.

Sabes que podría gritarte lo mucho que me encantan tus imbecilidades, como cuando pido a gritos que me regalen un cuento. Pero tú prefieres que susurre mis deseos en la oscuridad, y eso es más hermoso aún... Si tan sólo pudieras enamorarte de mis cicatrices.

Qué hago pidiendo que me ames. Tú me pides que me voltee. Te exijo que me pertenezcas, me lo prometes. Me pides tu nombre, me ahogo en gritos. Te ahogas en suspiros, me dices que te traigo loco. Pero, ¿qué sabes tú de perder la cabeza por mí? Si sólo me deseas suerte cuando me ves hundiéndome, y te vas mirando al suelo.

Yo te puedo hablar de locura. De esa locura que me sale de adentro cuando improvisas una escena del exitoso futuro que tendrías a costa de tus besos, locura es esta sonrisa que me sale al recordar que cantas las canciones de las caricaturas cada vez que te emocionas por algo. Locura es mi necesidad de mirarte demostrando que eres sólo otro humano.

Sí, rompí las reglas. Violé el pacto y empecé a imaginarte queriéndome. Lo sé, no es culpa tuya. Pero cómo puedes esperar que no cale profundo en mi corazón el sonido de tu respiración cuando duermes a mi lado.

Así que prende la luz y no te sientas con derecho a reclamar. Te dije que la gente se cansa de los hijos de puta, te dije que yo era así, te dije que tenía miedo. Ya no soy comprensiva ni tengo tiempo para entregarte mis besos, porque estoy muy ocupada extrañándote.

Devuélveme mi indiferencia, y yo te devolveré tu tiempo para que salgas a conquistar. ¿No puedes hacerlo? Bueno, yo tampoco quería darte nada más.

sábado, 8 de octubre de 2016

Y entonces te marchaste mirando al suelo. ¿Quien podría comprender tu abandono? Si te quise cuando me mostraste toda tu oscuridad, y te amé cuando me mostraste tus fallas.

Te fuiste, y yo me quede sin comprender tu partida. Te fuiste, y yo me quede extrañando tus travesuras.

Cada pequeño descontrol en mi cama mientras mis padres dormían, y tú tenias miedo de que nuestra mentira se escurra por mi ventana. Decías que te sentías querido, pero nunca me quisiste. Decías que confiabas en mí, pero nunca escuchaste mis secretos.

Y entonces, estoy aquí con una botella en la mano y un papel escupiendo el dolor que me hiciste sangrar. No eres nada más que el ideal que creé en mi cabeza, y yo no soy nada más que quien te regaló besos y siempre te dejaba con ganas de más.

Te fuiste y yo lloré por todos esos secretos olvidados de nuestras madrugadas vagando por el barrio. Tal vez ahora puedas entender que ella no amará tu oscuridad, o tal vez más tarde lo hagas.

Yo también me fui, derramando lágrimas en el camino para que sigas mis rastros y me encuentres. Pero nunca miraste hacia donde caminaba, porque estabas ocupado encendiendo tu cigarrillo. Me fui, y no lloraste ni pediste perdón. Me fui, y de inmediato olvidaste cómo me escapé de mí misma para amarte.

Y no, mi querido chico de cabellos complicados. No podré sangrar más, tendrás que conformarte. La vida me desgastó y tú te alimentas de tristeza. La vida me golpeó y tú no me defendiste del huracán que llevaba tu nombre.

Está bien, nunca te declaré mi amor ni dejé que notes cómo te miraba cuando estabas distraído. Cada risa tuya se marcó en mi piel y cada lágrima quemó mi corazón.

Vete de nuevo, para saborear tus besos como si fuera la última vez una vez más. Y qué se le puede hacer, si ves su cintura y te pierdes. No queda más que alegrarme por ti y desear que el amor que te tengo te llegue de alguna forma en los abrazos que ella te da.

Tu fidelidad es cuestionable y mi olvido es reprochable. Nuestra aventura es pasajera y mis labios para la entrega. Si no estas tú, tendré que llenar la soledad.

Tantos versos te escribí y tú nunca te diste la vuelta a mirarme. Tantos sueños te dediqué y tú nunca pudiste tomarme de la mano. Lo que hubiera dado por hablar con tus padres y agradecerles por no usar protección.

Me voy ahora, cansada pero conforme. Con una temporada de tus besos y una vida llena de secretos que nunca nadie entenderá. Me voy, y te tiro un beso para que recuerdes que tú tienes mi corazón.

Gracias por la cicatriz en la muñeca y las madrugadas de pasión.

jueves, 29 de septiembre de 2016

De cuando olvidé cómo se sentía la fugacidad.

Y cuando crucé la calle ella estaba ahí, mirándome. Podría jurar que el mismo satán bailaba en su sonrisa y se deslizaba hasta acurrucarse en su cintura. Entonces supe que hogar eran sus pies recorriendo la casa en busca de un libro.

Y qué iba a entender yo de nada, si sus caderas se menean al ritmo del buen rock. Ella gritaba más que yo en los conciertos, y se entregaba por completo a la música. Envidia sentí de su almohada, sería capaz de absorber sus lágrimas en busca del misterio del cosmos.

