miércoles, 30 de marzo de 2016

Y me fui.

Hay un montón de marcas en mi vida de tu paso por ella. En mis cuadernos y libros, en mis uniformes, en mis bolsos. Iniciales, frases, garabatos… Representan a una juventud llena de sentimientos de pertenencia o sumisión a un amor intenso y estúpido, como dos tontos haciendo promesas tan cargadas de nada, que dolían como un castigo colosal por creer que entendíamos el mundo.

Y cuando entendimos que no podías comprender mis preguntas ni yo tus respuestas sin terminar, nos alejamos de la base de nuestras creencias y nos apoyamos en lo inestable de lo efímero. Porque la eternidad no existe entre dos personas que no se miran a los ojos, y tú y yo sólo sabíamos mirar nuestros errores.

Así que tú empezaste a hablar más fuerte aún sobre las cosas que no comprendías, y yo a callar mis pecados de la noche anterior con un bonito vestido y una sonrisa inocente. De vez en cuando cruzábamos nuestras noches, y fingíamos olvidar tus calumnias y mi poder de destruirte. No calumniábamos ni destruíamos lo que no existía entre nosotros, y por eso nos encantaba estar juntos sin títulos ni compromisos.

Aunque “estar juntos” no es la manera correcta de describir nuestra descarga de pasión juvenil e injustificada, era la única manera de describir lo complicado de nuestras sonrisas cómplices y propuestas susurradas entre cruces premeditados.

Lo que pasa ahora es que cada objeto tiene una marca tuya, y me pregunto si mi corazón o mi vida estarán marcados también. Porque de vez en cuando te veo, y no hay pasión juvenil, ni compromisos callados, ni poderes en el otro. Me pregunto si conservas mis versos de chiquilla que te di cuando intentaba llegar a tu corazón, o si recuerdas las veces que te sentaste en mis piernas y me contaste de tu infancia.

Preguntas sin respuestas son la marca más grande que dejaste en mí después de todos estos años. Sólo espero que la jodida realidad te haya pegado fuerte como me pegó a mí cuando entendía que nunca, nunca podría crecer con la fugacidad de la que nos llenábamos mutuamente.

Y me fui.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Te recordé y no estabas vacía.

Estabas caminando sobre un tronco de un árbol cortado de tu patio. Le pediste perdón al árbol en nombre de la persona que lo cortó y caminaste en él fumando un cigarrillo. Bailabas también, bajo la llovizna que no bastaba para asustar a nadie bajo el sol de media tarde que impedía a mis lentes verte bien. Y te quise más que nunca en ese momento, me pareciste imposiblemente hermosa cuando con los ojos cerrados cantaste esa frase que te hacía querer poder volar.

Te quise proteger de este mundo injusto en el que tus sueños eran obligados a quedarse en tu cabeza y ser contados entre chistes de las cosas imposibles, entre fiestas improvisadas y en un círculo de amigos un poco más humano que todos tus demonios.

Recuerdo esa tarde en que dormiste una siesta sobre mi pecho, cómo quise besar tu cabeza y tenía miedo de despertarte.  Miedo. Siempre ahí, siempre estuvo el miedo más de lo que tú estuviste. Pero eso no importa ahora que te recuerdo paseando en ese tronco. Porque fuiste tan inestable con tu propia vida que yo no quería darme el lujo de ser inestable también, pero no pude.

Ojalá me volvieras a escribir, un cuento antes de dormir o un poema para regalarme sólo a mí, pero te fuiste encogiendo por no querer herirnos, y aún así dices que no tengo que sentirme mal. Vale, tal vez no es mi culpa, tal vez sólo quisiera otro tronco en el que mirarte u otro sueño para prometerte.

Y no es mi culpa, maldita sea. Di todo lo que pude y me quedé vacío, algo quedó en mí de nuestro paseo por la arena o del “no tengamos miedo” que susurré en tu cuello. No estabas lista para entregarme lo que le entregaste a personas sin rostro que luego olvidaron, y sabes que yo no te olvidaré. Pero seguro ya el arrepentimiento no llega hasta tus manos cuando profanas nuestras caricias  y nuestros encuentros casuales llenos de cosas que quedaron sin ser dichas.

Duele pensar en tanto hubiera que nos quedó manchado en la ropa, o en tanto quizá que borraste con otras bocas. Pero sigues siendo hermosa con tu voz que odias y tus rarezas, me gusta pensar que me muestras algo que no le permites ver a nadie que no haya sangrado tanto por ti como yo lo hice. Pero suponer no me basta para tomar decisiones, y a ti no te basta para quedarte.

Sé que entiendes un poco mis miedos, y que tú también quisiste salvarme del mundo injusto, pero no pudimos atajar todo el amor que se nos escapó por la ventana cuando mirábamos una película que no entendimos por estar besándonos.

La pasión reprimida no se acaba y tus culpas tampoco. Vayamos a algún lugar en donde olvidemos los nombres de las calles por estar ocupados hablando de historias fantásticas, y no nos importe perdernos.  Porque en la porquería en la que estamos en este momento, los días son sólo minutos y tú eres sólo una humana. En mi cabeza eres la destructora y fundadora de todo lo que conozco.


Mírame cuando te sangro, te dije una vez. Y tus lágrimas no te dejaron ver que yo seguía sonriendo. Mi oscura chica de inconformidades incoherentes, no bajes los brazos. Ve y enrédalos en el cuello de alguien que no te hable de amor. Yo aquí seguiré suponiendo un nosotros.