lunes, 2 de febrero de 2015

Un poco de rendición. Sólo un poco.

Muevo los pies y la cabeza al ritmo de un compás triste. Bailo sola en el medio de la habitación, porque esta noche mis demonios prefirieron verme bailar que bailar conmigo.

Cierro los ojos porque no quiero ver sus sonrisas perversas disfrutando de mi soledad en la pista de baile. Quiero ser fuerte esta vez. Levanto los brazos al cielo pidiendo dejar de equivocarme; pues aunque bailo sola, estoy pisando los pies de alguien más. Mi cabello se despeina, y no me importa. No quiero ser la niña bonita que se porta bien, quiero ser la cabrona que disfrutó la fiesta y no dejó que nadie la lastime. Mis pies están sangrando pero no dejaré de bailar hasta que los demonios se cansen. No dejaré que vean en mí una expresión de rendición.

Sonrío. Porque en esta vida tan jodida hay que disfrutar cuando ganas una batalla, aunque sepas que perderás la guerra.

Caigo al suelo y mis rodillas sangran también. No se han ido. Se acercan mostrando sus dientes mugrientos, y sus ojos de fuego me asfixian. Me rodean. Me atrapan. Me rindo ante ellos una vez más.

Estoy cansada de no cumplir las promesas que me hago.

Suena el despertador. Me siento en la cama y, frente mío, la pared empapelada con frases me desea buenos días. No quiero peinarme para salir. Quiero que los demonios que conviven conmigo fuera de mis pesadillas, también vean que doy guerra a mi manera.

Pasan las horas y se acaba el día. Llega la noche y tengo que ir a la guerra acostada, con los ojos cerrados. No es una guerra justa.

Es el mismo salón, pero esta vez la música es alegre. Hay mucha gente. Hombres borrachos en las esquinas. En el centro, parejas bailando felices porque no se están pisando el uno al otro. Yo también estoy bailando, con un espejo. Miro mi vestido azul oscuro, mis ojos rojos del llanto y el maquillaje corrido.

No quiero bailar más, pero la chica en el espejo se ríe y me obliga a seguir bailando. No me gusta tener un vestido tan ajustado, pero ella quiere seducir hombres para luego romperles el corazón. Los tacos hacen que me duelan los pies, pero a ella le gusta que sean altos, porque esta noche ha decidido pisotear a todo hombre que caiga en sus redes. Y todos caerán.

Bailamos durante horas. Los hombres se acercan y, mientras yo lloro, ella les habla al oído. Va con ellos a alguna habitación. Les promete un siempre. Son todos unos chiquillos buscando que alguien los proteja de las chicas malas.

Despierto otra vez. Me levanto, saco el espejo de cuerpo completo de la pared, y lo pongo debajo de la cama. No me molesto en maquillar mis ojeras, porque en realidad nadie se preocupará por ellas.

Tuve un buen día. Pero cuando el sol se oculta, vuelve la guerra. Y no puedo huir de ella.

Esta vez estoy caminando por una calle oscura y fría. No tengo abrigo, tengo sandalias y un pijama corto.

Se acerca el chico. Él. La encarnación de los estereotipos más tontos de mi adolescencia. Me abraza, me da calor y me quiere. Veo en sus ojos amor, y lo abrazo. Entonces, mientras susurro promesas en su oído, en mi mano aparece un cuchillo que termino clavando en su espalda. Me mira y sonríe. Me dice:

“Tuviste otra oportunidad de ser feliz, pero te encanta ser la chica que ves en el espejo. Y nosotros no nos cansamos de perdonarte.”

De su boca sale sangre y me da un beso. Su cabello castaño toca el suelo. En mi lengua está el sabor de su sangre.

Otro día comienza. Salto desde la cama y arranco las notas que pegué en la pared. Lloro. Lloro como no me permitía hacerlo fuera del mundo onírico desde hace mucho tiempo. Me abrazo a mí misma, porque nadie más lo hará por mí. Me refugio entre las frazadas; sabiendo que nadie me protegerá de ser la chica del espejo, la que está debajo de la cama esperando su oportunidad.

No salgo. Saldré otro día a prestarme para la lucha. Otro día será en el que me ponga a disposición de esta guerra con un mundo hipócrita.


Hoy no quiero formar parte de él.

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