Estabas caminando sobre un tronco de un árbol cortado de tu
patio. Le pediste perdón al árbol en nombre de la persona que lo cortó y
caminaste en él fumando un cigarrillo. Bailabas también, bajo la llovizna que
no bastaba para asustar a nadie bajo el sol de media tarde que impedía a mis
lentes verte bien. Y te quise más que nunca en ese momento, me pareciste
imposiblemente hermosa cuando con los ojos cerrados cantaste esa frase que te
hacía querer poder volar.
Te quise proteger de este mundo injusto en el que tus sueños
eran obligados a quedarse en tu cabeza y ser contados entre chistes de las
cosas imposibles, entre fiestas improvisadas y en un círculo de amigos un poco
más humano que todos tus demonios.
Recuerdo esa tarde en que dormiste una siesta sobre mi pecho,
cómo quise besar tu cabeza y tenía miedo de despertarte. Miedo. Siempre ahí, siempre estuvo el miedo
más de lo que tú estuviste. Pero eso no importa ahora que te recuerdo paseando
en ese tronco. Porque fuiste tan inestable con tu propia vida que yo no quería
darme el lujo de ser inestable también, pero no pude.
Ojalá me volvieras a escribir, un cuento antes de dormir o
un poema para regalarme sólo a mí, pero te fuiste encogiendo por no querer
herirnos, y aún así dices que no tengo que sentirme mal. Vale, tal vez no es mi
culpa, tal vez sólo quisiera otro tronco en el que mirarte u otro sueño para
prometerte.
Y no es mi culpa, maldita sea. Di todo lo que pude y me
quedé vacío, algo quedó en mí de nuestro paseo por la arena o del “no tengamos
miedo” que susurré en tu cuello. No estabas lista para entregarme lo que le
entregaste a personas sin rostro que luego olvidaron, y sabes que yo no te
olvidaré. Pero seguro ya el arrepentimiento no llega hasta tus manos cuando
profanas nuestras caricias y nuestros
encuentros casuales llenos de cosas que quedaron sin ser dichas.
Duele pensar en tanto hubiera que nos quedó manchado en la
ropa, o en tanto quizá que borraste con otras bocas. Pero sigues siendo hermosa
con tu voz que odias y tus rarezas, me gusta pensar que me muestras algo que no
le permites ver a nadie que no haya sangrado tanto por ti como yo lo hice. Pero
suponer no me basta para tomar decisiones, y a ti no te basta para quedarte.
Sé que entiendes un poco mis miedos, y que tú también
quisiste salvarme del mundo injusto, pero no pudimos atajar todo el amor que se
nos escapó por la ventana cuando mirábamos una película que no entendimos por
estar besándonos.
La pasión reprimida no se acaba y tus culpas tampoco.
Vayamos a algún lugar en donde olvidemos los nombres de las calles por estar
ocupados hablando de historias fantásticas, y no nos importe perdernos. Porque en la porquería en la que estamos en
este momento, los días son sólo minutos y tú eres sólo una humana. En mi cabeza
eres la destructora y fundadora de todo lo que conozco.
Mírame cuando te sangro, te dije una vez. Y tus lágrimas no
te dejaron ver que yo seguía sonriendo. Mi oscura chica de inconformidades
incoherentes, no bajes los brazos. Ve y enrédalos en el cuello de alguien que no
te hable de amor. Yo aquí seguiré suponiendo un nosotros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario