jueves, 24 de julio de 2014

Aquel amor de aquella juventud.

No tuvimos mejores momentos
Que aquellos de puro silencio,
En que las miradas disfrutaban su protagonismo.

Toda esa felicidad tan frágil, tan improbable
Pero él hacía que se sintiera real.
Y cuando el miedo buscaba un rincón,
El hacía con sus brazos un escudo.
Y yo no podía pedir más.

Miré sus ojos, su sonrisa
Y supe que no podía echarme atrás
En ese campo de batalla.

¿Y para qué lo querría?
Esa guerra contra mí
Era la única que valía la pena.

Y entonces aquella música
La de tantas lágrimas
Y unos cuantos desvelos.
“¿Sabes por lo que vale la pena luchar? Cuando no vale la pena morir”*
Y tuve la respuesta:
Él era la respuesta.

Y diablos, mi corazón no lo soportó.
No lo pude detener
Y fue directo a sus manos.
Y tuve que aceptar,
Que el puesto de la soledad 
Sería desocupado permanentemente.

sábado, 12 de julio de 2014

Los ojos se están ahogando de tanto deshidratarse, y yo me tengo que sacar mis tres capas de abrigo para poder inhalar suficiente aire. Y este aire invernal lastima mi nariz que acompaña a los ojos en su inundación. ¿Y dónde está el pañuelo? Está en el bolsillo de aquella que acaba de irse a convertirse en alimento de algún ser sin sentimientos.

¿Y dónde está el consuelo? Está en todas partes, de todas las personas, incluso de aquellas que no me conocen lo suficiente para saber porqué me vestí de blanco. Pero el único mísero consuelo lo encuentro en los brazos de aquellos que sí entienden el blanco, que sí entienden la asfixia.

Pero este vacío es tan grande, que esta habitación le tiene envidia. Y mis ojos expresan tanto, que todas las nubes del cielo claman por tener su capacidad.

Y el frío me envuelve, y me hace doler la piel, pero no me pongo el abrigo porque los jadeos continúan, y mis pulmones siguen rechazando el aire, como si quisieran seguir a los dos que se fueron con ella.