jueves, 24 de julio de 2014

Aquel amor de aquella juventud.

No tuvimos mejores momentos
Que aquellos de puro silencio,
En que las miradas disfrutaban su protagonismo.

Toda esa felicidad tan frágil, tan improbable
Pero él hacía que se sintiera real.
Y cuando el miedo buscaba un rincón,
El hacía con sus brazos un escudo.
Y yo no podía pedir más.

Miré sus ojos, su sonrisa
Y supe que no podía echarme atrás
En ese campo de batalla.

¿Y para qué lo querría?
Esa guerra contra mí
Era la única que valía la pena.

Y entonces aquella música
La de tantas lágrimas
Y unos cuantos desvelos.
“¿Sabes por lo que vale la pena luchar? Cuando no vale la pena morir”*
Y tuve la respuesta:
Él era la respuesta.

Y diablos, mi corazón no lo soportó.
No lo pude detener
Y fue directo a sus manos.
Y tuve que aceptar,
Que el puesto de la soledad 
Sería desocupado permanentemente.

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