Me fui derritiendo con su cabello en mi pecho cuando dormía su siesta improvisada. Y nunca dejó de impresionarme ver su cuerpo descansando en mi cama. La vida dejó de tener sentido sin tomar limonada con ella, sus pequeñas adicciones calaron profundo en mis costumbres y yo me hice adicto a verla hacerse pedazos para luego resurgir como fiera.

El tiempo no existe si la veo desarmando poesías para luego reescribirlas añadiendo más tristeza siempre... Y luego sonríe y la muerte es súbita. El tiempo no existe si ella está por encima de lo humano, y por debajo del estándar.

Acaricia a las bestias y las destruye despacito, con paciencia. Las destruye pero se enamora. Se destruye ella sola porque nadie más tiene derecho a hacerlo, y ella necesita destrucción.

Recuerda cada cicatriz que tiene y las mima, porque son historias que la llevaron a donde está. Ahí, sobre el escenario de mis pesadillas aplastando cada miedo. Y no se arrepiente cuando mira para atrás.

Me costó muchos años encontrarla, y a ella unos cuantos más en amarme. Y qué se yo si ella me ama, tal vez sólo ame al cielo y todas las preguntas que no puede responder.

Es una coleccionista de acertijos y una creadora de aventuras. Yo sólo soy su fiel seguidor. Mi Juana de Arco llena de renuncias. No pierde el tiempo mintiendo, y dejó de llorarle a la soledad. Ahora sólo acaricia su cuello y se entrega de lleno a la ambigüedad.

viernes, 26 de agosto de 2016

De la fugacidad y sus cadenas.

Amores no consumados. De esas largas miradas y besos a medias, secretos interminables detrás de la casa, susurros olvidados de una juventud que es demasiado fugaz para terminar de disfrutarla.

No, no quiere que yo me vaya, pero tampoco me toma de la mano. Y yo esta vez sólo quiero un beso de buenas noches sin tanto drama posesivo.

Después de tanto escaparnos de madrugada a recorrer el barrio, él medio borracho y yo queriendo fumar. Escondernos en construcciones abandonadas para descargar una frustración que no tendrá fin mientras no deseemos lo suficiente la libertad. Queremos volar, pero queremos atarnos el uno al otro hasta hartarnos y odiarnos. No hay punto medio.

Yo me escapo para verlo, pero de vez en cuando también escapo de él. Para rechazar algunas propuestas y exfoliar mi memoria de tanta suciedad de sus besos. Como niños jugando con el barro que no quieren lavar su ropa.

Y qué se le puede hacer, si borracho él no quiere que lo deje, y sobria yo sé que debería. Aunque nadie hace lo que tiene que hacer, porque somos lo suficientemente caraduras como para seguir mirándonos a los ojos y burlarnos de nosotros mismos.

Hey, no, no quiero que te canses de mí. He estado esperando esto por mucho tiempo, y es mucho más placentero de lo que imaginé. Y más doloroso también. No podemos escapar de todo. Un día nos alcanza y no debemos mirar para abajo, que ahí están las colillas y toda nuestra honestidad.

Se despide con un apretón de manos, tan impersonal como fue toda esa pasión rencorosa. Se va con la capucha puesta y el orgullo a cuestas. Y yo sé que esta vez se va en serio.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Y me fui.

Hay un montón de marcas en mi vida de tu paso por ella. En mis cuadernos y libros, en mis uniformes, en mis bolsos. Iniciales, frases, garabatos… Representan a una juventud llena de sentimientos de pertenencia o sumisión a un amor intenso y estúpido, como dos tontos haciendo promesas tan cargadas de nada, que dolían como un castigo colosal por creer que entendíamos el mundo.

Y cuando entendimos que no podías comprender mis preguntas ni yo tus respuestas sin terminar, nos alejamos de la base de nuestras creencias y nos apoyamos en lo inestable de lo efímero. Porque la eternidad no existe entre dos personas que no se miran a los ojos, y tú y yo sólo sabíamos mirar nuestros errores.

Así que tú empezaste a hablar más fuerte aún sobre las cosas que no comprendías, y yo a callar mis pecados de la noche anterior con un bonito vestido y una sonrisa inocente. De vez en cuando cruzábamos nuestras noches, y fingíamos olvidar tus calumnias y mi poder de destruirte. No calumniábamos ni destruíamos lo que no existía entre nosotros, y por eso nos encantaba estar juntos sin títulos ni compromisos.

Aunque “estar juntos” no es la manera correcta de describir nuestra descarga de pasión juvenil e injustificada, era la única manera de describir lo complicado de nuestras sonrisas cómplices y propuestas susurradas entre cruces premeditados.

Lo que pasa ahora es que cada objeto tiene una marca tuya, y me pregunto si mi corazón o mi vida estarán marcados también. Porque de vez en cuando te veo, y no hay pasión juvenil, ni compromisos callados, ni poderes en el otro. Me pregunto si conservas mis versos de chiquilla que te di cuando intentaba llegar a tu corazón, o si recuerdas las veces que te sentaste en mis piernas y me contaste de tu infancia.

