Sé lo que estarás pensando. Y sí, después de todo este tiempo por fin me digno a escribirte. Es que hoy, mi apreciado desconocido, quiero contarte algunas cosas sobre mí. Quiero responder a una de las tantas preguntas que me hiciste sobre mi vida personal, y ahí va.
Al principio, me pareció incómoda la oferta de mi hermana de cocinar juntas una merienda por mi cumpleaños. Pero no pude negarme. Después de todo, era su regalo para mí, y en otro tiempo me hubiese parecido la mejor de las ideas.
Cuando yo estaba mezclando con gran esfuerzo los ingredientes en una fuente, y ella agregaba azúcar contando las cucharadas; yo sabía cómo las contaría, incluso antes de que ella lo hiciera. Antes de que dijera el número uno, yo ya lo había escuchado en mi cabeza, con su particular y molesta forma de contar: medio en susurro, pero también en voz alta.
Me sorprendió tal familiaridad. También, me sorprendió que me sorprendiera esa familiaridad. A pesar de todo, ella apenas tenía la mitad de mi edad actual cuando nací; y asumió los roles de madre: lavaba mi ropa, me hacía dormir, me daba de comer, etc. Yo crecí viéndola como a una madre y, aún así, me sorprendió la sensación de familiaridad con algo tan tonto como su forma de contar. Tal vez lo que me sorprendía era esa sensación de estar acostumbrada a su presencia, de conocerla. Yo no conocía a esta chica, no más.
Por supuesto, ella sólo dejó de vivir en la misma casa que yo hace siete meses. Pero los papeles se habían invertido, y hace bastante tiempo yo la empecé a ver como una niña caprichosa y problemática. Parece hasta tonto sentir rencor hacia alguien que hizo tanto por vos. Verás, mi querido desconocido: ella era mi heroína. No había nadie en el mundo, o al menos en mi hogar, a quien quisiera parecer, excepto ella. Quería ser igual; hacer lo mismo que ella, me gustaba todo lo que a ella le podría gustar, creía fuertemente en todo lo que ella afirmaba. Me enojaba con el mundo (específicamente con mi mamá), cuando ella se sentía triste. Ahora, me cuesta imaginar tal cosa. Esta persona, no es alguien a quien yo admiraría en lo más mínimo.
El Señor sabe que yo quise perdonarla, que la perdoné. Claro, lo que ella hizo fue fallar de nuevo. Cuando me permití abrazarla y confiar en ella, cuando me permití hacerla reír como antes; ella nos engañó a todos sin sentir culpa o miedo, creyendo que hacía lo correcto. El Señor sabe que yo sé que debería perdonar otra vez, pero que en el fondo, no quiero hacerlo. Me he aferrado fuertemente a las manos de mi otra hermana (la que es mayor que yo y menor que mi definitivamente-no-heroína), entre lágrimas, no queriendo siquiera que venga a casa.
Y ahora, todos nadamos en un mar en medio de la noche, con la hipocresía hasta el cuello. Todos, reprochando en silencio las cosas que hacen los otros. Mis padres reprochan lo que hace ella, por supuesto, cuando ella no está presente. Lo que hace su marido, también. Yo, reprocho lo que hacen ella y su marido, pero también lo que hacen mis padres: recibiéndolos como si esperaran algo de ellos, y luego molestándose con mi bastante-tonto-cuñado cuando ven que no sabe qué está haciendo con su vida. Mi hermana, mi alma gemela, reprochando a todos, pero con suavidad; siempre dispuesta a perdonar a todos, menos a mi bastante-tonto-cuñado. Después, cuando yo no oculto mi reproche aunque ellos estén presentes, mis padres me reprochan a mí. En fin, hipocresía y reproche.
Como si no bastara, tengo un hermano. Sí, mi querido desconocido, también tengo un hermano. Crecí enojada con él por ser tan imbécil, con mi mamá por la educación machista que le dio, y con mi papá feminista que se escondió en el silencio. Desde pequeña vi cómo mi mamá consentía más al niño sentado frente al televisor, que a la niña lavando la ropa. Y aún así, mi hermana lo soportó y salió adelante, cargando las críticas injustas y las desaprobaciones inmerecidas por parte de mamá. Aún con todo eso, ella y mi hermano se llevaban bien, y ella recurría a todo tipo de detalles para recibir afecto de parte de mi mamá. Todo esto, hacía que la admire más. Mi mamá siempre nos trató bien a mi alma gemela y a mí, no era con nosotras como lo era con ella. Pero de todas formas, yo me enojaba en defensa de mi hermana tratada con tanta injusticia. Ahora, mirando hacia atrás y analizando las cosas, sé que mi hermana no era en lo absoluto perfecta. Y aunque la decepción que tengo hacia ella parece permanente, sé que mi mamá sí cometió esos errores. Hasta ahora no tolero las visitas de mi hermano y la admiración de mi mamá hacia un joven sin ningún estudio universitario, y sin embargo tan dispuesto a quejarse de su trabajo o la sociedad.
El punto es, mi querido desconocido, que mi hermana se mudó a la vuelta de casa hace unas cuantas semanas. Y no soporto la idea. No soporto ser tan cruel con ella. No soporto ver a su marido hablando con mi papá: es un niño, creyéndose un hombre, hablando de cosas serias y diciendo puras tonterías. Afortunadamente para ellos, mi padre es un gran suegro: a pesar del dolor y la decepción (pues él siempre había visto un futuro prometedor en ella), él nunca dejó de ser generoso.
Lo que más detesto es el machismo de ese matrimonio tonto, apresurado e infantil. Mi hermana fue la que me enseñó a ser feminista. Yo apenas tenía seis años, y aunque no entendiera bien lo que ella decía, le daba la razón a todos esos consejos que me daba para hacerme respetar. Dios sabe que no es mi intención juzgar a ninguna religión, pero no puede seguir habiendo gente machista, que piensa que lo que Dios quiere es que las mujeres planchen y los hombres hablen de política. Simplemente no pueden existir hombres y mujeres que son machistas en nombre de Dios, menuda estupidez. Los consejos quedaron grabados en mi mente, e intento llevarlos a la práctica; pero ella, definitivamente no se parece a la chica de catorce años dando consejos feministas a su hermana pequeña.
Yo sé, querido, que todos tenemos la culpa. Todos, de alguna manera, somos culpables de ese egoísmo tan grande que ella tuvo. Todos fuimos parte de lo que la llevó a tener esos problemas, esos medicamentos, esas sesiones con el psiquiatra, esas heridas provocadas por sí misma. Yo sé querido, que su matrimonio era la ruta de escape, era la huida perfecta de una casa en la que su hermana pequeña la trataba como una molestia. Y lo siento, a veces, de verdad lo hago. Pero en el fondo sé, que si ella era tan madura como decía para hacerse cargo de un matrimonio, no debería haber tomado una decisión tan determinante en su vida, en base a la actitud de una quinceañera hormonal. Pero ya sabemos, que ella es todo menos una persona madura.
Y aunque ahora sólo somos cuatro lo que vivimos aquí, y eso es tan cómodo y perfecto. Aunque nos sentamos juntos durante las mañanas y las tardes, reímos fuerte, compartimos momentos. A pesar de que los cuatro somos unidos y estamos bien, a veces me abruma la tristeza de todo. Me entristece saber que pude tener un hermano mayor de esos con los que bromeas, con los que ves una película, a quienes les contarías lo que pasó en el colegio; pero no lo tuve. Me duele saber que tuve una hermana mayor así, y ahora la decepción me llena cada vez que ella comenta algo de su vida actual. Me entristece la certeza de que hay muchachos a los que quiero más que a mi hermano; de hecho, a todos quiero más que a mi hermano.
Me entristece un momento la carencia de ese aprecio, pues me gustaría extrañarlo. Pero pensar en eso, automáticamente hace que me enoje, que la frustración me llene y que tenga que recordarme a mí misma, que no debo enojarme con mamá. A veces me llega esa tristeza fugaz cuando pienso en mi hermano, pero el hecho de que no tengo un buen recuerdo de él desde los cinco años, me enoja más que entristece. Sin embargo, cuando pienso en mi hermana, la tristeza golpea mis huesos y me hace sentir la culpa del rencor. Pero tengo tanto miedo de perdonar.
Como sea. Ésta es, mi amigo, la historia que quisiste saber. No te conozco, y no confío del todo en ti, pero eso no importa ahora. Pues de vez en cuando, en medio de nuestras conversaciones tontas y banales, te causa gran curiosidad mi forma de expresarme sobre algunos aspectos de mi vida. Yo sé que ésta es apenas una de las tantas cosas que quieres saber de mí, pero en realidad es lo que necesité contarte. Y sabes, querido, que pasará mucho tiempo antes de que te cuente algo más. Porque aunque te quiera como lo hago, no soporto escuchar tus opiniones acerca de los problemas que a mí me parecen serios. Y detesto que me digas cosas buscando animarme, sin darte cuenta que me hundes más en la miseria. Es por eso que no te escribo hace meses. Pero aquí estoy, enviándote una carta, como cualquier chica egoísta que sólo te busca cuando te necesita.
PD: Gracias pos los chocolates y la tarjeta, pensé que no eras bueno recordando las fechas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario