Y así nos fuimos. Un año de amistad desordenada en la que los dos reprimíamos deseos y nostalgias. Para que al final en un último encuentro descarguemos todo el amor que no nos habíamos dejado sentir.
Tú, todo el tiempo frío e indiferente, te alejaste de mí sin explicación, para luego reprochar que no hubiera reconocido tus sentimientos. Y yo qué iba a saber que te fijarías en mí y te enamorarías de mi voz que tanto te exasperaba. Me pedías que me calle y yo no entendía por qué te reunías conmigo si no querías verme, yo sólo me quedaba ahí para escuchar tus historias familiares y tus aventuras de borracho.
Te busqué mucho tiempo hasta que al fin pudimos emborracharnos y sacar afuera todo lo que habíamos callado. Yo siempre estuve llena de miedos, pero al final tus miedos le ganaron a los míos. Permaneciste escéptico ante la posibilidad de que yo te quisiera, y seguiste defendiendo lo indefendible con tal de hacer como que no importaba.
Podrás decir lo que quieras, pero estar contigo fue como encontrar un rincón en el mundo del que no necesitaba escapar. Despertar en tu cama y encontrarte mirándome con tus ojos atormentados, mirándome como si nada tuviera sentido, abrazándome con la desesperación de quien no sabe demostrar afecto, pero esta vez está dispuesto a hacerlo. Te miré durante horas porque yo tampoco entendía, olvidé el protocolo porque contigo nada era convencional.
Fue en una mañana de domingo que los dos actuamos como que las cosas no empeoraron, como que mi alma no se enamoró de tu ceño fruncido. Nos despedimos como si ignoráramos que no nos volveríamos a ver, y me fui caminando despacio, sin creer aún que me estaba alejando de la aventura más emocionante que había vivido.
Pero todos morimos también, y me enojaría contigo por ser presa del miedo si yo no entendiera lo que es ser una presa de él. “Todo es mi culpa, el tiempo perdido… No me mires así que me estás enamorando.” Yo ya no tengo miedo, desde que me bajé de tu motocicleta y supe que llegamos al final del precipicio. Ya no tengo miedo porque la muerte nos besa el cuello mientras los dos deseamos que no importara.
Yo ni siquiera recordaba tu voz, después de tanto imaginarte y no encontrarte nunca. Me dijiste que tú no olvidabas la mía, una voz desesperada pero liviana… Y yo me congelé pensando en que nunca nadie me había admirado, nadie había apreciado las cosas que yo no notaba, nadie había dicho que yo era un oído cuando todo lo demás está en caos. Pero ahí estabas tú, lleno de miedo hasta para besarme, pidiéndome permiso para tocarme, como si yo me fuera a desintegrar ante tus ojos.
Mi mirada en el espejo está oscurecida por tantas despedidas, y ahora sueño todas las noches con despertar en tu cama y encontrarte pensando, aunque dijeras que no podías pensar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario