sábado, 19 de noviembre de 2016

Y te olvidaste de mi amor como cualquier persona olvida sus llaves.

Setecientas palabras susurradas en una habitación con la luz apagada. No, no fueron setecientas promesas. Fueron setecientos Adioses que no te hicieron llorar, porque no había luz.

La inquietante costumbre de hacer de cuenta que no pasan las cosas con la luz apagada, cuando en realidad toda nuestra vida se podría resumir en las aventuras vividas en la oscuridad. Tuve que decirte adiós en ese pequeño mundo de buscar nuestros labios a tientas, porque si no, no habría sido real.

Y entonces te pusiste a recordar la época en la que no nos escondíamos, cuando no éramos nosotros porque no sabíamos mostrarle la lengua al miedo. Cuando no nos escabullíamos hasta el balcón para fumar, ni intercambiábamos miradas furtivas durante la cena.

La frustración me hizo abandonar nuestro rincón de pasiones, pues nunca tuvimos el suficiente valor para amarnos bajo la luz del sol. Está bien mi niño, sé que no te gusta enfrentar las miradas, como a mí no me gusta mentir.

Amarnos, digo. Como si se te hubiera ocurrido hacerlo... Estuvimos contándonos secretos cuando mis padres no estaban, y entregando nuestros cuerpos cuando dormian. Y que contradictorio es cómo funcionamos en la cama, como nos golpeamos en cualquier situación, y cómo nos desconectamos en publico.

Nada tiene sentido para mí si yo me podría pasar horas escuchando tus historias de chico travieso, y con una palabra tu destruyes en mi cabeza todo lo pintoresco de mis aventuras. He estado tratando de ser indiferente al innegable hecho de que  nuestra aventura no pudo escapar del ciclo finito de cualquier amorío, pero no puedo pretender que no te irás. Así que me voy yo, antes de que te asustes del todo.

Sabes que podría gritarte lo mucho que me encantan tus imbecilidades, como cuando pido a gritos que me regalen un cuento. Pero tú prefieres que susurre mis deseos en la oscuridad, y eso es más hermoso aún... Si tan sólo pudieras enamorarte de mis cicatrices.

Qué hago pidiendo que me ames. Tú me pides que me voltee. Te exijo que me pertenezcas, me lo prometes. Me pides tu nombre, me ahogo en gritos. Te ahogas en suspiros, me dices que te traigo loco. Pero, ¿qué sabes tú de perder la cabeza por mí? Si sólo me deseas suerte cuando me ves hundiéndome, y te vas mirando al suelo.

Yo te puedo hablar de locura. De esa locura que me sale de adentro cuando improvisas una escena del exitoso futuro que tendrías a costa de tus besos, locura es esta sonrisa que me sale al recordar que cantas las canciones de las caricaturas cada vez que te emocionas por algo. Locura es mi necesidad de mirarte demostrando que eres sólo otro humano.

Sí, rompí las reglas. Violé el pacto y empecé a imaginarte queriéndome. Lo sé, no es culpa tuya. Pero cómo puedes esperar que no cale profundo en mi corazón el sonido de tu respiración cuando duermes a mi lado.

Así que prende la luz y no te sientas con derecho a reclamar. Te dije que la gente se cansa de los hijos de puta, te dije que yo era así, te dije que tenía miedo. Ya no soy comprensiva ni tengo tiempo para entregarte mis besos, porque estoy muy ocupada extrañándote.

Devuélveme mi indiferencia, y yo te devolveré tu tiempo para que salgas a conquistar. ¿No puedes hacerlo? Bueno, yo tampoco quería darte nada más.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario