Quiero consumirme entre tus brazos, hacerme cenizas entre
tus dedos y esparcirme entre tu cabello. Quiero aferrarme a la ideología de la
perfección, para chocar con la avasalladora realidad que sólo puede manifestarse
a través del dolor. Quiero que me duelas, para que te conviertas en el recuerdo
punzante que se presenta en las noches de insomnio, cuando ahogarse en una taza
de café no lleva a nada más que a hundirme en las preguntas que tus labios
dejaron grabadas en mi cuello. Quiero que nuestra historia sea una tragedia,
para poder contarla una y otra vez, para que mis ojos se acostumbren a la
humedad de tu recuerdo, mis manos tiemblen con la nostalgia de tu piel, y mis
labios ardan con una sed demasiado abstracta como para poder saciarla con el
resto del mundo.
Quiero que seas siempre insuficiente, para buscar más de ti
cada día. Quiero que en los años por venir perdure tu sonrisa entre mis omóplatos,
tus cosquillas en las yemas de mis dedos, y tus rizos esparcidos sobre mi
abdomen. Hasta que mi mortalidad no dé para más.
Yo quisiera perdurar, también, para ti, pero no dolerte. Me
basta con estar presente en la brisa del río, donde crecimos; donde aprendimos
a amar y a decir adiós. Me basta con que tú, o alguien más, visite las palabras
que te escribo ahora, en un pobre intento de reflejar el tormento que causan
tus ojos en la oxidada máquina de mi corazón.
Quiero que no se escuche el quejido de mi pecho cuando digo ‘No
puedo’. Porque me cuesta tanto, cariño. Me cuesta irme, pero aún más quedarme.
Me cuesta creer en la eternidad, en el amor… Pero creo en tus ojos. Creo en tus
manos, en tu pecho salvavidas, en tu risa distraída, y tus pestañas dormidas.
Creo en tus miedos, y tus lágrimas y tus sueños… Pero son
más reales mis pesadillas.
Y perdóname, amor, porque me fui. Pero es que no hay hogar
para quien tiene miedo. Perdóname, amor, por llamarte así, con el nombre de
algo en lo que no creo.
Perdóname, amor, por sentir, y no querer reconocerlo.
Perdóname, amor, porque se me acaban las palabras, pero
nunca dicen lo que quiero.
Perdóname, amor, y quédate, sólo en mi memoria. Quédate un
ratito más, que la mortalidad me besa el cuello, pero sus labios fríos no erizan
mi piel como los tuyos.
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