jueves, 29 de septiembre de 2016

De cuando olvidé cómo se sentía la fugacidad.

Y cuando crucé la calle ella estaba ahí, mirándome. Podría jurar que el mismo satán bailaba en su sonrisa y se deslizaba hasta acurrucarse en su cintura. Entonces supe que hogar eran sus pies recorriendo la casa en busca de un libro.

Y qué iba a entender yo de nada, si sus caderas se menean al ritmo del buen rock. Ella gritaba más que yo en los conciertos, y se entregaba por completo a la música. Envidia sentí de su almohada, sería capaz de absorber sus lágrimas en busca del misterio del cosmos.

Me fui derritiendo con su cabello en mi pecho cuando dormía su siesta improvisada. Y nunca dejó de impresionarme ver su cuerpo descansando en mi cama. La vida dejó de tener sentido sin tomar limonada con ella, sus pequeñas adicciones calaron profundo en mis costumbres y yo me hice adicto a verla hacerse pedazos para luego resurgir como fiera.

El tiempo no existe si la veo desarmando poesías para luego reescribirlas añadiendo más tristeza siempre... Y luego sonríe y la muerte es súbita. El tiempo no existe si ella está por encima de lo humano, y por debajo del estándar.

Acaricia a las bestias y las destruye despacito, con paciencia. Las destruye pero se enamora. Se destruye ella sola porque nadie más tiene derecho a hacerlo, y ella necesita destrucción.

Recuerda cada cicatriz que tiene y las mima, porque son historias que la llevaron a donde está. Ahí, sobre el escenario de mis pesadillas aplastando cada miedo. Y no se arrepiente cuando mira para atrás.

Me costó muchos años encontrarla, y a ella unos cuantos más en amarme. Y qué se yo si ella me ama, tal vez sólo ame al cielo y todas las preguntas que no puede responder.

Es una coleccionista de acertijos y una creadora de aventuras. Yo sólo soy su fiel seguidor. Mi Juana de Arco llena de renuncias. No pierde el tiempo mintiendo, y dejó de llorarle a la soledad. Ahora sólo acaricia su cuello y se entrega de lleno a la ambigüedad.