Preguntas sin respuestas son la marca más grande que dejaste en mí después de todos estos años. Sólo espero que la jodida realidad te haya pegado fuerte como me pegó a mí cuando entendía que nunca, nunca podría crecer con la fugacidad de la que nos llenábamos mutuamente.

Y me fui.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Te recordé y no estabas vacía.

Estabas caminando sobre un tronco de un árbol cortado de tu patio. Le pediste perdón al árbol en nombre de la persona que lo cortó y caminaste en él fumando un cigarrillo. Bailabas también, bajo la llovizna que no bastaba para asustar a nadie bajo el sol de media tarde que impedía a mis lentes verte bien. Y te quise más que nunca en ese momento, me pareciste imposiblemente hermosa cuando con los ojos cerrados cantaste esa frase que te hacía querer poder volar.

Te quise proteger de este mundo injusto en el que tus sueños eran obligados a quedarse en tu cabeza y ser contados entre chistes de las cosas imposibles, entre fiestas improvisadas y en un círculo de amigos un poco más humano que todos tus demonios.

Recuerdo esa tarde en que dormiste una siesta sobre mi pecho, cómo quise besar tu cabeza y tenía miedo de despertarte.  Miedo. Siempre ahí, siempre estuvo el miedo más de lo que tú estuviste. Pero eso no importa ahora que te recuerdo paseando en ese tronco. Porque fuiste tan inestable con tu propia vida que yo no quería darme el lujo de ser inestable también, pero no pude.

Ojalá me volvieras a escribir, un cuento antes de dormir o un poema para regalarme sólo a mí, pero te fuiste encogiendo por no querer herirnos, y aún así dices que no tengo que sentirme mal. Vale, tal vez no es mi culpa, tal vez sólo quisiera otro tronco en el que mirarte u otro sueño para prometerte.

Y no es mi culpa, maldita sea. Di todo lo que pude y me quedé vacío, algo quedó en mí de nuestro paseo por la arena o del “no tengamos miedo” que susurré en tu cuello. No estabas lista para entregarme lo que le entregaste a personas sin rostro que luego olvidaron, y sabes que yo no te olvidaré. Pero seguro ya el arrepentimiento no llega hasta tus manos cuando profanas nuestras caricias  y nuestros encuentros casuales llenos de cosas que quedaron sin ser dichas.

Duele pensar en tanto hubiera que nos quedó manchado en la ropa, o en tanto quizá que borraste con otras bocas. Pero sigues siendo hermosa con tu voz que odias y tus rarezas, me gusta pensar que me muestras algo que no le permites ver a nadie que no haya sangrado tanto por ti como yo lo hice. Pero suponer no me basta para tomar decisiones, y a ti no te basta para quedarte.

Sé que entiendes un poco mis miedos, y que tú también quisiste salvarme del mundo injusto, pero no pudimos atajar todo el amor que se nos escapó por la ventana cuando mirábamos una película que no entendimos por estar besándonos.

La pasión reprimida no se acaba y tus culpas tampoco. Vayamos a algún lugar en donde olvidemos los nombres de las calles por estar ocupados hablando de historias fantásticas, y no nos importe perdernos.  Porque en la porquería en la que estamos en este momento, los días son sólo minutos y tú eres sólo una humana. En mi cabeza eres la destructora y fundadora de todo lo que conozco.


Mírame cuando te sangro, te dije una vez. Y tus lágrimas no te dejaron ver que yo seguía sonriendo. Mi oscura chica de inconformidades incoherentes, no bajes los brazos. Ve y enrédalos en el cuello de alguien que no te hable de amor. Yo aquí seguiré suponiendo un nosotros.

martes, 2 de febrero de 2016

De cuando el amor se acabó.

Qué hermoso eras
Cuando cerrabas los ojos al fumar.
Y yo me burlaba de tu dramatismo,
Y a ti te exasperaba el mío.

Y nos arañábamos.
Yo arañaba tu espalda,
Tu arañabas mi seguridad.
Nos hicimos polvo
Al querer volar.

Nos estrellamos.
Yo choqué con tus manos delicadas,
Tú con mi espalda torcida.
Y confundimos los tiempos
Entre pelear y amar
Y nos enredamos en el hilo
De nunca estar.

Así que vete cuando quieras,
Yo sé que volverás.
Para contarme tus problemas,
Y consuelo buscar.

Lo encontrarás en un poema
Que nunca entenderás.
Y te alejarás de nuevo
Y yo no me voy a quedar.

Fui todo por no rendirme.
Por no renunciar,
Por no irme.

Pero el tiempo
Y tu desencanto
Me hicieron ver
Que se gastó el llanto
En algo perdido,
Que nunca tuvo sentido.

domingo, 31 de enero de 2016

No me quedan ánimos para llorarte. Sólo los miles de Te amo que no te diré porque no puedo escribirlos en tu espalda con mis uñas. Y siempre eres el último al que pienso antes de dormir. Y tal vez mis pesadillas sean porque no estoy velando por tus dulces sueños. Pero ya no hay espacio para el arrepentimiento si mis versos van a la papelera y tus besos a otra boca. Los míos se pierden lejos.