Muevo los pies y la cabeza al ritmo de un compás triste.
Bailo sola en el medio de la habitación, porque esta noche mis demonios
prefirieron verme bailar que bailar conmigo.
Cierro los ojos porque no quiero ver sus sonrisas perversas
disfrutando de mi soledad en la pista de baile. Quiero ser fuerte esta vez.
Levanto los brazos al cielo pidiendo dejar de equivocarme; pues aunque bailo
sola, estoy pisando los pies de alguien más. Mi cabello se despeina, y no me
importa. No quiero ser la niña bonita que se porta bien, quiero ser la cabrona
que disfrutó la fiesta y no dejó que nadie la lastime. Mis pies están sangrando
pero no dejaré de bailar hasta que los demonios se cansen. No dejaré que vean
en mí una expresión de rendición.
Sonrío. Porque en esta vida tan jodida hay que disfrutar
cuando ganas una batalla, aunque sepas que perderás la guerra.
Caigo al suelo y mis rodillas sangran también. No se han
ido. Se acercan mostrando sus dientes mugrientos, y sus ojos de fuego me
asfixian. Me rodean. Me atrapan. Me rindo ante ellos una vez más.
Estoy cansada de no cumplir las promesas que me hago.
Suena el despertador. Me siento en la cama y, frente mío, la
pared empapelada con frases me desea buenos días. No quiero peinarme para
salir. Quiero que los demonios que conviven conmigo fuera de mis pesadillas,
también vean que doy guerra a mi manera.
Pasan las horas y se acaba el día. Llega la noche y tengo
que ir a la guerra acostada, con los ojos cerrados. No es una guerra justa.
Es el mismo salón, pero esta vez la música es alegre. Hay
mucha gente. Hombres borrachos en las esquinas. En el centro, parejas bailando
felices porque no se están pisando el uno al otro. Yo también estoy bailando,
con un espejo. Miro mi vestido azul oscuro, mis ojos rojos del llanto y el maquillaje
corrido.
No quiero bailar más, pero la chica en el espejo se ríe y me
obliga a seguir bailando. No me gusta tener un vestido tan ajustado, pero ella
quiere seducir hombres para luego romperles el corazón. Los tacos hacen que me
duelan los pies, pero a ella le gusta que sean altos, porque esta noche ha
decidido pisotear a todo hombre que caiga en sus redes. Y todos caerán.
Bailamos durante horas. Los hombres se acercan y, mientras
yo lloro, ella les habla al oído. Va con ellos a alguna habitación. Les promete
un siempre. Son todos unos chiquillos buscando que alguien los proteja de las
chicas malas.
Despierto otra vez. Me levanto, saco el espejo de cuerpo
completo de la pared, y lo pongo debajo de la cama. No me molesto en maquillar
mis ojeras, porque en realidad nadie se preocupará por ellas.
Tuve un buen día. Pero cuando el sol se oculta, vuelve la
guerra. Y no puedo huir de ella.
Esta vez estoy caminando por una calle oscura y fría. No
tengo abrigo, tengo sandalias y un pijama corto.
Se acerca el chico. Él. La encarnación de los estereotipos
más tontos de mi adolescencia. Me abraza, me da calor y me quiere. Veo en sus
ojos amor, y lo abrazo. Entonces, mientras susurro promesas en su oído, en mi
mano aparece un cuchillo que termino clavando en su espalda. Me mira y sonríe.
Me dice:
“Tuviste otra
oportunidad de ser feliz, pero te encanta ser la chica que ves en el espejo. Y
nosotros no nos cansamos de perdonarte.”
De su boca sale sangre y me da un beso. Su cabello castaño toca el suelo. En mi lengua está el sabor de su sangre.
Otro día comienza. Salto desde la cama y arranco las notas
que pegué en la pared. Lloro. Lloro como no me permitía hacerlo fuera del mundo
onírico desde hace mucho tiempo. Me abrazo a mí misma, porque nadie más lo hará
por mí. Me refugio entre las frazadas; sabiendo que nadie me protegerá de ser
la chica del espejo, la que está debajo de la cama esperando su oportunidad.
No salgo. Saldré otro día a prestarme para la lucha. Otro
día será en el que me ponga a disposición de esta guerra con un mundo
hipócrita.
Hoy no quiero formar parte de él.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario